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De luz y oscuridad

Por Redacción , 20 marzo, 2014

POR MARTA AILOUTI

Es la serie de moda. True Detective apuntaba a ser el gran estreno de la temporada y no ha defraudado. No es fácil. Las expectativas, siempre, arrasan con todo. Sin embargo, es difícil encontrarle defectos a este drama policiaco, creado por los casi desconocidos Nic Pizzolatto, que venía de escribir el guión de varios capítulos de la malograda The killing, y dirigido por Cary Fukunaga. Pero los tiene. Porque a veces para que pueda entrar la luz es necesario que exista antes algo de oscuridad.

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Y es que habrá quien encuentre alguna fisura por donde se cuelen las tinieblas a ensombrecer a True Detective. Algo así como que lo que nos cuentan no es nuevo. Que la historia en sí no parece demasiado compleja. Que al final, si se trata de decir y no solo de contar, a lo mejor, tampoco nos están diciendo tanto. Aunque nos lo cuenten de una manera tan espectacular. Aunque lo parezca y se disfrace para ello con un guión maravilloso. Deslumbrante, si acaso.

Como la luz.

Hay demasiada claridad en True Detective como para pasarla por alto. Es técnica y visualmente perfecta. Con un gusto excelente que va desde el buen uso de los planos, secuencias y flashbacks hasta el cuidado excesivo por los detalles. Que avanza a un ritmo propio, lento, elevándose como el sol en un amanecer. Nublado. Porque el fondo es Luisiana y sus rayos golpean fuerte sobre el terreno, hostil y desecho. Un paisaje árido y tétrico que roza con lo siniestro y gris del ser humano. Aquí no hay espacio para los héroes.

Y en medio sus dos protagonistas. También oscuros. Complejos. Defectuosos. Imperfectos. Los dos detectives, Rustin Cohle (Mathew McConaughey) y Martin Hart (Woody Harrelson), son realmente el centro de esta historia. A ellos son a los que vemos por primera vez por separado siendo interrogados sobre un caso que tuvo lugar en 1995. La investigación dentro de la investigación. Uno de sus puntos más fuertes. Porque algunas de sus mejores escenas se construyen a partir de estas particulares entrevistas, donde las intervenciones, aunque breves, de los detectives Maynard Gibough (Michael Potts) y Thomas Papaina (Tory Kittles) también tienen algo que decir. Sea como sea ahora es 2012, bravo por la caracterización, y precisamente son sus voces, unas voces rotas, las que se cuentan a sí mismos.

Porque si algo funciona extremadamente bien en la serie son ellos dos. Rush es la razón de que todos nos quedemos prendidos, la nicotina, el adictivo, lo que nos acaba enganchando irremediablemente a ella desde el primer minuto. Sus palabras, sus discursos, la oscuridad que le envuelve. A él también Mathew McConaughey le debe un pedacito del Oscar que obtuvo recientemente en la última ceremonia de la Academia por su interpretación en Dallas Buyers Club. No es casualidad que el éxito siempre atraiga al éxito. Algunos lo llaman talento.

Hart en cambio es otra historia. Él no brilla. Él solo vive inmerso en el caos del no saber. Tan esencialmente humano, que son sus defectos los que más rechazo nos provocan. O menos simpatía. El personaje interpretado por Harrelson, aunque igual de complejo es mucho más sutil, y mucho menos agradecido también, que el de su compañero de reparto. Repleto de contradicciones, nada, aparte de sus impulsos, parece justificar su forma de ser, para mal, pero también para bien. Y al final, casi de una forma velada, él es la razón de que la adicción se transforme en algo más allá y nos enamoremos de la serie.

Ambos, en cualquier caso, son el epicentro de True Detective, sostenida por unas magníficas actuaciones a uno y otro lado, su relación, con más idas que venidas, acaba por formar parte de nuestra verdadera investigación. La otra, la del fondo, tiene que ver más con Carcosa, la brillante y sobrecogedora Carcosa, con asesinos en serie y rituales satánicos de la América más profunda que a algunos, los más, nos recuerda a veces a la perturbadora Matanza de Texas. Y es aquí donde las cosas se vuelven oscuras. Y no solo por su excelente ambientación o porque los minutos más tensos, con respiración contenida incluida, se vivan precisamente en este lugar ficticio, creado a partir de la siniestra mentalidad del asesino. Si no porque es su historia la menos construida, con algún que otro cliché o estereotipo, entre la que sus creadores, probablemente conscientes, se pasean más bien de puntillas. Sinceramente, hay a quienes esto nos importa más bien poco. Pero si vamos a hablar de cómo True Detective reinventó el género policiaco, que lo hace, no podremos pasar esto por alto.

Así las cosas, en un último suspiro, llega ese epílogo final, de cierta justicia poética, que a muchos nos ha fascinado. Ocho episodios le han bastado para elevarse a los altares. De mucha luz y demasiada oscuridad. Porque las sombras a veces es lo mejor que te puede pasar. Y mientras McConaughey se despide, suena el nombre de Brad Pitt, alto y claro, para una segunda temporada, con una nueva historia de la que ya sabemos que habrá hombres malos, mujeres duras y algo relacionado con el sistema de transportes americano. Veremos si, una vez renovado el género, acaso son capaces de reinventarse también a sí mismos. De sus espectadores, al menos, ya se han ganado su confianza. Ahora solo queda que la mantengan.

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