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Demasiado ruido, de José Javier Abasolo

Por José Luis Muñoz , 15 septiembre, 2016

portada1127Lo digo porque lo siento: José Javier Abasolo es uno de los mejores escritores de novela negra de Euskadi (ahí está Jon Arretxe, haciéndole la competencia, y Juan Bas afilando su humor desternillante) y un autor que nadie que ame la novela negra debería perderse. Una larguísima carrera de títulos—Pájaros sin alas, La luz muerta, El día de la independencia, La última batalla, Antes de que todo se derrumbe, Una del Oeste— y algunos premios—Prensa Canaria y Francisco García Pavón— avalan a este abogado de Bilbao de la cosecha del 57 que suele introducir afilados estiletes en una prosa aparentemente, subrayo lo de aparentemente, átona y pausada. Forma parte de su estilo literario, de su personalidad: hablar de cosas atroces sin cargar las tintas; introducir el elemento irónico para establecer una cierta distancia entre lo narrado y el lector, un recurso que él utiliza de forma magistral mientras otros desbarran. Cuestión de talento.

Estructurada Demasiado ruido alrededor de la misteriosa muerte de un mendigo, abrasado por un grupo de subsaharianos—otro acierto de la novela, la enumeración de los capítulos y su exacta localización temporal: Capítulo I. Siete meses antes de la muerte del mendigo, y así sucesivamente—, Mikel Goikoetxea, Goiko, ese antihéroe tan humano como el propio José Javier Abasolo, expulsado de la ertzaina injustamente y que malvive como detective privado sin éxito al que tientan con feos asuntos—Es cierto que saliste bien librado de aquellas acusaciones, pero eso es agua pasada y ahora tan solo eres un civil que trabaja como detective. Y por lo que sabemos, metiéndote en asuntos para los que un detective no tiene competencias—, indaga lo que hay detrás de esa muerte brutal y sin explicación y descubre una madeja criminal en la que están implicados subsaharianos, policías marroquíes y un viejo conocido rumano.

José Javier Abasolo es brillante tanto en la descripción anímica de sus personajes—Porque está muerto, lo sabe. Que ande, que mueva los brazos para abrir la puerta de la habitación, que sus ojos alcancen a ver dónde están situadas las escaleras, no son más que gestos mecánicos—como en su desastrada vestimenta consecuencia de ésta—Y es que allí estaba yo, al otro lado del vestíbulo, un hombre vestido con una vieja y sucia camiseta que un día ya muy lejano había sido blanca y que tenía varis agujeros a la altura del ombligo y de los sobacos, un holgado calzoncillo también de color blanco que había combatido en mil batallas y que, seguramente, las había perdido todas, sin afeitar, totalmente despeinado y oliendo a una mezcla de alcohol de garrafa y perfume barato de mujer—.

Hay en Demasiado ruido escenas sencillamente memorables, por su maestría literaria y gracia con que están contadas, como cuando Goiko interrumpe una fiesta de borrachos vecinos que le impide dormir y con un diálogo tan natural como brillante, que seguro el escritor vasco ha oído en algún lugar, reconduce la situación que está a punto de tensarse, o hace gala el autor de su humor irreverente, que ya es marca de la casa: Y también es cierto que, por lo que es su momento me confesó mi difunto amigo y antiguo benefactor y beneficiario de las señoritas, éstas follaban como leonas y sabían chuparla como dios, en el dudoso caso de que Dios se dedicara a esos menesteres lo que, según las últimas reflexiones de los teólogos vaticanos, no parecía muy probable.

Estaba claro que lo suyo no eran los títulos ejecutivos, con o sin convenio regulador, sino más bien ejecutar a la gente, independientemente de sus títulos. Observo, y me congratula como amigo y colega porque, si la memoria no me falla, se lo aconsejé, que José Javier Abasolo recupera en Demasiado ruido a alguno de sus personajes más duros y siniestros de novelas anteriores, como el sicario rumano Vladimir, un villano que hiela la sangre, un hallazgo literario al que debía darle otra oportunidad: Lo que precisamente no es el caso ya que el trabajo de Vladimir es, o ha sido hasta no hace mucho, matar a la gente.

Demasiado ruido es multicultural, en la peor acepción de la palabra, porque está lo peor de cada cultura: un sicario rumano; un policía marroquí absolutamente corrupto y oscuro que mueve los hilos, Salif; y un grupo de subsaharianos asesinos, más un grupo de putas, esas sí, tiernas y agradecidas, que recibe Goiko como herencia, son algunos de los personajes que pueblan ese Bilbao por cuyas calles José Javier Abasolo circula con su última novela negra.

En el plano de la estructura narrativa es un acierto que José Javier Abasolo vaya poniendo el foco en uno u otro personaje, lo que hace que la novela, a pesar de sus más de 400 páginas, se lea con fruición, y que utilice el autor de Antes de que todo se derrumbe tanto la primera como la tercera persona con habilidad endiablada sin que se pierda nunca el hilo narrativo ni baje un ápice el interés.

José Javier Abasolo es uno de los grandes de la novela negra española, pergeña personajes de gran humanidad (el propio Goiko y su relación sentimental con Lola, porque no todo es muerte y desazón en la novela negra, aunque sí, hasta ahí también), domina una prosa eficaz, tiene un exquisito oído para los diálogos y maneja la tensión  dramática in crescendo.

Sólo una pega, porque nadie es perfecto (Billy Wilder dixit): sobran las explicaciones de las últimas páginas.

 

 

Titulo original: Demasiado ruido
Autor: José Javier Abasolo
Editorial: Erein, Cosecha Roja
Año: 2016
Páginas: 417
Género: policial
ISBN:  978-84-9109-083-0
PVP: 20 €

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