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Al otro lado

Por Rafa Caunedo , 26 mayo, 2017

He ido a la Feria del libro de siempre. Me gusta hacerlo solo, a mi aire, y quedar al final con alguien a tomar algo en una terraza, por lo general una cerveza fría acompañada de unas humildes aceitunas. Un año fui con mi padre; nos despedimos al inicio de la mañana y volvimos a vernos a la hora del aperitivo. Agotados, nos sentamos bajo una beatífica sombrilla y mostramos nuestras adquisiciones. Serán los genes, pero resultó que nos habíamos comprado los mismos libros, dedicados además con las mismas palabras de sus autores, con la diferencia de un pequeño matiz en el nombre: él es Rafael y yo soy Rafa.

Nunca me gustó mi nombre, Rafael. Me suena viejuno. Sin embargo, pese a que nadie me llama así, lo he elegido para que aparezca en las portadas de mis novelas. Rafael. Lo veo y parece que los libros los ha escrito mi padre. Luego abro la solapa y veo mi foto, con cara de querer parecer interesante, y me convenzo que en realidad soy yo. Este libro lo he escrito yo, me digo henchido de orgullo. Y lo miro, lo sopeso, lo huelo y después lo dejo en el altar de mi biblioteca donde guardo los sueños cumplidos.

Ahora vuelvo a la Feria como autor. Ya lo hice el año pasado. Tal vez escriba este artículo para terminar de creérmelo. Veo en la caseta una foto mía con mi nombre. Han puesto Rafa Caunedo, como para dejar bien claro que soy un tipo accesible, fácil. Lo de Rafael suena distante. Por los altavoces oigo de pronto mi nombre. Me citan para anunciar el horario de firmas. Es verdad, tengo que firmar y me he venido sin bolígrafo. Después de mí nombran a Javier Marías. Esta es la ocasión que más cerca he estado de él, exceptuando el año que me firmó con su zurda cerrada un par de sus novelas. Me miro la mano y me siento orgulloso de ella. Siempre he venido para ver a escritores firmar, para charlar con ellos, para estrecharles la mano a ellos y besarlas a ellas, con el deseo de que me transmitieran inspiración y capacidad para disponer palabras en un orden estético que encandilara a las masas. Hoy vengo a firmar, a que me estrechen las manos ellos y me besen ellas. Vengo a estar al otro lado.

Paseo antes de ir a la caseta 189, la de Versátil. Nadie me conoce. Si fuera Vargas Llosa no podría ni andar. Miro, observo, analizo. Todos esos escritores allí sentados, unos dando vueltas a su bolígrafo esperando que alguien se acerque, otros mirando de reojo la cola del vecino, la mayoría hablando con algún lector. En breve me toca a mí. Voy pensando en que la vida tiene momentos estelares que merecen pasar muy despacio. Este es uno de ellos. Quiero que se alargue en el tiempo. Supongo que es un capricho de escritor iluso. Está bien, lo acepto, no me importa serlo.

Veo a mi padre caminar hacia mí. Ha venido pronto. No se pierde ni una, y esta menos. Rafa y Rafael en medio del río de gente. Se le ha olvidado el número de la caseta a pesar de que se lo he repetido mil veces: 189, papá, 189. Tiene la mirada algo ida. Sé que ha venido para verme ahí detrás, bajo mi foto, sentado junto a una pila de libros, de los míos, todos iguales. Me ha dicho que quiere la primera firma, antes que la de Marías y la del otro.

La primera firma de la feria es para él, claro. Espero me de suerte. Si quieres hacerme algo más feliz de lo que soy −o estoy−, solo tienes que parar cuando me veas y saludarme. Me basta con que alces la mano, no te pido que saltes sobre el mostrador para abrazarme. Una sonrisa cómplice también me basta. En cualquier caso, haz como que me ves. Un abrazo.


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