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Comanchería, de David Mackenzie

Por José Luis Muñoz , 27 enero, 2017

Se está revitalizando el western, un género que nunca ha muerto, aunque los caballos de crines al viento y cuatro patas hayan sido sustituidos por los de cuatro ruedas y motor diesel, pero el esquema argumental es el añejo y nunca falla. Diversos autores de novela negra (ahí me apunto) llevan hablando desde hace algún tiempo de la relación entre ambos géneros. Pues el escocés David Mackenzie (Corbridge, 1966)—Convicto, Al final de los sentidos, American Playboy— parece habernos escuchado a los que hablamos de ese maridaje perfecto que se da tanto en cine—el Clint Eastwood de Un día perfecto; los Coen de No es país para viejos o Fargo, entre muchos ejemplos—como en literatura: las novelas de Jim Thompson o Cormac McCarthy. Podemos decir que el western es el género negro en espacios abiertos y ambientes rurales, como, a la inversa, el género negro es el western en espacios cerrados y ambientes urbanos, y no andaríamos muy desencaminados.

Comanchería, que me gusta bastante menos que el original Hell or high water (Pase lo que pase), llega a nuestras pantallas, casualidad o deseo de los programadores, junto a otro western, este de factura mexicana: Desierto. Dos parejas de protagonistas en el del escocés, dos hermanos, Toby Howard (Chris Pine), divorciado y con problemas para pagar la manutención de su expareja e hijos, y Tanner Howard (Ben Foster), recién salido de presidio por haber matado a un padre maltratador, que se convierten en forajidos circunstanciales y asaltan bancos de una forma un tanto chapucera como afectados por las hipotecas y las subprime (el tema de rabiosa actualidad y quizá dé ideas en Europa), y frente a ellos una pareja de rangers texanos, un viejo sheriff llamado Marcus Hamilton (Jeff Bridges), con una pata en la jubilación y que no es de moverse mucho para atrapar a los delincuentes—una parte de la película permanece sentado frente a un banco, esperando que lo atraquen—, y su ayudante Alberto Parker (Gil Birmingham), un comanche medio mexicano de pocas palabras, cuyos caminos se cruzan porque unos transgreden las leyes y a los otros les pagan para perseguir a los que las transgreden, pero los cuatro están en el mismo bando: el de los perdedores.

Persecuciones por campo abierto y carreteras secundarias, violencia seca e impactante, diálogos impagables que dan fe de un buen oído—el toma y daca entre el sheriff y la chica de la cafetería a propósito de esa propina de 200 dólares que deja el asaltante, que el primero le exige como prueba y la segunda le niega por ser ya de su propiedad—, cuatro buenos actores de tres generaciones y un guion sin fisuras mantienen al espectador atado a la butaca mientras ese drama se desarrolla ante sus ojos y las simpatías se reparten por igual entre esos cuatro personajes que no deberían enfrentarse a tiros sino irse a tomar unas cervezas juntos en uno de esos salones que transitan por Texas, porque los enemigos de los cuatro son las entidades bancarías que asaltan unos y defienden, por contrato, otros. Robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo, Bertolt Brecht dixit.

Comanchería habla, además, lo que es de mucha actualidad y porque estamos ante un film negro social, de ese Estados Unidos blanco, pobre y abandonado a su suerte por los gobernantes que habita en la América profunda y es la que ha dado la victoria a Donald Trump, porque los tipos que no tienen para llegar a final de mes y viven en míseras caravanas cuyos buzones están a pie de carretera (los hermanos forajidos), no creen en el sistema político clásico y se agarran a un clavo ardiendo.

La inmensa llanura de Texas, un mar infinito de polvo, bien fotografiada por Giles Nuttgens, con sus máquinas de perforación y carreteras secundarias de tierra, sin la épica de superproducciones de antaño como Gigante, le sirve a David Mackenzie como escenario para desarrollar ese thriller poblado de personajes de carne y hueso —el diálogo ante la camilla vacía de la madre que murió explica el posterior proceder de esos forajidos inocentes; las pullas cariñosas que le lanza Marcus al policía comanche mientras comparten cuarto de motel dan idea de la entrañable relación entre esos dos defensores de la ley y el orden—y para pergeñar algunas secuencias impagables como cuando los hermanos Howard atracan una entidad bancaria de cierta envergadura y tienen que salir de estampida porque los clientes (estamos en Texas) sacan su artillería y pasan de rangers y policías. Texas es el genuino Oeste y poco ha cambiado, como esa América rural que retrata David Mackenzie que parece sacada de las páginas de John Steinbeck o William Faulkner: pobreza endémica.

Dos últimas anotaciones sobre este western con dos parejas de camaradas que destilan ternura. No es casual que el guion lo haya escrito Taylor Sheridan—ahí está Sicario de Denis Villeneuve, otro western negro modélico—, y una recomendación: vean la película en VO para no perderse esa extraordinaria, defectuosa o impostada, dicción de uno de los grandes actores del momento: Jeff Bridges.

Título original: Hell or High Water
Director: David Mackenzie
País: EE.UU
Año: 2016
Duración: 102 minutos
Estreno: 30/12/2016
Género: western negro

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