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Redes tóxicas

Por Alba González Pérez , 25 abril, 2018

 

 

Recuerdo estar sentada en las frías aulas de la Universidad Complutense (no hace tanto) y escuchar a un profesor, al que no mencionaré, preguntar «¿sigue vivo el populismo en pleno siglo XXI?-La respuesta es sí». Aquel profesor de aspecto bonachón dio algunos ejemplos y se centró especialmente en los populismos latinoamericanos; aquellos que centran sus propaganda política en atacar a España y culparla de una conquista siglos atrás, ataviados con un chándal colorido con la orgullosa bandera de algún país del continente latinoamericano.

Sin embargo, y como todo en esta vida, la evolución nos pasa por encima y a una velocidad de vértigo. A medida que avanza el milenio nos damos cuenta que el populismo más dañino es aquel que no vemos tanto, el que menos aspavientos hace pero con el que convivimos a diario. La evolución de las redes y las telecomunicaciones han puesto de manifiesto lo fácil que es llegar a un target de público más amplio en el siglo XXI (para fortuna de muchos) y lo igualmente sencillo que es captarles con ideas más propias del XIX.

La injerencia rusa parece no tener descanso. Si desviamos la mirada del continente americano y la centramos en Europa del Este veremos los esfuerzos perpetrados por el Kremlin para desestabilizar a una Europa ya bastante caótica. La nueva legislación europea se espera como una bocanada de aire fresco. Numerosos medios se han sumado también a la lucha contra los conocidos «trols» de internet, para los más avispados, si introducimos en Google «noticias falsas» arroja un total de 340.000 entradas.

Rusia apoya a la extrema derecha o a la extrema izquierda según le convenga, ensalza a los pueblos más fervientes y culpa de todo a los inmigrantes y eso sin despeinarse ni moverse «de casa». Ha hecho creer a una gran parte en la existencia de un lobby LGTB, atentando contra la pluralidad y el respeto. Todo ello en ocasiones apoyada con el propio dinero europeo y una maquinaria propagandística cada vez más grande y que descansa sobre los pilares más autocráticos.

Desde la elaboración de noticias de dudosa procedencia hasta los «spams» más incómodos en artículos de reputados medios, los vientos de invierno (como me gusta llamarlos) azotan cada vez con más fuerza y han demostrado en las elecciones presidenciales norteamericanas que han llegado pisando fuerte. Como lectores tenemos la responsabilidad de exigir una prensa de calidad e independiente, pero también el deber de no propagar las archiconocidas «fake news» (que se lo digan a Trump) y de rendir cuentas y reconocer que no estamos exentos de los fantasmas del pasado.

 

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