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Sordera, relativización, burla

Por Eduardo Zeind Palafox , 5 septiembre, 2016

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Por Eduardo Zeind Palafox 

 

 

Cualquier crítico social poseedor de buen oído, de alma calma y paciencia grande, habrá notado que la gente de ciudad, adocenada por tanta información desdeñable, jactanciosa por manipular tecnologías que tal vez jamás comprenderá, se ha acostumbrado a la sordera, es decir, a negar todo lo que oye o lee, a relativizar todo problema, a discurrir según la emoción imperante y a burlarse de cualquiera que se atreve a proferir palabras taxativas. Dichos vicios, a decir de E. Hobsbawm, son propios de “gentes prepolíticas”.

Político es quien se tiene por producto histórico, por resultado del trabajo de otros hombres. Tal creencia evita la vanagloria, creerse hecho directamente por los dioses. También es político el que tiene una ideología que invita a cambiar las circunstancias en que vive. Atender ideas, no meros hechos, soslaya el vulgar utilitarismo, el celebrar sólo lo conveniente y no lo verdadero. Es político y no simple economista quien sobre ideas afana urdir tecnologías, quien sobre ideas y creaciones propias aumenta su bienestar.

El ignorante político sueña lo contrario. El hábito de la constante, firme negación de todo, por ejemplo, matiza los colores, transforma el azul en azul celeste, marino, etc., y luego, para apropiarse de la razón, no de la verdad, discurre no el concepto de “color”, sino el de “mar” o “espacio sideral”, que coloca en la boca de los demás para acabarlos con furtivas burlas.

Transmutar colores, texturas, es mudar lugares, situaciones, es decir, impedir cualquier análisis político, de la ciudad, lugar donde se concentra lo pretérito, hecho de tradiciones y costumbres, y lo mundano y las promesas científicas. Dicho impedimento nos obliga a la relativización, a imponer nuestra perspectiva vital.

Si entre la habitación del empobrecido y yo hay un río, un rascacielos y un perro moribundo, diré merced a lo que llamo “semantización de la perspectiva” que el pobre lo es por carecer de ciencia hidráulica, de mentalidad moderna y de sensibilidad, palabras todas relacionadas sólo en mi cabeza o en mi clase social. A tal modo de unir cosas Kant lo llamó “necesidad puramente subjetiva”, esto es, alejada del camino del conocimiento objetivo, que no necesita para serlo bases sociológicas, lingüísticas o psicológicas.

Deformados los objetos y la política, o la percepción de nuestra posición social, es inútil toda proposición unívoca, que siempre parecerá tajante al que delante de cualquier palabra precisa, “extraña”, siente que le alteran el mundo. Sin términos fijos es improbable cualquier discurso, cualquier esclarecimiento de relaciones entre los objetos, que pensados aisladamente rompen la historia y emiten notas groseras, contingentes, que lucen como estructurales.

Sin lenguaje preciso, que se entiende fácilmente, no podemos expresar nuestras “aspiraciones tocantes al mundo”, como dice Hobsbawm. Negar, relativizar, discurrir mal y burlar, o hablar sólo de ausencias desde la “comitrágica” percepción de nuestra vida, es hablar ociosamente, o reír para aplacar todo sentimiento necesario para sacudir el historicismo. Sordos, inductivos, parlanchines, suspicaces, sólo podemos afanar reformas, no revoluciones.–

 

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