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Cuando el destino nos alcance

Por José Luis Muñoz , 23 abril, 2020

Después del Covid 19 el mundo no va a ser el de antes, y se ven en el horizonte cambios más drásticos que después del 11S. Después del 11S el mundo fue a peor (más guerras, más expansión del terrorismo, más países destrozados cuyas poblaciones quisieron llegar a Europa). La crisis del 2008, la gran estafa global, la sufrimos los que nada tuvimos que ver con ella y dejó un oculto rastro de cadáveres por el camino (no hay una estadística de los que se suicidaron como consecuencia de ella). Todos estos estallidos, bélicos, financieros, ahora sanitarios, han ido modelando la sociedad. Lo que está por ver es cómo esta pandemia va a afectar a las sociedades, a la forma de relacionarnos entre nosotros y al mundo de la cultura, por ejemplo.

Si algo positivo se saca de esta atrocidad que nos está diezmando es que el mundo sigue funcionando a otro ritmo con casi toda la humanidad metida en sus casas y que la tímida implementación del teletrabajo, que existía hasta entonces, va a crecer tan exponencialmente como el maldito virus. La actividad presencial en los centros se va a reducir al mínimo indispensable, y que un alto porcentaje de la humanidad trabaje desde sus casas y con menos horas no solo va a ser bueno para el ahorro de energía y la reducción de gases contaminantes, sino también muy beneficioso para las empresas ya que muchas de ellas podrán prescindir de sus locales o reducirlos a la mínima expresión. Entonces, seamos optimistas dentro de tanta desgracia; la humanidad necesitará cubrir esas horas de ocio tras resetearse, y ahí está la cultura y sus agentes para cubrir esa necesidad.

El mundo del libro ha sobrevivido a sucesivas crisis (la del 2008 fue de una letalidad espantosa, y entre el pan y la lectura la gente se inclinó por el primero) y, soy optimista, puede salir reforzada de esta. Los que leemos, pocos en este país en el que me encuentro, España, estamos aprovechando estos días de confinamiento para devorar los libros que teníamos atrasados o releer a los clásicos que nos fascinaron en nuestra juventud. El aumento de horas de ocio (vuelvo al teletrabajo) generará espacios de tiempo libre para que cada uno los administre cómo quiera, y ahí debe de estar el libro, en papel y digital. Las editoriales en esta tesitura no deben ralentizarse sino todo lo contrario, lanzar al mercado novedades y hacerlas llegar a los lectores tanto en papel (sigo abogando desde una perspectiva romántica por el libro como artefacto perfecto que se lee, se presta, se lega) como en digital. Y de esta crisis sociosanitaria, y del mundo que se avecina forzosamente diferente del que nos ha tocado vivir hasta ahora, saldrán, no tengo duda, un rosario de novelas notables que van a beber de las experiencias vitales de los escritores sumidos, como toda la sociedad, en una situación excepcional y completamente distópica.

Más complicada va a ser la gestión política y la tentación autoritaria que ya se está viendo en algunos países como en Hungría en donde Orban, aprovechando la coyuntura, se dota de poderes excepcionales durante seis años (lo de Duterte en Filipinas, dando la orden de disparar a matar, es peor). La monotorización de los ciudadanos (Orwell a la enésima potencia) provoca no pocos recelos en la ciudadanía, especialmente la europea reacia a perder ese resquicio de libertad. Tanto China como Corea del Sur han demostrado que ese sistema es eficaz para controlar la expansión de la pandemia, pero los europeos lo vemos como una intrusión violenta en nuestra privacidad, un ataque frontal a la libertad, y ahí hay un dilema democrático, el de si para el bien de la comunidad deben recortarse derechos cívicos. Yo me resisto, claro, porque luego puede haber una tentación de perpetuidad.

La crisis afecta a la tan cacareada globalización, tan alabada por políticos y economistas, que se ha demostrado no soluciona problemas en tiempos de emergencia sanitaria. No tener una industria sanitaria potente in situ (mascarillas, batas, tubos) promueve una especulación brutal en el bazar mundial y provoca un índice de letalidad en los países que dependen de la compra de esos suministros. La globalización turística, el turismo lowcost que va de un lado a otro del planeta como abejas enloquecidas, ha propiciado la transmisión fulgurante del virus. Esto va a suponer una bunkerización de países, con cierre de fronteras (Macron habla de sellar Europa) y un control de la libertad de viajar que va a ser muy difícil de asumir. Estados Unidos, país que lidera contagios y fallecidos, va a quedar muy tocado como modelo social y económico.

De la economía no hablemos. Ha saltado por los aires. La crisis del 2008 no es nada comparada a esta que algunos comparan con el crack del 29. El mundo baja el ritmo y se ralentiza. Algunos países, como el mío, van a implementar la renta mínima universal para que nadie se quede en la estacada. Quizá haya llegado el momento de deslindar lo esencial de lo accesorio y ver que se puede vivir y ser feliz con muchísimo menos. La naturaleza nos lo está agradeciendo.

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