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«The Gift». El regalo de no ir al cine.

Por Emilio Calle , 18 marzo, 2016

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A veces cuesta mucho trabajo imaginar cómo es posible que ciertas películas lleguen siquiera a rodarse. A menos, claro está, y como es el caso de “The Gift” (uno de los estrenos de esta semana), que parte de la producción corra a cargo del director y guionista, Joel Edgerton, que además se reserva uno de los papeles protagonistas, por lo cual aquí no hay nadie que le rechiste. La siempre falsaria publicidad asegura que periódicos como “The New York Times” proclaman que este ejercicio recuerda al mejor Hitchcock (como si hubiera uno peor). Pero también hay quien dice que hay que comerse los yogures aunque hayan caducado. Y este film apesta.
Un hombre de negocios (no está muy claro de qué negocios, informática y seguridad, clichés relamidos mil veces) se traslada a Los Ángeles en pleno auge de su prosperidad profesional, y es allí donde se tropieza (casualmente o no es algo que nunca se aclarará) con un antiguo compañero de instituto. Nuestro recién llegado (un Jason Bateman que no tiene ni la menor idea de cómo manejar los registros de su personaje, y hasta parece confundido por no estar en su terreno, la comedia), acompañado de su esposa, mantiene una breve conversación con el perturbador sujeto, de comportamiento bastante inquietante. No han transcurrido ni cinco minutos de metraje cuando el director noquea cualquier expectativa de encontrase ante algo parecido a una película. Porque en cuanto el ex alumno sale de encuadre, el matrimonio comentará que sí, que los espectadores no estamos ciegos ni somos idiotas, y que el tipo resulta perturbador e inquietante. Verbalizar lo ya visto. Menudo regalo. Y este desprecio al espectador se mantendrá inalterable a todo lo largo de la película. Si cenan con él, y vuelve a comportarse de una manera cuanto menos sospechosa, o rozando la neurosis, el matrimonio, nada más perder de vista al invitado, charlarán sobre lo sospechoso y lo neurótico que resulta todo cuanto hace y dice. Y así, aprovechando la masificación de subrayados dobles y triples, Edgerton guionista hace que afloren giros argumentales que deben sorprendernos (algunos directamente se los saca de la nada, y en la nada se quedan), aunque por sí no lo hacen, ya se encargará algún personaje de aclararnos que lo ocurrido es muy sorprendente (sólo le falta un subtítulo que nos indique cuando debemos reírnos y cuándo quedarnos con la boca abierta). Un terrible secreto del pasado hará que los papeles aparentemente asignados (un buen marido, el acosador que va dejando regalos en la puerta de sus víctimas, ese intruso en sus vidas) hará que las cosas ya no sean tan sencillas como parecen (ni el marido es tan bueno, ni el acosador, tan malo… ¿o sí?), y entre ambos se harán todo tipo de canalladas (sí, claro, que nadie lo dude, la mascota del matrimonio no se libra, aquí se recorren caminos tan trillados que ni siquiera falta el cansino y manido recurso de asustarnos con un estúpido golpe de efecto y que de inmediato alguien se despierte y podamos tranquilizarnos porque sólo era un sueño). Una torpísima progresión inherente al thriller que desembocará en un desenlace sorpresa (un final abierto, aún más decepcionante que el resto del despropósito), que lo único que logrará es que nos preguntemos de qué va la película, qué nos han estado contando.
Aunque la peor parte se la lleva la única protagonista de la función. Pese a que el buen hacer de Rebecca Hall es lo único con algo de alma en este film plano como una losa, no es posible que escape a los ya cansinos convencionalismos a los que las actrices deben entregar su talento. Porque su presencia en la película es tan forzada (sin ella, no hay final sorpresa, pero por lo demás, sobra, como el perro), resulta tan irritante su papel de simple comparsa (inolvidable el momento en el que el hecho de saber que su marido era un acosador escolar le lleva a comprender que también es un acosador en su matrimonio, aunque el director ni se atreve a sugerir nada al respecto de la violencia de género), y son tan funcionales y tan al servicio de la forzada trama cada una de sus secuencias, que Edgerton reinventa el aterrador concepto de “mujer objeto” y lo transforma en el de “mujer objeto inútil”.
Aunque en algo estoy muy de acuerdo.
Hay regalos que es mejor no abrir.
Esta película es uno de ellos.


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