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Quiero la cabeza de Pedro J. Ramírez

Por José Luis Muñoz , 31 enero, 2014

Pedro J. Ramírez

  

La destitución fulminante de Pedro J. Ramírez como director del diario El Mundo por su consejo de administración ha sido una sorpresa relativa. La noticia tiene dos vertientes para reflexionar. La primera es la situación, cada vez más crítica, de la prensa en papel, y los números del diario El Mundo, como los de muchas más cabeceras nacionales, no salen por la caída en picado de la publicidad, consecuencia de esta crisis de la que no remontamos ni remontaremos en muchos años, y el cambio de hábito de los lectores, sin duda inducido por la crisis también, que se pasan en un buen porcentaje a la prensa digital—este nuevo medio en el que colaboro, por ejemplo—o lee los diarios tradicionales a través de sus respectivos soportes—ordenadores, iPhones, teléfonos móviles, etc. —. Yo, a decir verdad, compagino ambos sistemas y depende mucho de la meteorología: si sale el sol mi ritual es comprar el diario en un quiosco e ir pasando las páginas ante un vaso de cerveza en el bar de unos buenos amigos; el papel luego se convierte en humo cuando lo utilizo como mecha para prender fuego en mi estufa de leña que calienta mi casita del valle de Arán, mi montaña mágica.

Pero a nadie se le escapa que en la destitución de Pedro J. Ramírez hay una vertiente política más que evidente, que el periodista de los pantalones con tirantes que tanto quería parecerse a los directivos de los grandes rotativos norteamericanos, que el obsesionado por la trama conspiratoria del 11M, una mentira que a base de repetirla se debe haber creído hasta él mismo, es una pieza valiosa en esa cacería a muerte que ha empezado en el PP cuyo resultado, a pesar de esta primera defección, es todavía incierto.

Hace muchos años que en el PP hay un runrún de sables que no cesa sino que aumenta, que se está librando una guerra sorda entre aznaristas, el ala más derechista del partido, y rajoyistas, los que lo desean más centrado, y que Pedro J. Ramírez, a pesar de que tomó una cierta distancia de José María Aznar a causa de ese turbio asunto del video con una prostituta, un sucio montaje de las cloacas del estado para librarse de un periodista incómodo que había puesto sobre la mesa el asunto de los GAL, porque Aznar y, sobre todo, su esposa Ana Botella, practican el más rancio catolicismo, el que está en las antípodas del papa Francisco y más próximo a los legionarios de Cristo del infausto y depravado Marcel, es una víctima de esa batalla que se está librando de forma cruenta en el partido de la derecha española que ya sufre una pequeña escisión por la derecha, Vox. Todo arranca de cuando Aznar, creyéndose el emperador de este país, después de haber puesto los zapatos en la mesa de George Bush, haber comido con él mazorcas y asado de vaca y hablar en un maravillosa spanglish y texmex que quedará para los anales de las grabaciones radiofónicas—Ana Botella, su consorte, también tiene la misma habilidad idiomática en su intento de fundar el café con leche party—designó por el muy democrático sistema del dedo a su sucesor, y el agraciado fue el que parecía más domesticable del trío aspirante completado por Álvarez Cascos y Rodrigo Rato. Se equivocó, el gallego le salió respondón—Ahí está el resultado de tu guerrita, le espetó al emperador cuando el PP perdió las elecciones tras el 11M— y cuando tuvo los resortes del partido se desprendió de todo el lastre aznarista y se rodeó de fieles. El cisma dentro del PP, con un Aznar cada vez más relegado a jarrón chino, que no pocos querrían romper, pilotando unas FAES cada vez menos influyentes, se consumó y los desaires entre uno y otro fueron mutuos—tú presentas este libro de memorias, pues ni yo ni ninguno de mis ministros nos acercamos; tú montas ese congreso, pues mi agenda internacional me impide asistir—.

Pedro J. Ramírez, aznarista de pro, que ve a Josemari como caudillo de España—una frase acuñada por el anarquista Fernando Sánchez Dragó, otro aznarista confeso—, se lanzó a degüello contra Mariano Rajoy al que siempre tildó de flojo y tibio comparándolo con el desparpajo del presidente del gobierno anterior que puso a España en el lugar que le correspondía en el mundo, según él, y para sorpresa de todos, sobre todo del círculo de Mariano Rajoy, aventó toda la inmundicia del caso Bárcenas para salpicar, como así ocurrió, al propio Mariano Rajoy y a muchos otros prohombres del PP que aparecieron cobrando sobresueldos en los papeles manuscritos de la contabilidad B del PP que el antiguo tesorero del partido tenía en su poder. En una operación calculada y por entregas minuciosas—luego fue El País el que también sacó información al respecto, en concreto las fotocopias de los documentos originales—Pedro J. Ramírez fue disparando uno tras otro los torpedos a la línea de flotación de los rajoyistas pero no calculó que Mariano Rajoy, fruto de su carácter y de ser, además gallego, ni se inmutó, optó por el silencio, tras un desmentido que no convenció a nadie—todo español sabe que cobró sobresueldos durante al menos veinte años, y la cuestión es saber si lo declaró a la Agencia Tributaria—y no presentó la dimisión. Se equivocó Pedro j. Ramírez creyendo que España era un país de cultura democrática equiparable a, por ejemplo, Alemania, en donde un ministro dimite por haber copiado en su juventud en un examen. Pues no. Aquí pueden caer chuzos de punta que no sucede absolutamente nada, que los afectados por toda esa inmundicia que durante meses El País y El Mundo publicaron, datos tan demoledores como escandalosos, no les afectó en lo más mínimo. ¿Y qué? ¿Y qué que hayamos cobrado sobresueldos? ¿Y qué que presumiblemente haya una contabilidad B en el PP? ¿Y qué que hayamos destruido pruebas? ¿Y qué que tengamos imputados un sinfín de militantes en la trama Gürtel? ¿Y qué que hayamos mentido una y otra vez? ¿Y qué que hayamos mantenido a un tesorero delincuente durante más de veinte años? La estrategia del y qué tan arraigada en la democracia española.

No es Pedro J. Ramírez un periodista santo de mi devoción—la paranoia del 11M lo desequilibró, a él y a Aznar, los dos únicos españoles que vieron un contubernio ETA, musulmanes y servicios de información del Estado en el atentado más cruento de la historia de España—, pero sí hay que reconocerle que no tembló a la hora de denunciar a las cloacas del estado en el caso GAL que propició la caída de Felipe González y el procesamiento de su ministro del Interior José Barrionuevo y su secretario Rafael Vera, del mismo modo que ha aireado ahora la corrupción económica dentro del partido del gobierno. Si en la batalla de los GAL Pedro J. Ramírez salió reforzado, porque con su campaña de denuncia continúa al gobierno del PSOE consiguió aupar a la presidencia del gobierno a su amigo José María Aznar, en esta ocasión ha perdido la batalla y me imagino a Mariano Rajoy prendiendo, parsimonioso, un buen cigarro habano a la salud del muerto en el Palacio de la Moncloa. Tráiganme la cabeza de Pedro J. Ramírez, habrá dicho. Y el consejo de administración de El Mundo se la ha traído en bandeja.

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