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Teatro del malo

Por Aqurtin Galvo , 24 febrero, 2014

Es curioso, la experiencia nos dice que la reacción humana es, casi siempre, impredecible y que, puestos en una determinada situación, sea de estrés, sea de presión o sea de júbilo, no hace falta haber estudiado psicología para concluir que cada uno de nosotros reacciona de una manera diferente en función de muchas variables, tanto de educación, como de ambiente sociocultural, como del empaque o carácter de cada uno.

Sin embargo, hay un programa en la televisión que quiere demostrarnos que no, que todo el mundo reacciona exactamente igual sea cuales sean las circunstancias de partida y su desarrollo: se trata de Pesadilla en la cocina, presentado por Chicote, famoso cocinero y personaje peculiar, falsamente sincero y campechano, que se emite desde el 2012 en laSexta. Se trata de la versión, o mejor: de la copia, del programa homónimo anglosajón del Chef Ramsay, que también podemos sufrir en la misma cadena.

Pero volvamos al comportamiento humano, y es que cuando veo Pesadilla en la cocina tengo la sensación de que todo, absolutamente todo lo que ocurre, absolutamente todas las reacciones, absolutamente todos los detalles, ya los he visto en episodios anteriores. Se trata, sin duda, de algo así como una versión cocinera de la fantástica película Groundhog day, el día de la marmota, o Atrapado en el tiempo en la versión doblada al español. Pero, si la película protagonizada por Bill Murray puede uno verla cientos de veces sin aburrirse, de Pesadilla en la cocina se puede decir: visto una vez, vistas todas; con el añadido de que las características y secuencias del programa están copiadas, punto por punto, de la edición internacional.

Así, el guión es exactamente el mismo y los diferentes intervinientes reaccionan exactamente igual en cada episodio: Chicote llega a un restaurante con problemas en cualquier parte de España, primero observa, cata la comida (siempre malísima, por supuesto), habla con el propietario (o los propietarios) y después con el personal. Cada uno le explica una versión diferente de la situación y, a continuación, se inician las tensiones entre todos ellos. La primera señal de alarma salta cuando se encuentra suciedad en la cocina del restaurante. A continuación se desarrollan una serie de discusiones entre los protagonistas que van en un in crescendo de gritos, malos gestos e insultos, donde el propio Chicote mete baza azuzando, insultando a su vez y llevando a alguno de los protagonistas (sea alguien de la cocina o sea algún propietario) al borde de un ataque de nervios (por citar otra película). Llegados a ese punto, siempre, absolutamente siempre, la persona enfrentada con Chicote deja su puesto de trabajo y se va.

Todo este teatro del insulto a cara de perro parece terminar cuando el equipo del programa remodela el local y Chicote propone una nueva carta. Es entonces cuando se produce un punto de inflexión, hay un cambio de actitud y se respira una cierta reconciliación. Sin embargo, antes de finalizar, las tensiones vuelven a surgir, y Chicote interviene de nuevo para sacar sus conclusiones, por cierto, siempre las mismas y siempre en los mismos términos.

Ciertamente, Pesadilla en la cocina es un reality que no podía estar más amañado; sino no se entiende que cada capítulo sea igual al anterior. Aunque, la verdadera pesadilla es que el mismo presentador fomenta el insulto fácil y el exabrupto como metodología rápida de enfrentarse en las situaciones. Y, finalmente, se propone como resolución, como si de algo milagroso se tratara, un cambio estético (tanto en el local como en la carta) desde una idea de modernez, según la moda de la actual y aclamada cocina española. Se entiende que los restaurantes que quieren participar y que, de entrada salen tan mal parados como para enseñar cocinas llenas de mugre o comportamientos, por parte de los protagonistas, que van desde el alcoholismo a la xenofobia, y siempre desde la mala de educación; se entiende, digo, que quieren salir en el programa para que les remodelen el local y para conseguir cierta publicidad.

Es decir, Pesadilla en la cocina nos ilustra, episodio tras episodio, con el peor de los teatros. Y la lástima es que algunos profesionales de la restauración, por muy mal que les vaya el negocio, se prestan a salir en un programa con estas características tan pautadas y comportarse como auténticos majaderos.

Uno viene aceptando que la televisión contenga teatro, sin embargo preferiría un teatro con algo más de calidad, un teatro mejor, que contuviera verdad, no como Pesadilla en la cocina, donde casi todo es falso.

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