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Cobardes, violentos y homófobos

Por Fernando J. López , 1 abril, 2014

Una hamburguesería. De madrugada y en pleno centro de Madrid. Dos bestias que se lanzan sobre otros dos chicos y les dan una paliza. El motivo: son gays.

Un número cualquiera de la calle Fuencarral. Un coche que se detiene. Tres animales que se bajan del coche y agreden a un chico que vuelve a su casa. El motivo: es gay.

Un  recodo de Malasaña. Alguien que regresa caminando a casa. Un grupo de cuatro mastuerzos que le siguen unos pasos. Él se esfuerza por acelerar el paso y sube el volumen de su iPod mientras los insultos y comentarios hirientes se cuelan en su cabeza. El motivo: es gay.

Solo tres historias. Tres situaciones sucedidas en mi ciudad. Y en estos dos años. En 2013. En 2014. Qué importan las fechas cuando, gracias a individuos como estos, seguimos en plena Edad de Piedra. En una sociedad donde queremos creer que la homofobia ya no es un problema, porque es mucho más cómodo tragarnos la doctrina oficial y abandonar la lucha. Más sencillo, sí. Y más irresponsable, porque cuanto más nos adormilamos en esa falsa seguridad, más débiles y vulnerables nos hacemos frente al  odio de los intolerantes.

Hay que agradecer al PP y a la iglesia que hayan contribuido al incremento de las agresiones homófobas en nuestro país. Un aumento del que hoy se hacían eco en Interviú y que tiene mucho que ver con las barbaridades contra lesbianas y gays que de vez en cuando suelta alguno de esos tipos en sotana que se cree con derecho a juzgar la sexualidad ajena. Una espiral de odio y barbarie que está muy vinculada a acciones tan vergonzosas como el recurso del PP contra el matrimonio gay o a las declaraciones irresponsables y opusinas de más de uno de sus miembros.

Por eso, porque estoy hasta las narices de que haya quien se crea con derecho a intimidarnos o a insultarnos por nuestra forma de sentir, no voy a dejar nunca de ser visible. Ni de dar la cara. Ni de hablar de homosexualidad abiertamente en mi teatro. Y en mis novelas. Por eso defiendo con uñas y dientes La edad de la ira. Por eso escribí Cuando fuimos dos. Por eso seguiré incluyendo amores lésbicos, gays, bi y trans en cuanto escriba. Por eso no me voy a dejar amedrentar por esos salvajes que, en el fondo, solo saben agredir desde la cobardía. Siempre en grupo. Siempre en las sombras. Siempre en la oscuridad de la miseria moral en la que viven. Del odio en el que respiran.

Y por eso, aquella noche en aquel recodo de Malasaña, me di la vuelta. Intuía que no era lo más sensato, pero me quité los auriculares y los miré fingiendo una serenidad que no sentía. El miedo y la rabia no se notaron -me los tragué hasta hacerme daño- y el silencio de aquellos tipos que, ante la reacción inesperada, se callaron, hizo que ese esfuerzo casi mereciera la pena. Seguí caminando hasta que las fuerzas flaquearon, -sabía que había tenido suerte, que podía haber acabado mal, que, seguramente ni siquiera reaccione así si vuelve a repetirse- y, agotado, tuve que subir a un taxi en el que, al fin, desahogué los nervios. La impotencia. El hartazgo de vivir situaciones como esa. Momentos que, por supuesto, rara vez contamos. Porque vivimos en una realidad perfecta. Ideal. Arcoirisada y gaypridefelicísima… Una realidad que es espejismo y que debemos romper y verbalizar de una maldita vez.

La lucha no termina. Y la victoria solo puede estar del lado de quien defiende el respeto y la verdad. Nuestra verdad.

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