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Un adefesio de cuadro

Por Víctor F Correas , 10 septiembre, 2015

Veintitrés años contemplan a Alfonso. De buena planta, moreno y algo de tripa cervecera –que no impide que se lleve a las titis de calle-, está pensando en el plan de la noche. Porque Madrid bulle, y más siendo jueves. Y mañana, viernes. Y pasado, sábado.

Desde hace tres semanas sale con Pili, una rubia pecosa que le tiene loco, y la quiere llevar a RocK-Ola. Quizás esa noche, que tocan los Gabinete. Le mola el rollo que se traen Urrutia y compañía; tipos duros, canciones siniestras, letras que entran en el cuerpo y le hacen pensar. Y todo eso con unas cuantas cañas para aclarar la garganta y algún que otro petardo; que nunca vienen mal. Y luego… Pero para eso necesita dinero; para que Pili se sienta como una reina, entre otras cosas. Y así se las tiene que ver, descargando a esa hora del día un cuadro que pesa como el demonio y que tendrán que llevar entre muchos hasta la sala del museo donde quedará expuesto. Lo ha visto de refilón, por curiosidad, mientras lo sacaban del camión. Un adefesio. Y lo dice él, que está acostumbrado a cosas raras, extrañas. Pero ese cuadro… Aunque, cavila, con un petardo bien pudiera verlo desde otra perspectiva. Esas formas, esas caras chillando, esos ojos extraviados… ¡Joder si es feo el cuadro!, articula a modo de protesta. Eso ocurre dos segundos antes de que reciba una colleja de las que hacen época. Molesto, se revuelve y se topa con el rostro serio de Eugenio; su mirada dice todo lo que calla. Alfonso, boquiabierto, atisba algunas lágrimas en los ojos de su compañero, que ya frisa los sesenta y que le conmina a empujar del que se valen para llevar el cuadro al interior del museo. Durante segundos apenas se cruzan una vez la mirada; la siguiente, Eugenio fulmina nuevamente a Alfonso. La voz quebrada de aquél transmite lo que siente en ese momento:

―Muchos han muerto por traer este cuadro aquí, así que a callar esa boquita y más respeto, ¡coño!

Alfonso asiente en silencio y empuja el carro que transporta un cuadro del que sólo conoce su nombre –Guernica- y que pintó un pintor llamado Picasso. Cuadro que hoy, hace treinta y cuatro años, llegó a España para ser expuesto en el Casón del Buen Retiro de Madrid tras permanecer durante décadas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Guernika

Así comienza el repaso a este diez de septiembre que empezó a toda mecha hace siete años en Suiza. Allí, en el Laboratorio Europeo de Física de Partículas del CERN, empezó a funcionar el mayor y más caro acelerador de partículas del mundo. El primer haz de protones que recorrió sus veintisiete kilómetros se disponía a simular el big bang, la explosión que dio origen al universo hace quince mil millones de años, a muy pequeña escala. Y ahí anda todavía. A ver qué sale.

También tal día como hoy hace ciento ochenta y cuatro años se promulgó un Real Decreto que dispuso la creación de una Bolsa de Valores en la ciudad de Madrid; y hace sesenta y tres, setenta y siete diputados se sentaban en sus escaños de la Asamblea de la Comunidad del Carbón y del Acero, CECA, antecesora del Parlamento Europeo. Cosas que pasan.

De los que hoy la palmaron y vinieron a este valle de lágrimas, una en especial: Isabel de Wittelsbach. Hace ciento diecisiete años, un tipo llamado Luigi Lucheni, un anarquista italiano, quiso quitarse de en medio a Henri de Orléans, pretendiente al trono de Francia, pero ese día no lo vio paseando por las orillas del lago Leman, en Ginebra. En su lugar la vio a ella, noble y de la realeza como era, y la apuñaló. Total, lo mismo le daba. Así murió Isabel de Wittelsbach, a sus sesenta y un años, y nacía el mito de la emperatriz Sissi; empalagosa a más no poder. Pero esa es otra historia.

Que disfrutéis del día 😉

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