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David contra Goliat

Por Jordi Junca , 24 abril, 2015

Dice la leyenda que un joven israelita fue a darles pan a sus hermanos al frente, allí donde el ejército de Israel venía enfrentándose al enemigo filisteo. Quiso la casualidad que, aquella misma mañana, a Goliat se le ocurriera la solución definitiva. Él, un gigante de casi tres metros, pelearía con el mejor de los soldados enemigos. En caso de que Goliat fuese derrotado, los filisteos pasarían a ser propiedad de los israelitas. De no ser así, serían los segundos los que rindieran pleitesía a los primeros. Fue después cuando vino lo de la onda milagrosa. David, aquel adolescente que sería el futuro rey de Israel, apedreaba el cráneo del gigante presuntuoso. Desde entonces, la historia siempre se repite, una vez detrás de otra, acompañando al hombre en su andadura, incansable generación tras generación. Y es que cuántos pueblos oprimidos habrán expulsado al tirano que los aflige. Tal vez las mismas veces que el mundo del fútbol nos ha sorprendido y encandilado, con noches de esas en las que el pez pequeño acaba por comerse al grande.

Quizás la competición más fiel a ese espíritu sea la Copa del Rey, torneo en el que los equipos de plata y de bronce tienen la preciosa oportunidad de enfrentarse al de oro. Un buen día para llenar las arcas del club y pasar una tarde memorable bajo la atenta mirada de todo un país. Y sin embargo, suele ocurrir que el gigante no tiene piedad, y entonces la cosa se queda ahí. Intercambio de camisetas, autógrafos valiosos, y quizás fotografías para el recuerdo. Sí, normalmente eso es todo. Pero no siempre es así. A veces, llega el día en el que se alinean los astros y el Alcorcón gana por cuatro goles a cero al Real Madrid de Pellegrini. O el Novelda vence al Barcelona de Van Gaal, una noche en la que un tal Madrigal se convirtió en Ronaldo. O quizás, aquel día en el que un sueño a punto estuvo de hacerse realidad. Ya era de noche en Anduva, y el Mirandés se había plantado en semifinales. Antes habían ganado por 0-2 en el campo del Villarreal, eliminando así al submarino amarillo. Y aquella noche habían vencido al Espanyol con un gol en el tiempo de descuento. Igual que con David, todo parecía obra de un ser supremo. Y Pablo Infante, banquero de profesión y gran artífice de aquel Mirandés, era su elegido. Bien es cierto que días más tarde ya no pudieron con el Bilbao y la final se escurrió entre las manos. Pero España simpatizó con el equipo. La victoria del pequeño enfrente al grande es algo que el ser humano siempre tiende a admirar. El afán de superación. La astucia. Tal vez lo que nos distingue del resto de los animales.

Pablo Infante, el día que el Mirandés pasaba a semifinales de la Copa del Rey de 2012

Pero aunque estas hazañas ya son dignas de reconocimiento, me viene a la memoria una de aquellas historias que muy difícilmente podrán repetirse. Al fin y al cabo, Alcorcón, Novelda y Mirandés, son solo tres casos entre algunas decenas, y no es algo tan único en su sentido más puro. En cambio, aquel año el Alavés, equipo de una población que no llega a los 250.000 habitantes, estuvo cerca de conquistar Europa. Llegaron a la final, y de hecho fueron el primer y último debutante en conseguirlo. Fue durante la temporada 2000/2001. Y todavía ostentan el record de máximos goleadores de la Copa de la UEFA. Antes de eso, trazaron un recorrido que maravilló a todo el viejo continente.

Desde Noruega hasta Italia, de España a la ciudad de Dortmund. Todo empezó en el estadio del Rosenborg. Todavía en octavos, vencieron al combinado noruego por 1-3, a pesar de que éstos venían de ser eliminados de la Champions League. Después, ya en cuartos, el Alavés fue capaz de ganarle a domicilio a todo un Inter de Milán. En semifinales, en el global de la eliminatoria, le endosaron hasta nueve goles al Kaiserslautern. Entonces vino la final contra el Liverpool. El último escollo. Pero ya todo parecía posible.

Lo cierto es que la gran noche no empezó bien del todo. El Liverpool se había adelantado con dos goles muy rápidos, el segundo de un tal Steven Gerrard que por aquel entonces lucía el dorsal 17 y contaba con apenas 21 años. Pero el Alavés supo recomponerse. Mané, entrenador del equipo vasco, optó por sacar al campo a un también jovencísimo Iván Alonso, delantero uruguayo que llegó a jugar en el Espanyol. Y resultó que el técnico había dado en la tecla. Poco después, el jugador que acababa de entrar metía al equipo en el partido, tras rematar con la cabeza un centro con la pierna izquierda de Cosmin Contra. Había llegado el 2-1. No obstante, antes de que acabara la primera parte, Herrera cometía penalti. Y por desgracia, el portero no pudo enmendar su error.

Pero cuidado, aquello no había terminado. Así que llegó la hora de Javi Moreno, aquel tipo que metió hasta 33 goles en liga y que terminó fichando por el A.C. Milán. Primero remató de cabeza otro centro del lateral derecho rumano, el mismo que había puesto el pase en el gol de Alonso. Después chutó una falta por debajo de la barrera. Y, aunque el propio jugador reconoció en una entrevista que entró por accidente, el caso es que era el tanto que igualaba el encuentro por primera vez desde que había empezado.

Javi Moreno, celebrando el segundo gol frente al Liverpool.

Ahora las cosas parecían favorables para el Alavés. Incluso podía dominar el partido. Entonces apareció quien tenía que aparecer. Fue en efecto Robbie Fowler, una de las leyendas vivas del Liverpool, quien se encargó de poner otra vez por delante a los británicos. Ahí quizás alguien pensó que sí, que el fin había llegado. Pero se equivocaba. Aún quedaban piedras para la onda. Corría el minuto 89 de partido. El árbitro señalaba córner a favor de los vascos. Tal vez una última oportunidad. Voló la pelota hacia el área pequeña. Jordi Cruyff saltaba hasta la cima, ahí donde ningún otro pudo llegar, y unos segundos más tarde el balón entraba en contacto con la red. Un gol que seguro saciaba la sed de éxito de un tipo que siempre tuvo que cargar con la losa de su apellido. Al fin y al cabo, no era ninguna tontería. Se trataba de un gol que valía una prórroga.

Y en fin, parecía que David iba a vencer una vez más. Sí, vino la fe. Pero entonces llegó Goliat y acabó con la esperanza. El Alavés ya jugaba con nueve, justo cuando las fuerzas más flaqueaban. La prórroga se hacía eterna, pero de repente terminó. Era una falta lateral, que había significado la segunda tarjeta amarilla para el experimentado Karmona. Saltaron hasta cuatro jugadores del Alavés, entre ellos el portero Herrera. Allí no había nadie del Liverpool. Y sin embargo, falló la comunicación. Delfí Geli, que había sido jugador de equipos ilustres como el Barcelona o el Atlético, tomó la peor decisión de su carrera deportiva. Herrera estaba muy cerca del balón, preparado para despejar con los puños. Nadie podía impedírselo. Pero tampoco se lo dijo a nadie. Así que Geli quiso rechazar el balón con la frente. Lo que hizo es convertir aquella jugada en un gol de oro en propia meta. Se acabó el partido y, al menos por una vez, eran los filisteos los que vencían a los israelitas.

 

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