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Crónica de una moción de censura anunciada

Por Carlos Almira , 14 junio, 2017

Según algunas estadísticas, una parte importante de la población española (si no la mayoría), hubiese deseado, preferido, que la moción de censura de ayer prosperase. Sin embargo, paradójicamente, no va a ser a sí, Y digo paradójicamente porque supongo que la gente que ha expresado este deseo sabía de antemano que iba a ser rechazada. ¿Cómo es posible esto en un sistema parlamentario? ¿Cómo puede ser que la voluntad de la mayoría (si este fuera el caso), no sólo no se traduzca en nada, sino que asuma su impotencia con toda naturalidad?

La razón formal de este desajuste es muy sencilla: los diputados que van a votar sobre la moción de censura no han sido elegidos, sino sólo ratificados, en las urnas. La gente que quisiera un tiempo político nuevo en España (que ha votado por opciones diversas, como el PSOE, Unidos Podemos o Ciudadanos), no ha confeccionado las listas electorales. Luego, los diputados no se deben a ella, sino a sus Partidos políticos correspondientes. Así de fácil.

Es algo archisabido a estas alturas. Sin embargo, esto no lo hace menos real.

Naturalmente, este deseo de que prosperase la moción de censura, seguramente expresaba más un hartazgo colectivo que una nueva conciencia y una firme disposición a cambiar las cosas, en un sentido determinado. Mucha gente ya no quiere a Rajoy ni al PP en el gobierno (como en Andalucía no quieren al PSOE de Susana Díaz), pero lo que las separa, lo que quieren, es más fuerte que este sentimiento de rechazo hacia lo que hay. Por eso, y por los mecanismos estabilizadores que distorsionan nuestro sistema político y electoral, es muy difícil que haya un cambio político no traumático en España.

Hay además, en mi opinión, otra cosa. Quizás es una secuela de la historia de nuestras élites (que el señor Pablo Iglesias recordó con tanto detalle en su discurso). Creo que en España, la mayoría de las personas decentes que han querido algún tipo de cambio, hacia un orden más justo para la mayoría, han actuado casi siempre con una torpeza bienintencionada. Por el contrario, los más hábiles siempre han estado (con honrosas excepciones) eficazmente del lado de estas élites depredadoras y apátridas. Los listos en nuestro país han jugado casi siempre en el mismo campo. Y casi siempre han ganado.

Cuando alguien se atreve a criticar al señor Mariano Rajoy, a éste le basta con señalar con el dedo frente a sí y decir: esta es la realidad, señores. Lo demás son fábulas. He aquí el argumento último del listo, el triunfo del hábil muñidor de palabras (y contratas), que siempre tendrá la batuta frente al ingenuo que sólo le opone razones.

Que el señor Pablo Iglesias y los suyos pequen de ingenuidad y torpeza, no es pues algo nuevo, según creo. A veces me da la impresión que olvidan la diferencia, el abismo que existe entre ganar unas elecciones y hacerse realmente con el poder. Van a los paliativos, y suponen angelicalmente, que con una mayoría en el Congreso podrían cambiar España como un calcetín. Olvidan a Maquiavelo: nadie, nunca, cede el poder tranquilamente por las buenas. A la más mínima sospecha de que alguien o algo pudiera arrebatárselo, no dudarían en hacer uso de él, con todos los medios de violencia a su alcance, para destruirlo.

Véase la Historia: Salvador Allende, Tsypras… Y con todo, ¡qué hermoso sería ver la cara de estos señores que ganan siempre, siquiera por un momento, verdaderamente en apuros!

 

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