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Tiempos de fantasmas

Por Fran Vega , 4 marzo, 2016

Tiempos de fantasmas

Hasta no hace mucho tiempo, y desde la primera batalla de carros de la que se tiene noticia, todas las guerras tuvieron nombre propio y quedaron para la historia los de sus mariscales, generales y almirantes. Casi cualquiera es capaz de recordar una lista no precisamente corta de quienes combatieron aquí y allá y resultan conocidos quienes protagonizaron enfrentamientos y batallas de gran fama y trascendencia. No faltan tampoco quienes saben distinguir mortíferos artilugios usados por la artillería ni quienes recuerdan el tipo de aparato que sobrevolaba ciudades asediadas. Así era antes. Sabíamos cosas. Conocíamos nombres.

En las batallas que hoy se libran los rostros de sus planificadores y estrategas nunca están al descubierto y sus nombres solo se escuchan en forma de eufemismos que hasta hace poco casi considerábamos de indigna pronunciación. Y el paisaje gráfico de la contienda suele resumirse en forma de líneas descendentes o ascendentes que indican la recuperación o el desastre de una moneda o el coste y sobrecoste de nuestras deudas y, sobre todo, de las ajenas. No hay nombres. No hay rostros. La identificación es tarea imposible.

Conocemos, porque viven de ello, las caras de todos los alfiles que se mueven por el tablero. Y sabemos los nombres de quienes dirigen organizaciones que han adquirido forma de países o instituciones, porque necesitarán que sean reconocibles cuando de vez en vez pidan el voto, pero estos no son quienes de verdad importan, no son quienes toman decisiones sobre nuestras vidas, pues solo encarnan la marca creada para lograr el objetivo.

Y no únicamente se trata de que ignoremos quiénes son los mercaderes y los dueños del mercado, sino que tampoco sabemos nada de quienes cocinan acuerdos y desacuerdos y sirven en bandeja las decisiones que luego son resumidas en torpes y embusteras declaraciones, cuando no en pactos sonrojantes de absurda signatura. Dónde están aquellos que se remangan en los subdespachos y trazan líneas rojas y azules sobre estadísticas y mapas, quiénes deciden hasta el último decimal de nuestro futuro, quiénes viajan de incógnito y negocian con otros desconocidos nuestros impuestos y salarios, nuestra sanidad y la educación de nuestros hijos. Quiénes son y dónde están aquellos que saben ya cuánto y de qué forma pagaremos, durante cuánto tiempo padeceremos las consecuencias de sus pactos y la infamia que ocupa sus mentes.

No sabemos. Y no sabemos porque no hay peor enemigo que el que no tiene nombre, ni rival más temido que aquel del que se desconoce su rostro, como bien sabe cualquiera empeñado en generar pánico y espanto. Y lo que ahora se presenta entre tinieblas es más que una batalla y una guerra, pues es un nuevo modo de entender las cosas que nos afectan y las relaciones entre los ciudadanos y el poder económico, único que sobrevive a la crisis prefabricada y cuyo triunfo pasa por el desconocimiento de sus mariscales.

Nos movemos entre fantasmas y los fantasmas se mueven con total impunidad entre nosotros, convertidos ya en anónima masa de indignaciones y protestas dirigidas a quienes no tienen rostro ni nombre. Es hora de identificar a sus alfiles y peones, descifrarlos, despedirlos y olvidarlos para que no acabemos también sin rostro, sin nombre, sin techo y hasta sin sábana con que cubrir los ojos que no ven quienes tratan de convertirnos en fantasmagórica existencia.

Fran Vega
https://cronicasdelhelesponto.wordpress.com/


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