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Sobre la dialéctica, seamos serios.

Por Víctor Mora , 31 enero, 2014

Estos días pienso en lo peligroso de «argumentar» a favor o en contra de determinadas cuestiones. Respecto a declaraciones como las del cardenal Fernando Sebastián, creo que el error es entrar en dialéctica. (Para quien no lo sepa, este señor declaró que la homosexualidad es una enfermedad que se puede curar). Siempre procuro ser breve para la columna o los artículos, pero este tema cada tanto  tiempo sale de nuevo, de una forma o de otra, y quizá es porque no está claro. Tratemos de aclararlo de una vez, aunque nos lleve algunas líneas de más.

 

Pues no, yo no creo en Dios. Recibí una educación laica y no profeso ninguna religión, pero no por eso pienso que los curas y las monjas sean deficientes, aunque su sexualidad, el celibato, sea diferente a la mía.

 

Cuando se dan afirmaciones como las que dio este señor se plantean varios problemas. En primer lugar que siempre se acude a las «leyes naturales» para escudar y ocultar torpemente la homofobia; ridículo, ya lo sé, y como hablar de todos los elementos del ecosistema artificial del ser humano (desde la ropa o el alcantarillado, hasta los satélites y la televisión por cable) resulta imposible, y además no viene al caso hablar de lo natural, pues voy a pasar a otra cuestión, a una que me parece de verdad peligrosa, y es la de la argumentación.

 

1º: A raíz de esta noticia han surgido comentarios que dicen algo así como: “Eh, que aunque yo no esté de acuerdo con él, está manifestando una opinión y eso hay que respetarlo”.

 

Mire usted, esto no son “opiniones”, esto no es me gusta más el verde que el azul, esto es una cuestión de Derechos Humanos, que aquí le dejo el enlace de la Declaración Universal, y que si tiene dudas, lo consulta.

 

2º: Se defiende lo que dice este señor haciendo referencia a la libertad de expresión.

 

Si este señor hubiera dicho que los negros están enfermos por su color de piel y se pueden curar; o yo ahora mismo dijera que las mujeres son claramente inferiores a los hombres, ¿qué le parecería? Pues evidentemente mal, porque despreciar a alguien por cuestiones de raza o género es fascismo. Sí: fascismo. Pues es lo mismo. (Insisto en que, si tiene dudas, consulte el texto de la Declaración Universal de Derechos Humanos).

 

3º: Y todavía más peligroso resulta comprobar cómo se ha extendido este concepto: “la dictadura de lo políticamente correcto”, según el cual ya no se puede decir nada, porque vamos a ofender a alguien. A lo que sigue, para este caso, que hay un “lobby gay”, o que “hay muchos intereses”, que somos intocables, o que “por favor, qué más queréis”, etc.

 

Pues ya se lo digo yo, que es muy fácil, queremos esto: DUDH. Que le recuerdo que es igual para todo el mundo. Por lo tanto, ante todo aquello a lo que se pueda contestar mostrando simplemente los artículos de la Declaración, no hay que dar más argumentos, porque si los damos corremos el riesgo de caer en sus trampas.

 

Y ¿cuáles son esas trampas?

 

4º: Algunas respuestas en contra de lo que dijo el cardenal, utilizaban como arma arrojadiza los casos de pederastia que se han dado en la institución católica.

 

Eso es un error, porque eso es otro tema, un tema que, además, nos debe preocupar a todos. No los curas pederastas, sino los pederastas. Igual que nos ofende que se asocie la homosexualidad con la pederastia por un caso, o por diez, esa es otra cuestión. Por lo mismo que la violencia machista me preocupa y no soy mujer, por lo mismo que la violencia machista me preocupa y no condeno por ello la heterosexualidad, porque son cosas distintas.

 

Esa es la trampa del reduccionismo, y es peligroso. Eso es la polarización, el extremismo, y es un engaño, insisto, peligroso.

 

Hay textos en contra de las declaraciones de Sebastián en páginas web de asociaciones cristianas, que no se identifican con lo que dice este señor.

Lo que no debemos hacer ahora nosotros contra ellos es lo mismo de lo que somos víctimas.

No debemos caer en la trampa de argumentar lo que no se puede argumentar, porque nos perdemos en la dialéctica y la única respuesta es la Declaración Universal de Derechos Humanos. ¿Hay que ir a los tribunales? Pues vamos, y nos defendemos con este argumento, no hay más; porque no caer en la trampa dialéctica no quiere decir que haya que callarse, porque no hay que callarse.

Es el argumento único que garantiza que vivimos en una sociedad plural y diversa. A mí me gusta como está, con su diversidad, y no voy a permitir que me digan que para formar parte de ella tengo que cambiar lo que soy, igual que yo no se lo pido a nadie.

 

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