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Violencia machista o cómo seguir construyendo una sociedad fallida

Por Marisa Cuyás , 4 abril, 2014

Quizás para algunos ciudadanos resulte difícil imaginar como una persona puede soportar en silencio: aislamiento, secuestro, miedo, vergüenza, tortura psicológica y física, ataques constantes a su dignidad, hambre, dolor, vejaciones, violaciones.. Y todo ello mientras muchas mujeres luchan cada día por decidir si quieren seguir viviendo o sería mejor estar muertas frente a una soledad fría y silente cuya única razón de vida son sus hijos, esas otras personas también olvidadas que cada día sufren conviviendo con traumas que les acompañaran probablemente a lo largo de todo el camino de su vida.

Lo que algunas personas califican de problema otros lo consideramos dramas diarios, atentados que se repiten insistentemente a través de los años sin que nada cambie demasiado, más bien todo lo contrario ya que ahora se añaden a esta perversa ecuación nuevos participantes, los jóvenes, que comienzan a seguir esos mismo patrones de violencia.

Miles de mujeres son víctimas de la violencia machista en diferentes partes del mundo y el único logro conseguido hasta el momento para intentar erradicar esta indigna lacra es algún minuto de silencio, una noticia que apenas llena los informativos a modo de suceso y una fecha conmemorativa que hace visible una vez más la soledad y la necesidad de apoyo a todas estas mujeres y niños que sufren demasiado, mucho más de lo que se puede llegar a soportar sin ser culpables de una situación que nunca han buscado. Quizás si cada uno de nosotros nos pusiéramos en su piel tan sólo durante unos minutos podríamos llegar a sentir la crueldad en estado puro y el grito de rechazo ante los despreciables maltratadores podría llegar a convertirse en una acción diaria, algo que de momento parece sólo un simple sueño de momento lejano e inalcanzable.

Mientras las instituciones han de ser las que se encarguen de proteger a todas estas mujeres sin presente, los jueces deberían entender la necesidad de aplicar las medidas cautelares oportunas ofreciendo seguridad ante una muerte más que anunciada y todos nosotros, el resto de la sociedad tendríamos que sentirnos responsables por cada mujer que sufre violencia machista añadiendo un nuevo fracaso al desarrollo de una sociedad fallida, la nuestra.

Ni la situación económica, ni el grado de educación se convierten en salvaconducto para evitar ser víctimas de estos crueles atentados. ¿Cuántas veces hemos pensado en denunciar como testigos los gritos de auxilio o los golpes sordos que se producen en esos hogares cercanos a los nuestros?, ¿alguna vez hemos pensado que nuestro silencio nos hace cómplices?. La ayuda, el apoyo y la implicación diaria de la sociedad debería convertirse en la herramienta fundamental para exigir a las instituciones las acciones necesarias con las que erradicar lo que desde hace siglos viene convirtiéndose en una situación cotidiana en demasiadas viviendas que no hogares, y que por ende puede hacer pensar a esos ahora niños que la única forma de relacionarse con la que será su pareja llegará a través de la violencia, del poder de la pertenencia y del desprecio más absoluto, aprendiendo conductas abominables que llegan a asimilar con total naturalidad, mientras por el contrario las hijas corren el riesgo de asumir el rol sumiso de la madre aceptando el miedo como el más fiel compañero de viaje a lo largo de su vida.

Esquemas repetidos con el transcurrir de los años a los que les hemos puesto nombre pero que seguimos considerando ajenos y lejanos. Ya no cabe la ignorancia, la responsabilidad de este fracaso social es de todos y frente a ello solo podemos lanzar un único grito de rechazo, presión frente a todas las instituciones para que cumplan su obligado papel, denunciar aquellas situaciones que ocurren a nuestro alrededor y sobre todo hacer ver a todas esas mujeres que no están solas, que no han de sentir vergüenza y que ellas no son culpables.

Hoy como cada día mi voz se une a todas esas otras voces silentes presas del miedo, mientras haya una mujer que sufra nuestra responsabilidad es poner sonido a esas gargantas ya secas y cansadas.

 

 

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