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Una clase de Historia

Por Carlos Almira , 27 agosto, 2015

Quiero hablarles de China. El maestro suspira. Del pánico en la Bolsa de Sanghai, de la Economía Mundial. Un bostezo discreto vuelve, como la réplica de un seísmo, desde las bancas de los estudiantes de Primero de Historia. Todo lo humano se repite, decía Marx: primero como tragedia y luego como comedia. Eso es, se vuelve hacia las bancas, calculando el efecto teatral de su última afirmación: quiero hablarles de Historia.
En 1949 el Partido Comunista liderado por Mao Tse Tung, terminó su conquista del país (a excepción de la isla de Formosa, donde los nacionalistas se habían hecho fuertes con la ayuda de los EE.UU.). Ese Partido fundó entonces la llamada República Popular China. En aquel momento, la inmensa mayoría de la población eran campesinos. A ellos deben los comunistas su triunfo final en la guerra civil ese año: 1949.tl-10-maoyennan1944_NARA-640px
Durante muchos años, casi hasta el retiro y la muerte de Mao, China fue un país atrasado, abrumadoramente rural, sometido a un régimen de Partido Único, administrado despóticamente. Sobre todo el interior y el occidente desértico y montañoso, entre el Himalaya y el Asia Central. Por el contrario, en el extremo oriente fueron creciendo las ciudades, entre la antigua colonia Británica, Hong Kong, y la capital, Beiging. En esta franja, entre el norte y el Mar de la China hacia el sur, se fue concentrando la inteligencia, el poder, y muy pronto, bajo el sucesor de Mao al frente del Partido, el pragmático Deng Tsiao Ping, (autor de aquellas inmortales palabras dirigidas, creo, a Nixon: «no importa que el gato sea blanco o negro, sino que cace ratones»), muy pronto también el dinero y una tímida actividad empresarial privada.
Tras la fallida revolución democrática, televisada a todo el mundo en los sucesos de la Plaza de Tiananmen, en plena época de descomposición del bloque soviético, el Partido Comunista Chino logró imponer una vía, dentro de la milenaria tradición imperial y confuciana, consistente en un sólo modelo político, el comunista, y dos modelos económicos: el dirigido por el Estado y el Capitalista privado. A partir de ese momento, que coincide también con el despegue neoliberal y de la mundialización del capitalismo desde occidente, se produce el milagro económico chino que va a asombrar al mundo, hasta hoy.Tiananmen_tanque
En este punto se oye un bostezo mal contenido entre las bancas. “Vaya rollo”. El maestro vacila un instante, pero retoma rápidamente el hilo de su explicación:
Y aquí viene lo interesante, prosigue: la tragedia y la comedia de la que les hablaba al principio. Les pido un poco de paciencia, que ya acabo. Escuchen. Tose un poco teatralmente:
Al principio, todo iba a pedir de boca: cientos de millones de trabajadores, muchos de ellos de origen campesino, se pusieron a disposición de la producción privada, concentrada en las grandes ciudades del extremo oriente y el norte de la franja del Mar de China. Gracias a esta mano de obra barata, dócil, laboriosa y concienzuda, y a la disciplina política compartida por los trabajadores y los nuevos empresarios, algunos de ellos pronto millonarios (pero tan sumisos al poder de Beijing como sus antepasados, los grandes mercaderes y artesanos de las dinastías históricas, los manchúes, etcétera), gracias a todo esto, las exportaciones chinas no tardaron en rivalizar con las japonesas, las europeas, y hasta las norteamericanas. La economía del país empezó a crecer anualmente entre un doce y un quince por ciento, mucho más que las economías occidentales durante los treinta años gloriosos tras la Segunda Guerra Mundial. Se produjo incluso un reajuste demográfico, natural y espacial: millones de campesinos entraron en el nuevo circuito capitalista; se impuso la política de un solo hijo; la población se acomodó y empezó a envejecer, sobre todo en el entorno urbano. En fin, se repitieron los mismos procesos que en Europa y Norteamérica tras la primera Revolución Industrial, en el siglo XIX.hong-kong-democracy-protest-alex-ogle-afp-getty
Como es lógico, fue imposible evitar que las migajas de la prosperidad, originada por las exportaciones a Asia, al mundo, llegasen poco a poco a la población china, cada vez más descontenta en el plano laboral. Empezaron tímidamente las demandas de aumento de salarios, de mejora de las condiciones de trabajo y retiro. Las huelgas, las críticas. Todo esto era intolerable, pero no hubo más remedio que asumirlo y encauzarlo. Por si fuera poco, en grandes ciudades como Hong Kong existía una tradición liberal, de crítica, y una clase media y estudiantil más parecida a las de occidente, a menudo indócil a las autoridades y cada vez más contestataria.
Los dirigentes de China, el Partido, y las grandes empresas (muchas de ellas ya vinculadas al capitalismo mundial, algunas de ellas multinacionales extranjeras), hicieron frente resueltamente al cambio social que la propia prosperidad estaba provocando. Al principio, pudieron recurrir a las grandes reservas de trabajadores campesinos de las zonas atrasadas del interior y el occidente del país, e incluso a trabajadores inmigrantes de los países asiáticos vecinos, para intentar mantener el modelo de bajos costes, alta competitividad exterior y exportaciones. Pero pronto esta solución se hizo cada vez más difícil. Huelgas en sectores claves, como el automóvil, les forzaron finalmente a ceder. Y el salario de los trabajadores chinos empezó a crecer a un ritmo que haría enrojecer a nuestros líderes sindicales en occidente (si aún tuvieran sangre en sus adormecidas venas). Una risita.

