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Un alcarreño en la corte del rey Merckx

Por Fermín Caballero Bojart , 12 julio, 2014

chap04_chute_ocanaHubo una época en que el ciclismo fue dominado por un solo hombre. En carreras de tres semanas, de una, contra la montaña o el viento, dominando de principio a fin y así se recoge en la Historia del deporte. Eddy Merckx, el caníbal, era el ciclista a batir. En 1971 ya había vencido dos veces el Tour de Francia y su palmarés prometía ser eterno. Los equipos se organizaban para derrotarlo, los corredores pactaban guerrillas, desnudaban sus ilusiones por vencerle. Pero nada, ni nadie, podían con su poderío físico, con su fuerza mental. Había nacido en Bélgica en 1945 y las penurias de su niñez no fueron tan traumáticas como las del español, de la Alcarria conquense, Luís Ocaña (Priego, 1945-Caupenne-d’Armagnac, 1994).

Al Tour de 1971 llegaban ambos corredores con las cartas bien escondidas bajo el maillot. Merckx aún no había alcanzado la plena forma y Luis llegaba a tope. A los 8 días de carrera, en pleno corazón de Los Alpes, Ocaña hacía buena la escapada del kilómetro 15 de carrera. Se presentaba en la meta de Orcières-Merlette con una ventaja de 8 minutos y 42 segundos sobre los favoritos, dejando al caníbal en evidencia. Ocaña maillot amarillo, Merckx a 9 minutos y medio. Por primera vez Luis se enfundaba el maillot jaune de la carrera francesa y los franceses soñaban con Merckx hincando la rodilla.

Pero 3 días más tarde, el 12 de julio de 1971, en la etapa Revel-Luchon con la misma distancia en la general respecto de Merckx y con el maillot de líder bien defendido por el corredor español sucedió lo impensable. Pero no lo improbable. Durante el descenso del pirenaico col de Menté un aguacero descargó sobre la caravana ciclista toda su fuerza. El pelotón iba partido, con la carrera lanzada y Merckx intentado escapar. Ocaña, más pendiente de su rival que de la carrera en sí, no quería perder la rueda del belga. Y en una curva a izquierdas, entre el barrizal que tapaba el asfalto, los frenos no respondieron y Merckx fue al suelo, junto a la hierba. Luis contra un mojón de piedra. Merckx se levanta y sigue. Luis trata de rehacerse, unos aficionados le intentan ayudar y en ese amago Joop Zoetemelk choca contra el español por la misma causa. Y tras él Joaquim Agostinho. Si el primer golpe le había dejado sin respiración, el doble impacto posterior le deja seminconsciente y harto de dolores. Evacuado en helicóptero pierde la carrera.

Es una versión fría y objetiva de los hechos. Las imágenes de televisión se entrecortan, un documental posterior (ya de este siglo) de Canal Plus Francia en el que Joop y Merckx explican lo que yo he expuesto y la prensa deportiva difunde confirmando que aquello fue así. Y las hemerotecas, sin entrar en demasiados detalles (el Portillón ¿lleno de españoles siendo lunes?; ¿realmente Merckx al día siguiente no quiere salir de amarillo?; ¿hizo Ocaña caso omiso a los consejos de su fiel amigo Anquetil?), así lo recogen. Y últimamente la prensa lo recuerda cada año, sobre todo en 2013 (40º aniversario de la victoria final de Ocaña en el Tour’73) en que el Tour volvío a pasar por el col de Menté.

Con el paso de los años se escribe, más o menos bien pero deprisa (no es lo mismo una biografía o un cuento sobre el Tour que una crónica de etapa). Y sobre unos hechos que fueron decisivos para que Merckx ganase su tercer Tour de Francia nadie opinó en aquella época objetivamente. Y lo que se publicó fue para ensalzar la grandeza que este deporte le daba a la patria, a este lado de Pirineos, con una caída que hace perder, a uno de los corredores más combativos que ha dado el ciclismo, el maillot amarillo. O bien, al otro lado de la cordillera pirenaica, para ridiculizar al mejor ciclista de todos los tiempos, como hizo L’Équipe: “El emperador, fusilado. Jornada de ejecución, jornada de consagración”. Sería injusto por mi parte obviar el gesto del caníbal pretendiendo dejar el maillot de líder a un lado, llegando incluso a ser convencido por sus directores deportivos para que no abandonara en la lucha por aquel Tour del 71 que de ganarlo igualaría, por entonces, a Bobet y a Thijs en número de victorias en la vuelta ciclista a Francia.

Aquel 12 de julio de 1971 Ocaña llevaba una bicicleta de titanio, menos pesada que las que montaba habitualmente. No tenía experiencia en el Tour de Francia (de las dos participaciones solo lo había terminado una, porque otra caída le retiró de su primera participación). Era su cuarto día con el maillot amarillo de líder. No dominaba la bicicleta en los descensos tendiendo a caer con facilidad (aprendió a montar en bici de carretera mucho más tarde que Merckx). No se alimentaba correctamente en carrera. Sus compañeros de equipo (Bic) no comprendían su forma de correr (como otros tantos). A Maurice de Muer, su director deportivo, le costaba hacerle ver la estrategia buena. Fue injustamente olvidado por la España que aplaudió a Bahamontes. Fue noblemente reconocido por la misma afición que aplaudió a Perico. Ocaña atacaba por miedo al fracaso. No concebía el trabajo sin una alta recompensa. Su fuerza mental no admitía la desazón y antes de caer derrotado prefería la épica del que se sabe derrotado luchando en la batalla. Fue un irresponsable conduciendo, un temerario de la velocidad. Su fe en sí mismo, en su palabra dada, era su forma de vida. No toleraba la debilidad ni la hipocresía. No tenía nada personal contra nadie, ni contra “el puto Merckx”. Tenía los amigos contados. No traicionaba a nadie. El día 20 de mayo de 1994 solo había cuatro personas en su funeral… y así sucesivamente me lo hicieron saber algunas de las personas con las que conversé o me escribí al respecto en alguna ocasión. Familiares cercanos, allegados, periodistas o ciclistas que le tuvieron muy cerca. Y que le seguirán recordando mientras el “puto Merckx” siga vivo, porque el mito de Luis Ocaña ya se ha escapado y su fuga le lleva al belga unas cuantas páginas de ventaja.

ocaña


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