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Albi, la ciudad roja

Por José Luis Muñoz , 25 febrero, 2015

IMG_8659Algo más de cincuenta kilómetros separan Tolosa de Languedoc de Albi, villa de algo más de cincuenta mil almas. La ciudad de los cátaros, hombres puros, cruzada por el río Tarn, que ha dejado un islote de sedimentos más allá de sus dos puentes, uno de ellos el más antiguo de Francia, se arracima alrededor de su imponente catedral fortaleza edificada en lo alto de una colina.IMG_8661

Lo primero que asombra al visitante, ante ese monumento de ladrillo, como toda la edificación de Albi, tan lejana a las canteras pirenaicas como próxima a las arcillas del rio Tarn que sirvieron para construir toda la ciudad, es su altura desproporcionada. La catedral de Albi, que más bien parece una fortaleza inexpugnable con robustos torreones, se acerca al cielo, como los castillos de los heréticos cátaros, aquellos hombres y mujeres que buscaron la pureza a través de la abstinencia carnal, negaban la existencia de Cristo y fueron pasados a cuchillo y quemados por los católicos ortodoxos.

IMG_8668Dos siglos tardaron en construir el mayor edificio de ladrillo del mundo. La primera piedra, o mejor dicho, el primer ladrillo, se colocó en 1282, en pleno apogeo del románico, y el último en 1480, durante el esplendor del gótico. La catedral, bien visible, ocupa el centro de una enorme plaza desde cuyos laterales puede contemplarse en toda su grandiosidad como si se tratara del zócalo mexicano. Su campanario culmina una imponente torre defensiva de 78 metros de altura desde la que se domina toda la región a vista de águila, como los castillos de los cátaros que buscaban cumbres inexpugnables.

IMG_8669La austeridad militar de todo el exterior del templo dedicado a Santa Cecilia, con ventanas gigantescas situadas a una altura anormal, contrasta con el acabado de gótico flamígero de su baldaquín de la puerta de entrada, tallado en piedra blanca, y de las esculturas que enmarcan su pórtico.

IMG_8673El interior de la catedral de Santa Cecilia nada tiene que ver con su fachada imponente y austera. Paredes, techos, columnas y arcos aparecen profusamente pintados a lo largo de sus treinta capillas siguiendo la moda francesa de decorar los interiores de los edificios eclesiásticos. La bóveda está pintada de principio a fin en color azul, el azul real, el mismo que se encuentra en muchos marcos de puertas y ventanas de las casas de Albi, y fueron artistas italianos de Bolonia los que se encargaron de su decoración entre 1509 y 1512. Pintores flamencos anónimos pintaron las escenas del Apocalipsis que decoran las gigantescas columnas que forman el impresionante arco tras el altar central y por debajo del enorme órgano Moucherel de 16 metros de ancho por 15 de altura. Cientos de almas desnudas, en posiciones humillantes, retorciéndose por el pánico y el dolor, dan cuenta de sus conductas en la tierra ante ese momento crucial del Juicio Final en tres espacios que representan tierra, cielo e infierno y con pinturas al temple que se conservan perfectamente y nunca fueron restauradas.

IMG_8674El coro, de finales del siglo XV, y su estatuaria, 270 piezas en piedra blanca, es otra de las joyas de esta catedral que mide 113 metros de largo por 35 de ancho y cuya superficie pintada ocupa 18.500 metros cuadrados.

IMG_8678Pero Albi es, además de epicentro del catarismo, la ciudad que vio nacer a Henry Toulouse Lautrec. El genial pintor y cartelista, que pasaba sus tardes y noches pintando en el Moulin Rouge, el Folies Berger o el Moulin de la Galette de Paris, sumergido en copas de absenta, está presente en las calles de Albi, en sus librerías, restaurantes y tiendas cuyos escaparates recogen muchas de sus frases ingeniosas: Beberé leche cuando las vacas coman uvas, por ejemplo.

IMG_8687Al lado de la catedral el visitante encontrará el palacio de la Berbie, edifico episcopal que tiene también un aspecto militar. En su interior se puede admirar una extensa colección de bocetos y apuntes, muchos de ellos sobre cartón, de Henry Toulouse Lautrec que dieron luego lugar a cuadros y carteles del pintor de Albi, entre ellos el bailarín negro Chocolat, captado por la maestría del pintor en el momento de iniciar su danza en el mítico Moulin Rouge.

IMG_8692Entre las obras que completan este museo destacan una tabla flamenca anónima del descendimiento, de factura exquisita, y, perdida entre obras menores de pintores locales, un busto de Honoré de Balzac de Auguste Rodin y desnudos pictóricos y escultóricos de Aristide Maillol.

IMG_8716Desde los jardines que bordean el palacio episcopal, con setos primorosamente recortados en dibujos geométricos, la ciudad aparece alineada a lo largo del rio Tarn cruzado por dos puentes, el viejo, peatonal y gótico, y el nuevo, llamado de 22 de Agosto de 1944 que se prolonga por la avenida Georges Pompidou y la Jean Moulin que bordea el Jardín Nacional;  las aguas del ancho Tarn antiguamente movieron las muelas de un enorme molino situado en una de sus orillas y siguen discurriendo por debajo de él aunque ya no haya trigo que moler.

IMG_8738A las seis de la tarde la ciudad roja edificada con la arcilla de los sedimentos de su río, enciende sus luces, pero sus calles siguen igual de tranquilas y silenciosas que cuando he desembarcado a primera hora de la mañana. Un paseo por sus vías peatonales me lleva a la iglesia de San Salvi, románica, empezada en piedra y terminada abruptamente en ladrillo, cuando se terminó aquella, y a admirar las fachadas de algunas casas antiguas cruzadas por vigas exteriores. Por la Rue des Maries paso por sombrererías, un gran mercado cerrado e inmobiliarias cátaras establecidas en un territorio en el que siglos atrás dos fanatismos religiosos se enfrentaron y originaron un baño de sangre auspiciado por el papa Inocencio III y su cruzada contra los albigenses dirigida por Simone de Monfort, noble de triste memoria porque bajo cuyas órdenes se pasó a cuchillo a veinte mil ciudadanos en la zona.

IMG_8741Ceno en un exquisito restaurante a pocos pasos de la plaza de Santa Cecilia. A la salud de este hermosa ciudad roja me meto entre pecho y espalda un exquisito confit de pato regado con buen vino de Gaillac y termino mi ágape privado con una tarta tatin sencillamente deliciosa que me reconcilian, tras encuentros muy frustrantes con fogones de Normandía, Bretaña y Alsacia, con la gastronomía francesa.

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