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Un trozo de carne llamado mujer

Por Eva María Torres de los Santos , 22 enero, 2015

acoso callejero

Dios cogió una costilla del hombre y, a partir de ella, creó a la mujer. Luego, dejó a sus dos creaciones campando a sus anchas por el paraíso hasta que la mujer la lió parda tentando al hombre y ambos tuvieron que salir escopetados de tan idílico lugar. Desde entonces, el hombre ha tenido que buscarse las habichuelas en un mundo hostil por culpa de las malas artes de un trozo de carne que, por ser parte de él, le pertenece: la mujer.

Actualmente, las mujeres se le parecen horrores a aquella primera Eva y siguen siendo la perdición de los hombres. A veces, incluso, se diría que es lo único que buscan. Las mujeres son muy dadas al lucimiento y les encanta caminar contoneándose por la calle para llamar la atención de los hombres. Las mujeres buscan que las miren pero luego van de dignas y se hacen las ofendidas cuando les conviene. ¡Qué malas pécoras!  ¿Por qué si no se ponen ropa ajustadas o se sacan las pechugas hasta la altura de la garganta? Luego dirán que los hombres las violentan pero es que ellas se lo buscan por ir provocando. ¡Siempre van provocando! Hasta cuando van en mallas y se les marca la ropa interior. Hasta cuando llevan un vestido suelto y se les transparenta algo. Hasta cuando van en vaqueros y los conjuntan con una camiseta ajustada. Hasta cuando llevan medias estampadas. Hasta cuando caminan mirando al suelo. Hasta cuando llevan abrigo y apenas se les ve nada. Cuando no es el culo, son los pechos. Siempre. Siempre se sirven de algo. Y los hombres, que tienen ojos, deben andarse aguantando sus descaradas provocaciones. Pero luego… ¡ay, digas nada! ¿Verdad? Sí, y por el mar corren las liebres…

Antes de seguir leyéndome te advierto de que no soy una feminazi (tampoco es que me guste el término); no diferencio entre “miembros y miembras” ni protesto quitándome la camiseta y enseñando las tetas. Soy así de insulsa. Ya ves tú.

 Sabes por qué escribo esto. La presidenta del Observatorio Contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial, María Ángeles Carmona, ha dicho, hace unos días, que quiere acabar con “el piropo”. Eso se ha traducido en que quiere prohibirlo y se han formado dos bandos: los que están a favor de prohibir el piropo y los  que están en contra. Se ve que nos gusta mucho la bipolaridad.

 Parto de la base de que la idea de prohibir el piropo legislativamente es absurda e inviable y no creo que nadie pretenda eso. No obstante, me destrozo la caja torácica (vaya, que me rio lo más grande) leyendo a aquellos melodramáticos que han puesto el grito en el cielo. «¡Oh, Dios! Tú, que hiciste a la mujer carne de mi carne, dime, ¿cómo me la camelo yo ahora si no es increpándola por la calle? Prohibir el piropo es coartar la libertad de expresión. ¡Ya no saben qué mas van a prohibir!»

 Lástima que no se defiendan otras libertades coartadas con la misma vehemencia…

Pero, volviendo al tema, aquí el problema es que hay un error de concepto. Una cosa es el piropo, un halago que se hace entre dos conocidos y que, como mucho, te sonroja pero no molesta. Algo que hasta puede resultar agradable. Y otra cosa es la agresión verbal en la calle, es decir, todos esos comentarios soeces, vulgares e invasivos que tiene que soportar una mujer cuando camina por la calle y que provienen de desconocidos. Lo que hoy día viene siendo una realidad cotidiana para cualquier mujer en muchas ciudades del mundo.

 He llegado a pensar que, verdaderamente, algunos hombres no son conscientes de esto. Supongo que creen que es una exageración de las mujeres y el acoso callejero no son más que casos puntuales. No es así. Ni por asomo es así. Y las culpables, quizá, somos nosotras mismas (en esta ocasión no hay ironía en mis palabras) porque ya lo hemos asumido como algo irremediable. Una piedra en el zapato que nos molesta pero no solemos contar a diario cuantas veces se nos clavó al día la maldita piedra mientras íbamos caminando por la calle. Como si no fuera algo digno de ser reseñado. No debería ser así. Es importante hablar de ello y destapar el problema. Por ejemplo, como hizo un vídeo que rápidamente se convirtió en viral donde una mujer se grabó con cámara oculta durante diez horas caminando por las calles de New York. En el vídeo se puede ver los comentarios, miradas, silbidos y demás groserías que tuvo que soportar durante ese tiempo.

  Me encantaría que, al igual que en esas típicas comedias americanas, al menos un día en la vida, todos los hombres despertaran en el cuerpo de una mujer y se enfrentaran durante 24 horas a ello. Como en este cortometraje francés donde…

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