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Se acabó jugar al fútbol (en los colegios vascos)

Por Sandra Ferrer , 4 febrero, 2014

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Hay leyes, normas y normativas que a menudo provocan indignación, sorpresa o, en el mejor de los casos, una sonrisa por lo bajines. Porque a veces es mejor reír que llorar. Resulta que en los colegios vascos se está aplicando una normativa que pretende eliminar el sexismo en las clases y una de las decisiones se ha centrado en limitar la práctica del fútbol entre los escolares. Según los artífices de dicha norma, el peligro de ser arrollado por un balonazo hace que las niñas se vean relegadas a espacios reducidos de la zona de recreo y separe demasiado los juegos de niños de los de las niñas.

Con todos mis respetos hacia los artífices de esta norma, creo que hay problemas más importantes en la educación española como para prohibir a los pobres escolares que no se puedan desahogar con el balón en las horas del recreo.

No todos los niños juegan a fútbol (lo digo por experiencia) y no todas las niñas juegan a muñecas (también lo digo por experiencia). Los pequeños se deben hacer su sitio en el colegio y practicar para la vida real donde también deberán hacerse su sitio algún día. Y entonces no habrá nadie que le diga que deje de hacer una cosa tan inocente como jugar a su deporte favorito. La vida real será bastante más contundente.

Que unos jueguen al fútbol y otros a muñecas no creo que sea una discriminación de sexos. Entramos en el eterno debate de si los juguetes son sexistas o no. Bueno, los anuncios yo no digo que no, que recreen estereotipos largamente arraigados en nuestra cultura. Pero eso no quita que un niño juegue de lo más entusiasmado con una cocinita de la Hello Kitty o una niña se crea un pirata con el barco corsario de PlayMobil (y vuelvo a hablar por experiencia).

La violencia machista, una de las cosas que argumentan como razón para limitar el jugar al fútbol, no creo, sinceramente, que empiece en los patios de los colegios donde cada uno juega a lo que quiere o a lo que puede. La violencia machista se debe erradicar enseñando respeto. No prohibiendo ni obligando a los niños a ser lo que no son.

Pero esta es mi humilde opinión.

Añado a modo de epílogo que estos días mi pequeña princesa que lleva mañana, tarde y noche un vestido rosa chicle que deslumbra, y danzando a lo «campañilla» lleva un ojo morado por haber estado jugando con su querida amiga a «coches» en la hora del patio. Y los gestos que me hacía al describir el porrazo, no eran demasiado «femeninos». Ahí lo dejo.

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