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«¿Quieres que seamos dos?»

Por Fernando J. López , 14 febrero, 2014

El amor tiene múltiples formas. Y eso no tiene nada que ver con el sexo de la persona con quien compartamos nuestra cama, sino con la identidad de quiénes la deshacemos. Hombre y mujer. Mujer y mujer. Hombre y hombre. La combinación de factores no altera el resultado, ni el aritmético ni el emocional: todas son operaciones igual de sencillas y, a la vez, complejas. Por eso mismo escribí Cuando fuimos dos, una función en la que quería abordar el tema de la pareja desde la cotidianidad, reflexionando a través de la emoción de una historia cercana -la de César y Eloy- sobre temas que nos afectan en cualquier relación, como los celos, como la obsesión, como el deseo, como el compromiso o como la -temida y retadora- convivencia.

¿Por qué sus protagonistas son dos hombres? Esa ha sido una de las preguntas que más se ha repetido en las entrevistas que me han hecho mientras la función estuvo en Madrid,  primero en El Sol de York y después en el teatro Infanta Isabel, y se sigue repitiendo ahora en cada una de las ciudades de la gira, un viaje que -gracias a la empatía con el público- no deja de sumar destinos. Mi respuesta es, por supuesto, siempre la misma: ¿Y por qué no? Nadie se plantearía por qué una historia de amor se nos cuenta desde una pareja hetero (es más, ¿alguien diría «drama romántico hetero»?) y, sin embargo, sí que nos cuestionamos la pertinencia de la otra posibilidad y etiquetamos como «drama romántico gay». En mi caso, la elección de los protagonistas no es más que una forma de activismo en el que creo y que practico en mi faceta literaria y también personal: la visibilidad. Frente a quienes odian y discriminan, no hay nada como exhibir sin complejos -en eso consiste el orgullo- nuestra capacidad de amar, de desear, de entregarnos a quien nos place con toda libertad. Y eso, precisamente, es lo que cuenta esta función. La lucha de dos personas que se quieren por construir algo juntos y la dificultad que supone mantener el equilibrio en cualquier relación. No creo que esa lucha sea un tema gay, ni un tema hetero, ni un tema bi. Es, sencillamente, un tema humano, por mucho que desde lugares como Rusia o, mucho más cerca, desde sectores como la iglesia nos lleguen voces ignorantes y llenas de odio diciendo lo contrario. Así que, seguramente, algún día esta obra ya no será noticia por el sexo de sus protagonistas -ojalá-, sino tan solo por ser un retrato de las relaciones de pareja en la sociedad 2.0.

Esta noche Cuando fuimos dos se representará en el Teatro Colón de A Coruña, una ciudad a la que César (David Tortosa) y Eloy (Felipe Andrés) vuelven por segunda vez en esta gira. Y a mí, que nunca celebré San Valentín, me parece especialmente simbólico que la función tenga lugar un 14 de febrero, porque ya he recibido más de un e-mail y mensaje de Facebook de gente que le ha regalado una entrada a su pareja para celebrar con nosotros este día. Lo más hermoso es que esos mensajes vienen de chicas y chicos que han comprado esa entrada a la persona -hombre o mujer- con quien, ahora mismo, comparten su vida. De igual modo, hace algunas semanas, una espectadora me escribió para confesarme que, cansada de las dificultades de la relación a distancia que mantenía con su pareja, había pensado romper con él. Pero justo el fin de semana que había decidido dar el paso, acabaron viendo -casi por azar- nuestra obra , tras salir de ella, se dijo que no podía tirar la toalla y desperdiciar la única historia que, en su vida, le había merecido la pena: hoy -me contaba al final de su correo- los dos siguen juntos y están aprendiendo e inventando modos de vencer esa distancia. Pensar que la historia de amor entre César y Eloy ha conseguido, en cada espectador, liberarse de la etiqueta de amor gay y se ha quedado en amor -a secas- me parece que es el mejor triunfo posible para esta función en la que todos -bajo la espléndida dirección de Quino Falero– hemos puesto tanto de nosotros mismos.

Claro que no es fácil ser dos. Ni compartir espacios. Ni montar y desmontar nuestra vida en esas cajas que llenan este escenario y que son la metáfora de la continua mudanza emocional a la que estamos abocados en nuestro día a día. Pero en esa dificultad estriba la emoción. Y el desafío. La apuesta por conseguir vernos en el otro y hacer un mundo propio en el que quepan las identidades de ambos. César y Eloy luchan por ello. «¿Quieres que seamos dos?» le pregunta Eloy. «¿Entonces qué? ¿Follamos?» responde el esquivo y siempre físico César. Esta obra es la historia de su lucha. La suya… Y la de todos.

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