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¿Qué es ser crítico literario?

Por Eduardo Zeind Palafox , 7 abril, 2014

Azorín y Baroja en Toledo, a principios del siglo XX

Bien me parece el juicio de un sabio inglés que decía que hay libros fundamentales que son imitados por todos los demás libros. Mas pensar que un libro imita a otro es pensar desde un antropomorfismo erróneo que impide todo razonamiento claro. El gran error de la ciencia actual, creo que ha escrito el sabio Nietzsche, consiste en que quiere escamotear todo lo humano de las ciencias. No deberíamos pensar en libros, en textos o en crítica; no deberíamos, como enseñó Emerson, gran profesor de América, ser poetas «in vacuo», sino shakesperianos. Hay la epistemología, la filología y la hermenéutica para hacer crítica literaria; hay retahílas de teorías, la comparativa y la historia también; hay muchos instrumentos aptos para escrutar un texto, pero tengo para mí que el mejor es la biografía, que es «eco veraz de la solemne historia» de todo libro.

No seré el primero en pronunciar esta idea. Es una tontería, una tautología de burgués querer innovar por innovar, por el vil prurito de fama. Más que pensar en una epistemología o en un método para leer textos y sacarles la substancia, criticarlos, es menester pensar en cómo pensaron los autores. Cuando hice mis estudios de literatura mucho leí al claro Azorín. Hay un texto suyo que se publicó el 21 de septiembre de 1915, en el periódico `La vanguardia´, que se llama `La obra de Larra´, donde nos acucia a preguntarnos: ¿qué quiere el crítico y por qué está tan molesto con la realidad? Pío Baroja decía que Larra, como Cervantes, Ortega y Gasset y Azorín, tenía «carácter», como un temperamento en el estilo. Lo que es muy caliente derrite el hielo, así como lo que es muy frío enfría medianeras temperaturas. Ahora, podemos trasladar este simple pensamiento al quehacer de los críticos y dilucidar, como querría Kant, qué hay «in solidum» en los textos de los críticos y de los criticados.

Larra, dice Azorín, siempre quería otra cosa, siempre veía defectos en España, siempre se quejaba, pues fue educado en el extranjero. El provinciano de cepa detesta lo extranjero y no entiende lo que el foráneo quiere advertirle. Todo crítico de la excelencia de Larra, al que le prohiben publicar por ser «impertinente», podría usar de blasón unos versos de San Juan de la Cruz: «Por toda la hermosura/ nunca yo me perderé/, sino por un no sé qué/ que se alcanza por ventura». ¿Pero qué es el tal «no sé qué»? Puede el crítico denostar la forma en la que un escritor, con palabras vagas, quiere expresar ideas claras y famosas, como las de amor y odio, o puede imprecar contra ideas inciertas expresadas con palabras rimbombantes. Podemos toparnos con expresiones así: «el alma llora cuando el rostro ríe»; o también así: «Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,/ es por el esfuerzo de reírme tanto». Es la primera de un mexicano llamado Juan de Dios Peza, y la segunda de la uruguaya Ibarbourou.

¿Qué de malo o bueno hay en ambos versos? Don Juan de Dios pone atributos humanos en ente inhumano, sal y agua en el viento, por decirlo de algún modo; la poetisa, en cambio, no parla de entidades abstractas, pone aristotélicamente el agua sobre la tierra, y sobre ésta el aire, y sobre éste el fuego, el Otro. En Juan de Dios Peza hay una concepción mística, y en Ibarbourou una pagana o realista. El crítico podrá injuriar al escritor que procure narrar con recursos teológicos, así como al que haga teología, que siempre es alta, echando mano de vulgaridades terrenales. Pío Baroja, que quería retornar a la sencillez de los clásicos castellanos, en su texto `Pequeña erudición´ explica así las causas que han hecho de nuestro rico idioma un instrumento más sensual que racional: «El francés se ha hecho el idioma más claro y expresivo de las lenguas latinas, porque en él han escrito en la época moderna más filósofos, más físicos, más químicos, más historiadores, más ensayistas, más periodistas, que en Italia y en España, y en trescientos años ha sobrepasado a sus rivales». Mucha sabiduría escondida hay en lo dicho.

Recordemos que hay limones, árboles y agua casi en todos los lugares del mundo, mas también recordemos que hay objetos que sólo tienen existencia en España o en Argentina. Distintos de los llanos europeos son los argentinos. Un francés dijo alguna vez que la pampa es «vértigo horizontal»; otros han dicho que la lluvia es «agua vertical», que un avaro es un «pobre con mucho dinero» o que el «cómo» es mero accidente del «qué». Las palabras son sólo recursos, y cuando se juntan son métodos. Crítica es antes comparación que enjuiciamiento.  Crítica es hacer del libro una Cueva de Montesinos, explorarla. ¿No ignoraba Santa Teresa de Jesús que sus ideas habían llegado a ella no por la vía del Espíritu, sino por la cultural? ¿Sabía Larra que los temperamentos ardientes crean, como todo autor de crítica menipea, «situaciones excepcionales» para llevar al límite las sinrazones de lacayos emplumados? ¿Sabe el físico inglés que su idioma toma palabras, según Unamuno, de aquí y de allá sin que le importe un ardite su origen? ¿Sabe el tal que sus ojos, que son las palabras que usa, son cosmopolitas porque aceptan sin remilgos todas las ideas? El crítico es un historiador que ilumina las obras que lee el indoctísimo público.

E. Z. P.


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