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La más grande ocasión que vieron los siglos pasados… Ni los venideros

Por Víctor F Correas , 7 octubre, 2014

Amanece. El mar se tiñe de rojo mirando hacia el oriente. Horas más tarde volverá a teñirse de semejante color y en todas direcciones: oeste, norte, sur…

LEPANTO CUADRO 2

Sopla una ligera brisa agradable en el Golfo de Lepanto. A pesar de su bisoñez ―24 años le contemplan― don Juan de Austria, hijo bastardo del emperador Carlos V, contempla el inmenso espectáculo desde ‘La Real’, la nave que comanda. Su vista se pierde entre las velas, aparejos, mástiles y banderas de la escuadra que espera sus órdenes. Galeras, no menos de 100; fragatas, allá por las 70; entre bergantines, galeotas, galeotas y naves de servicio, la cifra no baja de las 40. O más, quién sabe. Es imposible determinar el número exacto de embarcaciones. Y lo sabe. Tanto o más que las naves del turco, que esperan impacientes el momento. Su momento.

No sólo las embarcaciones esperan la señal convenida. También los 13.000 marineros y 31.000 soldados que venderán cara su piel y verterán su sangre a ese mar que ahora está calmado. En las tripas de una galera de la Liga Cristiana, un soldado español llamado Miguel de Cervantes se derrite por culpa de la fiebre que padece desde días atrás. Ve a sus compañeros prepararse para la batalla. Algunos le miran con envidia; él no morirá. Es un afortunado. Cervantes los ve marcharse y se encabrona. ¡”Yo también lucharé con mis hermanos!”, le oyen gritar mientras se levanta con la firme intención de marchar tras aquéllos. Nadie le puede retener. Luchará. Punto

También se preguntan por su suerte los 43.000 galeotes atados a los inmensos remos de las galeras, tan incierta como el futuro de la batalla. Si gana la Liga Cristiana seguirán remando; si pierde o mueren… Mejor no pensarlo. Los cristianos que bogarán en las naves turcas tienen la promesa de Alí Pachá, su almirante. Esos mismos a los que juró: “Si hoy es vuestro día, Dios os lo dé, pero estad ciertos que si gano la jornada os daré la libertad. Por lo tanto, haced lo que debéis a las obras que de mí habéis recibido”. Dicho y hecho, remarán como demonios aunque muchos de ellos sean cristianos. La libertad es la libertad.

Un cañonazo rompe la tranquilidad. Procede de ‘La Sultana’, la nave insignia de la flota turca.

― ¡Endiñadles otro, que no sea por quedarnos mudos! ―ordena Juan de Austria aceptando el reto.

Batalla. Sabe lo que se juegan unos y otros. Él, como Alí Pachá, también tiene algo que decir. Prefiere dirigirse a sus soldados. A cada uno, según su nacionalidad, una arenga, unas palabras de ánimo. “Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía dónde está vuestro Dios. Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos habréis de alcanzar la inmortalidad.

Durante unas horas las naves de unos y otros se movieron en un mar que sigue calmado. Cuando el viento empieza a soplar de poniente, las refriegas fueron alcanzando a todas las naves. El mar parece un tablero de ajedrez, galeras contra galeras, fragatas contra fragatas. “¡Raaaaca!”, “¡Raaaacaaaa!”. Retumban los cañonazos, los impactos de unos barcos contra otros, los gritos de los muertos, el lamento de los heridos, el ardor de los soldados que abordan al enemigo a la espera de recibir a la muerte a cara descubierta. Al soldado sudoroso y febril llamado Miguel de Cervantes un arcabuzazo le destroza la mano izquierda. Aúlla de dolor, pero sigue luchando. A su alrededor caen muchos compañeros suyos. Él sigue vivo. Vivo. Continúa respirando.

El mar vuelve a ser rojo como en el amanecer. Las cubiertas chorrean sangre, que cae al agua como embravecidas cataratas. Lo hará durante algunas horas más, pero la suerte está decidida a favor de la Liga Cristiana. El sentido táctico de Juan de Austria es determinante. Las naves cristianas aún darán caza a las pocas turcas que queden en pie tras desarbolar el ala izquierda de la escuadra otomana. El Mediterráneo puede respirar tranquilo. Y con él todos sus pueblos. La amenaza del turco ha terminado.

Tal día como hoy hace 443 años se vivió la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.

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