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¿Va a acabar el progreso técnico con nosotros?

Por Carlos Almira , 27 abril, 2017

El éxito de una forma de vida, de un mundo como el nuestro, siendo un fenómeno histórico complejo, tiene mucho que ver desde su origen, con la eficacia. La eficacia es, entre otras cosas, el resultado de un desarrollo técnico exitoso, tanto en las relaciones que establecen los seres humanos entre sí (comunicación), como en las que establecen con su entorno vital (producción y destrucción). El éxito de nuestro proceso tecnológico es inseparable de su creciente complejidad. Así, el paso de la comunicación por correspondencia escrita, al telégrafo, el telegrama, el teléfono, el fax, internet… Cada procedimiento técnico nuevo es una mejora del anterior, en el sentido de que redunda en una creciente eficacia para los fines que persigue. Ahora bien, y esta es la tesis fundamental de este artículo: en un momento determinado de este proceso de avance técnico, cada mejora añadida vuelve un poco más innecesario el fin para el que, inicialmente, se concibió. Por ejemplo, el contacto humano con el entorno real es menor entre los usuarios de internet que entre los participantes en un intercambio epistolar prolongado en el tiempo. Puede ocurrir entonces que el fin perseguido inicialmente, la comunicación en general entre los seres humanos, cambie o se desvirtúe, convirtiéndose en otro muy distinto, como un resultado inesperado de este progreso técnico: por ejemplo, el aislamiento de los usuarios, volcados sobre la pantalla de su teléfono móvil. Lo mismo cabe decir de la automatización de la producción industrial (robotización), o de la inversión en la Bolsa (trading de alta velocidad). Así, por ejemplo, hoy pueden realizarse mediante algoritmos por ordenador, cientos de operaciones bursátiles en una milésima de segundo. Todo esto puede acabar redundando en una pérdida de contacto creciente con el entorno (la “realidad”). Por ejemplo, el algoritmo que compra y vende valores por telefonía en la Bolsa, ignora por completo, por definición, la realidad de las empresas sobre las que opera. Del mismo modo, que el usuario absorto en la pantalla de su teléfono móvil ignora la calle por la que va. La inversión empresarial en el primer caso, y la comunicación humana en un sentido amplio, en el segundo, pasan a convertirse así en algo secundario, si no problemático. De este modo, la “realidad” escapa cada vez más al control de propio proceso técnico. El progreso de la tecnología, que había fundado y consolidado históricamente el desarrollo y el predominio de nuestra civilización occidental, y su expansión a escala planetaria, acaba por minarlo, por amenazarlo, y por sentar las bases de su colapso y su ruina final.


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