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Cabalismo categorial de Enrique Dussel

Por Eduardo Zeind Palafox , 4 abril, 2016

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Por Eduardo Zeind Palafox 

Los predicados, que son todo aquello que podemos decir sobre las cosas, según leemos en los «Tratados de lógica» del viejo y sabio Aristóteles, se van formando suavemente en la experiencia, que con sus rudimentos fragua en nuestra mente onomatopeyas que paran en nombres, movimientos de animales que acaban en danzas y cualidades que terminan siendo, a decir de los semiólogos, códigos.

Lo poco que logramos percibir y las fruslerías que podemos decir sobre lo percibido, constituyen nuestros predicados, que hechos sistema, «kósmos», cosmogonía, cosmología, culminan siendo un «horizonte categorial». Los términos esgrimidos son regalo de Enrique Dussel, que habló en reciente palique del periódico «La Jornada», de Veracruz, del «horizonte categorial semita» de Walter Benjamin, que trataremos de entender.

Todo lo que proferimos, lo que sabemos, si hemos de creer a Kant, está ligado íntimamente al medio ambiente en que vivimos, inocente idea inglesa que obliga a indagar los ámbitos que los semitas han enfrentado para construir su lengua. Lengua, aquí, es conjunto de categorías útiles para sobrevivir en un lugar determinado.

Con silogismos tradicionales, sencillos, conozcamos las lenguas griegas y la semita. El pensamiento griego, amigo de distinguir y separar, es distinto del semita, más proclive a relacionarse sin mucho remilgo con la contradicción. El griego procuró justificar intelectualmente su creencia en la eternidad del mundo y de las ideas, labor que lo llevó a creer en la inmortalidad del alma, sustanciosa, simple, única y comunicativa. El semita, al revés, no se tenía por ser apartado de mundo, sino por elemento mundano. Elocuente es Abraham, que en el libro del «Génesis» dice: «He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza».

Muy distinta será la percepción del que se cree consciente y despierto pedazo de Dios de la del que se cree fragmento de tierra. Para el primero las cosas se «cristalizan» (expresión que Stendhal usó para describir el enamoramiento) para satisfacer a su intelecto y para el segundo las cosas se cristalizan con él, lo cristalizan, lo eternizan. El griego marcha hasta las cosas y el semita permite que ellas vayan a él. Uno percibe, escucha, ve, palpa, y el otro afana ser percibido, escuchado, etc. Sean las muchas súplicas del «Salterio» evidencia de lo afirmado, y también Platón, que en la «República» sostiene que hay una «región que se manifiesta por medio de la vista».

El lenguaje de quien mira es calificativo, pictórico, y el del que es mirado es cuantitativo, anafórico, hecho para enfatizar y no para dibujar. Todo idioma de artista, decía Sartre, es pomposo, de manipulación difícil, como el italiano, hecho para príncipes.

Judíos y musulmanes, más que los griegos, que fueron abandonados por el sol y lanzados a la tragedia, creen en dos mundos que efectivamente influyen a la vida, que son:  el esotérico, oculto, que se recibe (la palabra «Cábala», «tradición», nace del verbo «KBL», recibir), y el exotérico, visible, que se percibe y consigue.

El «mesías», dice Dussel, es héroe, mesiánico, o en lengua helena «kristianós», ungido, noción proveniente del término semita «meshíakh», de «meshakh», aceite. ¿Luego Benjamin, como el profundo Marx,  como los ángeles Israfil, Gabriel, Miguel y Ridwan, vio la parte esotérica del cosmos, región que no se manifiesta por la vista, sino por el oído y el tacto, sentidos referenciales solamente, según dice Zubiri en su libro «El hombre y Dios»? Todo héroe es como el cabalista, descifrador de números y letras, justipreciador de lo invisible, como el poeta.


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