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Yo, apátrida

Por José Luis Muñoz , 3 septiembre, 2017

El ambiente se está envenenando desde hace ya tiempo y los sangrientos atentados de Barcelona han visibilizado la división de una sociedad catalana fracturada por unos y otros. Unos por ir hacia delante con un referéndum sin validez jurídica que ya cifran en una participación de solo el 30% (los dos millones de fieles) para darlo por válido; otros, por no haber pactado y permitido ese referéndum en su momento que hubiera clarificado la situación. Ya es tarde para todo.

La defensa numantina de la actuación de los mossos no ha podido tapar un sinfín de lagunas achacables, sobre todo, a sus mandos. Calificar de exitosa una labor que no ha evitado un atentado, la detección de una célula yihadista de quince personas en una población pequeña como Ripoll, la personalidad de un oscuro imán fichado y sus conexiones internacionales y no vincular la explosión de la casa de Alcanar con terrorismo más que a posteriori,  me parece osado. La aniquilación casi total de los miembros del comando, cuando ya habían cometido el atentado de las Ramblas y Cambrils, certifica la buena puntería de algunos miembros de la policía autonómica, pero también un gatillo fácil. ¿Es el modelo Harry El Sucio que quieren implantar? El deber de la policía es poner a disposición de la justicia a los delincuentes para que sean juzgados si estos no amenazan su seguridad. De tenerlos vivos se podría haberse sacado información valiosa y, lo más importante, meterse en la cabeza de ese grupo de jovencísimos y poco devotos musulmanes que fueron capaces de urdir semejante carnicería.

Las flores, como dice el telegénico major Josep Lluis Trapero que compensa las carencias del conseller Joaquim Forn, han dado paso a la mierda a las dos semanas de los atentados. No es El Periódico, precisamente, un diario sospechoso de confabularse para hundir en el desprestigio a los mandos policiales catalanes. Podría dudarse de haber aparecido esa información en El Mundo, La Razón, ABC o El País. Parece confirmarse, con todas las cautelas posibles (Julian Assange lo niega categóricamente y carga contra el medio de información catalán y contra su director; otros vinculan a Enric Hernàndez con el entorno del caballero oscuro: Alfredo Pérez Rubalcaba), que servicios de inteligencia norteamericanos avisaron de que se planeaba un atentado en las Ramblas de Barcelona. Sin ser servicio de inteligencia ni ser americano, yo, como muchos barceloneses, dábamos ese atentado por descontado, y, a pesar de ello, no se blindó el emblemático paseo. La seguridad total no existe, pero es un deber de las fuerzas de seguridad minimizar el impacto de los posibles atentados sabiendo que los yihadistas buscan las aglomeraciones.

Detrás de todo este cruce de reproches (irresponsable que no se permita la entrada de los mossos en la Europol) hay una guerra sórdida entre administraciones enfrentadas a muerte. La Generalitat empeñada en mostrar un perfil de estado que no ha tenido más que en sus ruedas de prensa; y el Gobierno Central guardando un profundo silencio sobre el tema en el que no necesita abundar, sólo esperar. Mientras, el telegénico Josep Lluis Trapero carga contra el mensajero y éste se defiende diciendo que corroboraron esa información miembros de la Generalitat (quizá algunos de los altos cargos recientemente purgados por no creer en el procés).

Reina veneno en el ambiente y más se envenena cuando Carles Puigdemont pone su guinda al afirmar que esa ensoñación de República Catalana deberá contar con un ejército (tierra, mar y aire) moderno y eficaz que no sabemos quién pagará. La gestión del atentado por parte de los mossos va en la dirección contraria de ese estado eficaz que a toda costa intentan vendernos. Y, mientras, veneno, dosis de odio en esa manifestación vergonzosamente partidista, llena de esteladas, en la que muchos supeditaron los muertos a la entelequia de patria, como si el centenar de víctimas lo fuera por la pérfida España.

 

Ante la tesitura, me declaro apátrida.

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