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Del escándalo del insulto al debate de ideas

Por Agustín Ramírez , 11 abril, 2014

La mentira y el engaño se han instalado en nuestra sociedad con tanto arraigo que ocupan demasiados espacios y lo que es peor, siempre con el truco de intentar vender como bueno algo que no lo es, sino todo lo contrario.No estoy pensando en las medidas gubernamentales en áreas de economía, derechos civiles, libertades públicas, no; estoy pensando, en concreto, en que nos consideran tan tontos que nos venden como intercambio y debate de ideas lo que solo es una copia grosera, lo que solo es un espectáculo de la bronca y el insulto y, sabido es, que la bronca y el insulto no son buenos compañeros de viaje de las ideas y la reflexión.

Me estoy refiriendo, específicamente, a un espacio de televisión de una cadena privada, en horario de máxima audiencia los sábados, en el que se nos intenta mostrar un debate de ideas entre personas que son de opiniones distintas. En realidad el debate en sí mismo es soporífero, los tertulianos, que en teoría son ideológicamente discrepantes continúan con el mismo discurso a lo largo de todo el programa, y solo sube de tono cuando aparece algún invitado con unas ideas radicalmente distintas a las de los individuos anteriormente citados. Es frecuente que con la entrada de estos tertulianos más profundamente discrepantes, las buenas maneras y el contraste de ideas tomen las de Villadiego y den entrada a las bromas de mal gusto, los desprecios e, incluso, a los insultos –no casualmente por aquellos que se sitúan en la derecha ideológica, casi extrema-. Siempre me pregunto si estas actitudes no son algo preestablecido desde la dirección del programa para dar más aliciente al debate y de esta manera tan torticera conseguir más audiencia, por tanto más publicidad, por tanto más ingresos. Pues a mí, la verdad, ese ambiente, falsamente dialéctico, tras el sonrojo me produce una irritante indiferencia y una nostalgia de lo que podría ser un auténtico debate de ideas, que haberlos ya los ha habido, incluso, en la televisión pública.

Es en este punto cuando me asaltan varias dudas, por ejemplo: cuando alguien con ética e ideas no “oficialistas” es llamado a este tipo de programas, debería plantearse si merece la pena acudir. La experiencia ya dice que el ambiente va a ser más proclive al insulto y la descalificación que al contraste de ideas; la reflexión, la posibilidad de explicar y desarrollar una idea se va a ver continuamente interrumpida con gestos, comentarios y exabruptos cuyo único objetivo es no poder desarrollarla de una manera clara y convincente.  Entonces ¿por qué se va a esos programas?

Otra cuestión que me planteo es: vea uno cualquier canal de televisión u oiga uno cualquier emisora de radio, el formato del debate está copado por un número reducido de periodistas y tertulianos, capaces de hablar de cualquier cosa como si supiesen de todo, diciendo grandes parrafadas y obviedades que puestas en el exprimidor de las ideas no dan zumo alguno. Y volvemos a reflexiones anteriores; ¿por qué no llevan a gente experta de cada tema, de manera que algo se pudiera entender oyendo unas explicaciones razonadas y argumentadas?

¿Dónde están los intelectuales y expertos que en los medios de comunicación ilustren sobre los complejos problemas del mundo de hoy?Hay catedráticos, periodistas e intelectuales que casi nunca son llevados a debatir las cuestiones en las que son expertos; las razones, sencillas, suelen cuestionar el pensamiento único dominante y planten alternativas que no interesa que se divulguen, con el añadido de que si son realmente sabios y expertos, se explican de manera sencilla y clara por lo que se les entiende perfectamente; por tanto, ni están ni se les espera, “que dicen que dijo aquél”.

¿Dónde están los  presentadores o directores de debate que, habiéndose estudiado los temas saquen cuestiones concretas a debatir y que, además, no interrumpan al entrevistado para quedar siempre por encima de él?, para eso hablen ustedes y no inviten a nadie, pienso yo.

Entretanto seguiremos soportando -brevemente, por supuesto- esos falsos debates que son más una apología de la descalificación, del grito y del insulto; en definitiva: nada que pueda interesar a una persona con ganas de aprender, nada que nos pueda hacer pensar, nada que incite al ciudadano al pensamiento y la reflexión, nada que aporte al ciudadano la capacidad de crítica para cambiar las cosas.


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