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¿Cómo será el mundo después del Coronavirus?

Por Carlos Almira , 6 abril, 2020

¿Cómo saldremos de la crisis sanitaria actual? Se me ocurren tres escenarios. Pueden tomarse como tipos ideales. Seguramente la realidad será distinta, en muchos aspectos imprevisible, y nos sorprenderá:

Al cabo de tres, cuatro meses, la pandemia empieza a remitir (escalonadamente, según los países). Hay una desescalada programada, un aflojamiento del confinamiento y por fin, una vuelta a la normalidad. Ahora bien, el mundo al que se vuelve ya no es el mismo que el que se dejó. Millones de personas han perdido todos o casi todos sus recursos y sus medios de vida: trabajadores, autónomos, pequeños y medianos empresarios. Los Estados están al límite de su capacidad. Unos pocos, muy pocos, como siempre, ven mejoradas sus posibilidades y su situación. Hay además, una realidad de desabastecimiento y de penuria, no sólo por la caída de la demanda solvente (hundimiento de la capacidad de compra de la población), sino también por el estrangulamiento de la oferta, al haberse cortocircuitado y dañado las cadenas de distribución y transporte a todos los niveles (global, continental, nacional, regional). El desbarajuste económico y la posibilidad muy real de una explosión social, fuerza a establecer medidas políticas extraordinarias, orientadas al recorte a corto y medio plazo de libertades: racionamiento, recorte drástico del gasto público destinado a personal y servicios no esenciales, refuerzo de la seguridad/represión desde el Estado y a nivel privado, etcétera.

Ante este panorama, la primera reacción de los agentes políticos y sociales (desde el poder político y económico), es intentar restablecer una normalidad que ellos consideran “natural”. Es decir, tratar la situación como una depresión económica clásica, bien que profunda, más profunda que la producida por el crack de 1929. Desde esta óptica, no se trata de cambiar de modelo sino de reactivar el antiguo. Los dos precedentes de respuesta más importantes son el New Deal (Keynes) y el Plan Marshall tras la Segunda Guerra Mundial. Reactivar la actividad empresarial, mediante inversiones y créditos masivos, fundamentalmente desde los Estados (por ejemplo, al nivel de la Unión Europea), y recuperar lo más rápidamente posible la inversión y el empleo, en el mismo contexto de la mundialización anterior.

Las razones aducidas son muchas. La crisis del invierno de 2020, aunque mundial, no es una crisis financiera. Ni siquiera tiene un origen económico (aunque a diferencia de la crisis de 2008 y de 1929 no afecta fundamentalmente al sector financiero sino a la economía real). Su origen está fuera de la economía, incluso fuera de la sociedad humana, en la Naturaleza. Por lo tanto, no pone en cuestión el modelo de la economía global, si bien lo daña, como el hecho de tener un accidente de tráfico no pone en cuestión el diseño del coche, aunque lo destruya. Hay, pues, que reconstruir, no cambiar.

Ahora bien: una parte de la sociedad viene contestando desde hace ya años precisamente ese modelo económico neoliberal. Desde su perspectiva, lo que ha ocurrido sí procede de la globalización económica. Así, el coronavirus no se hubiera propagado a nivel mundial ni a la velocidad que lo ha hecho, sin el actual modelo de transportes y comunicaciones y sin el turismo global de masas. Por otra parte, la propia irrupción de virus procedentes del mundo animal “profundo” es una consecuencia de la desforestación planetaria, promovida por la economía global, que ha puesto al organismo humano por primera vez en contacto con estos patógenos. Aparte, la crisis y el daño producido a este modelo económico, fragmentado y deslocalizado a nivel mundial, es una excelente ocasión para poner en pie otro que sea sostenible, revierta el desarreglo climático, ponga fin a la destrucción de especies y del medio ambiente (aguas, tierras, atmósfera…), y favorezca una redistribución más justa y razonable de la riqueza (el uno por ciento de la población, groso modo, concentra más del ochenta por ciento de la riqueza mundial).

La acción debe ir orientada, pues, no a la mera reconstrucción del modelo económico anterior sino a su transformación cualitativa en otro distinto. ¿En qué sentido? En dos, muy importantes: la relocalización de las actividades productivas, no sólo industriales, sino en el sector primario y en el de servicios, esto es, la activación de economías locales sostenibles; y la implantación de un modelo de producción y consumo energético nuevo, “verde”.

Si el correlato político de la primera vía es el mismo Estado de Partidos que ya existe, bien que en una versión más autoritaria y controlada por las élites, el correlato político de esta segunda opción es la profundización de la democracia, no sólo al nivel de las instituciones sino de la propia sociedad civil.

Por último, cabe una tercera vía: reconstruir el modelo económico dañado de la globalización pero con un sistema político nuevo, más parecido al de China que al occidental. El papel del Estado es, aquí, controlar y reprimir a la masa de la población (ya no hay ciudadanos sino personas afines al régimen, pasivos y disidentes), sin desestimular la actividad económica y la búsqueda del beneficio privado. En este modelo ya no caben las opciones políticas diferentes y enfrentadas, pero sí los multimillonarios y el poder de las grandes corporaciones, armonizado desde arriba (poder político), en sus respectivas esferas de acción. Para desmovilizar a las masas es imprescindible centralizar y reforzar el control de la información, incluido internet, favorecer la cultura de la sospecha y la vigilancia del vecino, y la estimular la satisfacción individual vía consumismo y cultura de masas.

De estas tres posibilidades ideales, la tercera me parece por momentos la mejor posicionada y la más peligrosa (para nuestra dignidad humana). China ya se presenta como el país que ha gestionado mejor la pandemia, junto a otros países de Asia. La cultura asiática de la comunidad y la distancia corporal, del Estado como ente natural y protector (Confucio). La apuesta por las tecnologías de represión, control y vigilancia del individuo, potencialmente siempre sospechoso y peligroso. El ejemplo dado por las sociedades occidentales durante el confinamiento, ejemplo de solidaridad pero también de sumisión (en este caso, sin duda, justificada moralmente).

La pregunta es: Si la primera vía de reconstrucción del modelo de la globalización neoliberal bajo el Estado de Partidos (girado hacia un mayor autoritarismo) no funciona, ¿nuestros actuales actores políticos y económicos en occidente preferirán la segunda opción o la tercera?

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