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Tópicos

Por José María García Linares , 24 febrero, 2014

No hace muchos días volvía un diario internacional a criticar a los españoles porque somos un país en donde se cena a las diez de la noche. “Vaya, ya estamos con los tópicos de siempre”, se oyó en radio, en televisión y se leyó, igualmente, en internet. Los tópicos, como se sabe, son lugares comunes convertidos en fórmulas o clichés fijos por la retórica antigua, lector ilustrado, que en la mayoría de los casos, mal que nos pese, esconden una verdad impepinable. Sí, lectores trasnochadores, es verdad que aquí cenamos a las diez y que dormimos la siesta, y eso no debe avergonzarnos, como cuando vas a ver las pelis de Torrente y sales diciendo que son buenísimas (a mí la segunda entrega me dejó sin aliento de tanto reírme). A todos nos gusta poner etiquetas, lo que pasa es que ahora nos ha tocado a nosotros. La marca España. Para desagraviarte, lector herido, voy a encasquetarles yo una a estos ingleses de segunda. Los americanos son un pueblo en donde se mata a los niños a balazos en las escuelas ¿Ves? No pasa nada. Míralos, tan panchos, entre disparo y disparo y siguen siendo la primera potencia mundial.

Más que el tópico, lo que puede que nos ofenda es la generalización. Ni todos los yanquis matan niños en los colegios, ni todos los ingleses vienen al país en donde se cena a las diez a tirarse como imbéciles a la piscina desde un balcón, ni todos los españoles dormimos la siesta… Cómo nos ofende a los españoles que se mofen de nosotros. Los toros, las sevillanas, la pereza, el buen tiempo, los políticos corruptos. Qué le vamos a hacer si yo, y tú, lector melódico, nacimos en el Mediterráneo. Seamos sinceros. También estamos nosotros todo el día rajando de la Merkel, de Obama, de la calidad de las toallas de Portugal o de los franceses, que preferimos ni nombrarlos. No lo podemos evitar. Seguimos conservando, oh lector, un poquito de esa prepotencia imperialista de otro tiempo que nos hizo conquistar medio mundo y quemar en la hoguera el otro medio.  A ver si empieza ya la temporada de las ferias y nos vamos relajando un poco, que estamos todos tensos.

Otra idea que se maneja ya como tópico contemporáneo es que debemos estar todos y todas (porque los tópicos no entienden de discriminaciones) conectados a la red. Si tienes gases, que lo sepan en Twitter. Si dejas de tenerlos, avisa en Facebook. Si las croquetas te han salido doraditas y cuscurrosas, sube la foto a Instagram y si vienes de tirarte al vecino del tercero, coméntalo con tu grupo de Whastapp, que los españoles somos muy envidiosos y vas a disfrutar provocándonos (esto no es ningún tópico). La cosa es que estés entretenido escribiendo boberías mientras la vida pasa y también pasa la tuya. Somos, posiblemente, la generación que más lee y más escribe… este tipo de mensajes. Tuve un profesor en la universidad que siempre defendió que hoy se escribe tanto en internet porque la gente está cada vez más sola. Qué tristeza que pueda sentirse el vacío o la soledad porque se caiga una red social, como ha ocurrido con Whatsapp este fin de semana. Estamos haciendo mal muchas cosas. Hemos de volver a las tascas. Los bares no se caen nunca. Te puedes caer tú, lector ajumado, las cosas como son, pero por otros motivos. En cualquier caso, tus amigos te sostendrían, que no te quepa duda.

Esto de la conexión y la escritura de banalidades es la materialización de lo que dijera McLuhan hace ya décadas, que a diferencia de otras épocas, en esta asistimos a la conversión del medio de comunicación en el mensaje mismo, es decir, lo importante no es lo que se cuenta, sino la espectacularidad del medio en el que se cuenta, estar ahí, estar presentes y nada más. De hecho, si no estás en los medios, no existes ni como empresa, ni como diario, ni como escritor, ni como nada. Para más inri, y este es otro tópico más que esconde también una verdad como un templo, todo lo que se diga en los medios es automáticamente verdad. El ciudadano de hoy generalmente no cuestiona lo que sale en la tele o lo que se publica en la red. Si sale, es que es verdad. Es lo que ha ocurrido con Operación Palace, el falso documental de Jordi Évole emitido el domingo pasado en La Sexta. Las reacciones provocadas eran de esperar. A nadie le gusta que le digan idiota a la cara, aunque lo sea. Confieso que me encantó. Me puse una Pepsi (en mi casa ya no entra la otra, por su política de empresa) y un platito de almendras frititas. Al principio empecé a dudar y, conforme avanzaba la emisión, y me iba quedando sin almendras, me dio por reírme de mí mismo. Me acordé de los magníficos relatos de Borges, de la invención, de la apariencia de verdad, de la automatización a la que nos tiene condenados el discurso oficial… “Fraga se encolerizó porque era la hora de comer”, dijo Vestrynge. Una absoluta genialidad, ¿o es que no se lo imaginan con el bañador de Palomares y pegando voces en el congreso porque era la hora de la tortilla francesa?

La prensa está que echa chispas. No toda, claro, que ya hemos dicho que las generalizaciones son odiosas. Lo más divertido ha sido leer a contertulios de esos programas sobre gatos quejándose de estos recursos de ficción y de engaños, como si ellos no hicieran lo mismo todas las noches en sus tertulias o todos los días en sus periódicos cuando hablan del 11M, de ETA, de las fronteras o qué sé yo.

Ah, que se me iba a olvidar y sería imperdonable. En el fake de Évole, Ansón hablando de repente de la belleza de Elsa Pataki. Es que ha sido genial. ¿Se puede ser más socarrón y más español? ¿Caigo en el tópico? Pues eso.

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