JAENSCHWALDE, GERMANY - AUGUST 20:  Steam rises from cooling towers at the Jaenschwalde coal-fired power plant on August 20, 2010 at Jaenschwalde, Germany. The Jaenschwalde power plant is one of the biggest single producers of CO2 gas in Europe. The area of northern Saxony and southern Brandenburg is scarred with active and former lignite coal mines that feed local power plants like Jaenschwalde, and a large-scale project is underway to flood the massive pits and convert them into lakes for tourism. The Lausitz and Middle German Mining and Administration Association (LMBV) is converting a total of 51 former mines into lakes, and a similar project is planned for former mines in neighboring Poland.  (Photo by Sean Gallup/Getty Images)

China había basado su modelo productivo en el de Inglaterra y Alemania durante el siglo XIX: una industria movida por el carbón y el petróleo; una producción en masa, agresiva con el medio ambiente; una inversión faraónica en infraestructuras, con recursos públicos; una división implacable del trabajo y una creciente concentración, espacial y social, de la riqueza, que poco a poco no pudo ya evitar (como tampoco había podido hacerlo en Europa y Norteamérica, contra las previsiones más lúgubres de Marx), una mejora de las condiciones generales de vida en el país, e incluso la emergencia en las zonas urbanas, de una nueva clase media.
Las formas de financiación de la mayoría de las empresas chinas también siguieron el modelo del primer capitalismo industrial europeo: la reinversión de beneficios y el crédito. No obstante, la actividad financiera (controlada estrechamente desde el Partido, como la política monetaria), y los negocios bursátiles, crecieron en importancia como la espuma. Conforme esta clase media y acomodada fue reuniendo recursos, ahorros e incluso un pequeño patrimonio, la Bolsa se convirtió en una forma natural de inversión, relativamente segura y rentable, para una masa creciente de pequeños y medianos ahorradores, exactamente igual que ocurrió en los EE.UU. tras la Primera Guerra Mundial 8con los Bonos de la Victoria, desde 1917).
Voy terminando, señores: Llegados a este punto, la especulación financiera e inmobiliaria, asociada a la corrupción política; la crisis del modelo productivo basado en las exportaciones masivas y baratas (con un bajo componente tecnológico y en coste laboral), y la ralentización del crecimiento de la Economía China, ya la segunda del mundo tras los EE.UU., creó las circunstancias favorables para un pánico bursátil que, al igual que el de 1929, ha de arrastrar y devorar sus ahorros, a esa masa de pequeños inversores, pero que, a diferencia de la Gran Depresión de los años 1930 en occidente, en China no debe tener tan graves repercusiones, habida cuenta de la desconexión entre la Bolsa y la financiación de la mayoría de las empresas del país.000278018W
El maestro mira rápida y disimuladamente su reloj de pulsera. Quedan unos segundos para que suene el timbre.
El crack del 29 produjo, tras una larga fase de prosperidad y revoluciones tecnológicas, la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. El crack asiático actual, como el de finales de los años 1990, no tiene por qué ir más allá de la comedia: grandes inversores, asustados, inquietos, moviendo su dinero como quien se pasa una patata caliente, de una Bolsa a otra, de un extremo a otro del mundo. Sonríe.
Pero ¡ojo!, el maestro contiene simbólicamente con un gesto el revuelo incipiente en las bancas, ¡ojo!: la tragedia tampoco es descartable ahora. Los países llamados emergentes, asiáticos, sudamericanos, y Australia y Rusia, como los países del Golfo Pérsico, que exportaban a China materias primas, pueden ver sus pedidos disminuidos drásticamente, o cancelados, así como una caída del precio de las materias primas y el petróleo; países desarrollados como Alemania, que han conseguido sortear la última crisis desde 2007, exportando bienes de equipo e industriales a China, pueden estar a las puertas de una época de vacas flacas.
Pero esta es otra historia, que les contaré otro día. El maestro suspira. Suena el timbre. La muchachada aliviada se dispersa.


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