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Reflexión de verano tras unos días juntos

Por Clara Cordero , 13 agosto, 2014
By Alicja Colon

By Alicja Colon

Lo que queda tras unos días juntos es un período de reflexión de verano. La chispa que renueva tu fe acompañada del descanso, momentos sin duda inolvidables e imprescindibles para meditar.

Lo puedo resumir en esto: Sólo se que no se nada.

La tan consabida frase de Sócrates, se repite sin cesar en mi mente de vacaciones. Con esto se resumen varios momentos de epifanías que han ido surgiendo a lo largo del camino, en un viaje familiar por Europa.

Descubres, que muy a pesar de todo lo que pretendes «educar», no funciona.

Simplemente cada persona es diferente no hay que darle más vueltas. Cada uno coge lo que coge y por mucho que te esmeres habrá cosas que repitas cien veces sin ningún resultado y otras que comentas ligeramente y que permanecerán para toda la eternidad. Cómo dice María Acaso, ellos (los estudiantes) no aprenden lo que enseñamos. Más bien picotean de aquí y de allá para ir conformando su propio aprendizaje, mezclando todo un poco, que es lo que hace que formen su particular personalidad.

No sabes que esperar.

La falta total y absoluta de control sobre cómo serán, debe considerarse y aceptarse como tal. Además, no nos engañemos, las familias son en realidad una mezcla de genes y costumbres que pueden llegar a ser una bomba de relojería.

La educación pasa por una constante montaña rusa y sólo te queda esperar que todo salga bien, haciendo lo mejor que sabes, y sabiendo que hay momentos en los que tienes que dejarte llevar por la marea. Ofrecer cierta clase de libertad que les conduzca a madurar (con las limitaciones oportunas que favorezcan un aprendizaje seguro y continuo), y si se tienen que manchar cien veces al abrir un frasco hasta que observen como deben hacerlo, dejarles; y si cuando hacen algún recado dan cien vueltas para volver al origen, que lo hagan. No nos queda otra que observar, unos más impasibles que otros, como van creciendo, a su aire.

Pero una de las cuestiones fundamentales que debemos abordar en la educación es el respeto. El respeto por todo y por todos.

Una vuelta por el mundo y es entonces cuando te das cuenta de qué es lo primero que hay que cambiar en la educación de un país:

LA SOLIDARIDAD.

Salimos fuera y vemos que la diversidad de lenguas que manejan los ciudadanos de otros países, con un nivel más que apropiado, les facilita la comunicación entre ellos mismos, con los demás y por tanto con su entorno. Esta comunicación favorece la solidaridad y el respeto del que hablo. La idea es «que se entienden». Lo que conlleva este perfecto acto de comunicación repercute en otros ámbitos. Sin ir más lejos la limpieza de la ciudad, respetando sus calles, la libre circulación de una serie de variopintos tipos de transporte que se entrecruzan sin accidentes, etc.

No voy a ensañarme con lo que sucede en España que conocemos de sobra, el conocimiento de una única lengua, en algunos casos dos por la comunidad autónoma en la que se vive, pero que lejos de ser internacionales, suelen aislar más y volvernos menos solidarios marcando las diferencias entre unos y otros. Junto con el hecho de que llevemos años intentando aprender inglés, o, más antiguamente francés, sin resultados útiles en la mayoría de los casos. Aunque, por lo menos esto, está mejorando con el bilingüismo. Y esto se puede extrapolar a diferentes ámbitos que recaen igualmente en el factor educativo.

Hacer las cosas sin pensar en lo que recibes, sino en lo que das. Disfrutar haciéndolo sin esperar nada a cambio. Sólo entonces podremos convivir y adecuarnos a una mejor educación. Sólo entonces dejaremos de educar a niños egoístas y se pondrá más empeño en lo fundamental, en la esencia de la persona y no de los contenidos.
Hace falta dar una vuelta al mundo para salir de nosotros mismos y darnos cuenta de lo que hay. Saber que es posible.
Dejemos de mirarnos el ombligo, de competir de manera reiterada con si mi hijo ya sabe leer o le han hecho un estudio y es superdotado. Dejémonos de tonterías y disfrutemos la vida como viene, sin prisas, con cada detalle de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.

En definitiva, la eterna reflexión veraniega que a medida que vuelve a pasar un curso escolar más vuelve a truncarse debido al estrés, las prisas y la insoportable levedad de la conciencia, que es lo que toca en nuestros días.


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