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Abbas Kiarostami: “La mirada contemplativa”

Por Redacción , 15 marzo, 2014

AUTOR: MARIO BLÁZQUEZ

Nacido en Teherán, en 1940, es uno de los directores más reconocidos del árido panorama cinematográfico iraní. Un cine al que siempre van unidos impedimentos políticos que dificultan ya no sólo su distribución, sino incluso en ocasiones, su clandestina realización.

Kiarostami

Podríamos considerar algunos de sus recientes trabajos más destacados como “El sabor de las cerezas” (1997), “El viento nos llevará” (1999), la primera incursión lejos de su territorio, la coproducción iraní-francesa-italiana “Copia certificada” (2010) o su última película realizada en Japón, “Like someone in love” (2012). Pero para concebir el cine de Kiarostami en toda su esencia, lo conveniente es remontarse a esa denominada trilogía Koker o trilogía del terremoto, rodada íntegramente bajo producción iraní y que el director inició tras el terremoto ocurrido en el norte de Irán en 1990.

La trilogía Koker, hay que aclarar, se trata de películas independientes que no siguen un patrón temático ni tienen que verse de modo unificado, representa uno de los mayores ejemplos de “cine dentro del cine”, derivado de la falta de medios más que de una razón puramente artística. Cada película se nutre, se financia y se retroalimenta de otra en una extraña y perfecta estructura. “¿Dónde está la casa de mi amigo?” (1987)  refleja esa realidad desnuda, cotidiana, incluso banal, en la que el sencillo argumento gira en torno a un chico que por error, ha cogido el cuaderno de deberes de un compañero de clase al que el profesor ha amenazado con expulsarle si no realiza los ejercicios. La odisea del protagonista en devolverle el cuaderno a su compañero, nos incita a reconsiderar la relatividad de la trascendencia. Para el muchacho, devolver ese cuaderno es una cuestión que va más allá de la ética, la obligación moral o los valores humanos, convirtiéndose para él y el espectador en una misión primordial. Esa ingenuidad, o más bien, esa naturalidad humana sin mancillar, incluso en las circunstancias más acuciantes, es la que representa esos detalles que están por encima de otras necesidades que nos parecerían más imprescindibles. No hay más que ver el contraste de la angustia de ese muchacho en cumplir su quimérica misión, con la apreciación ligera que de ella hacen los adultos que le rodean. Tanto que lejos de ayudarle, suponen sus más recios impedimentos, anteponiendo sus nimios intereses a la voluntad del protagonista.

“Y la vida continúa” (1991) toma la excusa argumental de un director de cine (aludiendo al propio Kiarostami), acompañado de su hijo, que regresa a los escenarios donde rodó una película para visitar a los niños que participaron en ella tras un terremoto (Se trata de la película “¿Dónde está la casa de mi amigo?”).

“A través de los olivos” (1994), no es más que una película surgida del propio rodaje de “Y la vida continúa”. Es esta sin duda la película que condensa la obra Kiarostami, que además supuso su impulso internacional al ganar el Festival de Cannes de ese mismo año. La cámara, rácana en planos, abusando de los planos generales, la reiteración y la contemplación de los silencios y la inacción de esa cotidianeidad rural, asiste al florecer de una historia de amor que jamás en una pantalla ha respirado tanta autenticidad con tan pocos recursos. El improvisado actor de la región de Koker, destapa durante el rodaje su profundo amor por la otra muchacha que ejerce de actriz, cuyos padres le rechazaron por su falta de recursos. Su impotencia por la inaccesibilidad a ella, por una cuestión social, se convierte en un tormento para el propio espectador, que siente esa sensación de exasperación y a la vez ese empuje tan puro y desprovisto de racionalidad. El resultado es que la historia de amor imposible e irrefrenable de ese incansable muchacho, irrumpe de tal modo en el rodaje de la película que termina convirtiendo el rodaje en la propia película.

La filmografía de Kiarostami en su país de origen nos descubrió ese cine naturista, contemplativo, exento de artificios, frases manidas o movimientos mecanizados. El peregrinaje de sus películas es como el de sus personajes, siempre en la carretera, solitarios, en largos trayectos sin paisaje, sin destino aparente y sin prisa. Y con el tiempo, brota ese poso poético, como el imborrable plano final de “A través de los olivos”, donde la muchacha abandona el rodaje de la película una vez finalizada para marcharse a su casa.

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