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Arde Cataluña

Por José Luis Muñoz , 17 octubre, 2019

Ficción y realidad son vasos comunicantes. Los acontecimientos violentos  que se están sucediendo en Barcelona remiten directamente al final de la película de moda Joker, cuando los ciudadanos de Gotham la emprenden con todo lo que encuentran, policías incluidos, e incendian la ciudad en una orgía de destrucción. Barcelona, Lérida, Tarragona y Gerona son Gotham estos días. Ahora sí, por fin, lo que pedían a gritos los separadores, tiene lugar, la violencia, que ha estado ausente de todo este proceso, ha eclosionado con toda su virulencia: sus deseos se han hecho realidad.

La revolución de las sonrisas y de las manos levantadas ha dado paso a la de la ira, el puño cerrado y el fuego. Tantos años de contención han estallado tras esa explosión de TNT de una sentencia a todos ojos excesiva, desproporcionada y provocadora del Tribunal Supremo. Pero no conviene generalizar, a pesar de que esas imágenes de las ciudades de Cataluña nos retrotraigan a los peores años de la kale borroka del País Vasco; la mayor parte de la ciudadanía, incluida la de la que quiere la independencia, se ha mantenido firme en su pacifismo y rechazo a la violencia.

La situación se ha desbordado y está fuera de control y los violentos llevan la iniciativa a pesar de la contundente presencia policial y sus acciones muchas veces cuestionables (los disparos de las escopetas). Los violentos son unos pocos miles, pero suficientes para crear el caos; están preparados para la guerrilla urbana y probablemente  hayan venido activistas radicales de otros puntos de la Península y Europa por el efecto llamada para reforzarlos.

El que los referentes pacíficos de la revuelta estén en la cárcel, condenados a nueve años de prisión por ejercer el derecho a manifestación pacífica, tiene como consecuencia la acefalía política (Joaquim Torra es todo lo contrario a un líder) del movimiento independentista. Un Jordi Cuixart en libertad habría pedido a los incendiarios  que abandonaran la calle. Sin ese liderazgo pacífico, los violentos han tomado la iniciativa en una batalla campal irracional en la que La República Catalana ha quedado en un segundo plano, ahogada en la testosterona de los enfrentamientos físicos. No se ve solución a corto plazo que no pase por el cansancio de los vándalos y crucemos los dedos para que no se produzca ningún daño irreparable en los días que vendrán.

Para su desgracia, los movimientos pacíficos o son muy largos en la consecución de sus objetivos o fracasan al no poder doblegar al poder. La batalla de los medios es fundamental en el mundo en el que vivimos y el poder de las imágenes no tiene parangón. Una Barcelona en llamas es suficientemente espectacular para que cope todos los medios de comunicación como icono de la revuelta. En la mente de todos está la revolución de los paraguas de Hong Kong (violenta), la de los indígenas de Ecuador (violenta hasta el punto de obligar al gobierno a abandonar la capital) y de los chalecos amarillos franceses (violenta), y las tres consiguieron sus objetivos y siguen más allá de ellos.

El problema del independentismo catalán es que su objetivo final, la creación de un nuevo país, es inviable, y lo saben sus instigadores.  La mitad de los ciudadanos de Cataluña no está por la secesión. No hay absolutamente nada más que humo detrás de esa ensoñación llamada República Catalana, un simple desiderátum, más humo ahora con una sentencia inaceptable y las hogueras de los incendiarios.

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