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Perder el norte

Por Silvia Pato , 31 diciembre, 2014

Entre pantallas, redes sociales, teléfonos móviles, el sonido constante de las radios, las televisiones y la música a todo volumen por los altavoces, nos sumergimos en la apoteosis de otro Fin de Año al que llegamos, sin saber cómo, conducidos por un frenético empuje, repleto de convencionalismos que, en la mayor parte de las ocasiones, ni siquiera se han cuestionado.

Es fácil dejarse arrastrar por el río de Todo el Mundo lo Hace, e infinitamente difícil alcanzar la orilla para iniciar el camino, sobre todo, para aquellos que no desean ni oír hablar de tierra firme, aunque todos comiencen el año con una inabarcable lista de propósitos que, después del primer trimestre, habrán quedado por completo en el olvido. Quien así actúe, seguirá dando brazadas ficticias en ese caudal que arrastra a los incautos a vidas que sueñan otros por ellos.

sylvester-534233_1280Aparquen los smartphones, apaguen el ordenador, aléjense unas horas del mundanal ruido.

Hoy les convido al silencio.

Comiencen el año regalándose el tiempo que merecen con ustedes mismos. Imprescindible es que sea a solas, sin ruido, en un entorno en el que la naturaleza, si es posible, haga acto de presencia; ya sea una playa, un bosque, una colina, una montaña, un jardín o un parque arbolado. Háganme caso aún cuando crean que el verde no va con ustedes; seguramente, no se han tomado el tiempo suficiente para conocerlo.

Tómense unas horas. Las suficientes como para alcanzar ese estado de solitud en medio de la zozobra que nos descubre la conciencia absoluta de nosotros mismos, y no tantas como para caer en pensamientos en bucle que, tal vez, le rondan en el estrés inagotable de estas fechas.

Olvídense del móvil, de los mensajes, de las listas de correo, de las aplicaciones, de las autofotos, de la sonrisa obligada que parece que ha de asomarse a nuestra cara durante la Navidad.

Olvídense de los compromisos sociales, de los regalos sin comprar, de los platos sin fregar, de las llamadas sin hacer, de negarse un instante para ustedes mismos por si creen que a alguien le molestará ese aislamiento voluntario durante unas horas. Quien les quiera bien lo entenderá perfectamente, puesto que, probablemente, haga lo propio.

Inicien este año escuchándose a ustedes mismos, reparando en las palabras que salen de su boca, sintiendo las emociones que esconden en su interior, haciendo oídos sordos a los propósitos impuestos que la sociedad exige por un puro interés mercantilista: ser más guapo, estar más delgada, ganar más dinero, comprar una casa, estar a la moda, tener el último aparato tecnológico, etc.

Olvídense del ruido absurdo y piensen en lo que realmente les importa a ustedes, porque si les importa a ustedes, aunque parezca una nimiedad, es importante.

Escuchen sin miedo esa voz al fondo de su mente, el eco de ese niño que subyace en su memoria, eviten a toda costa el fatídico vicio del autoengaño, y sean consecuentes con lo que entonces descubran, porque de vez en cuando hay que perderse unas horas para no perder el norte, cualquier día, del todo.

Esos pequeños gestos marcan la diferencia entre aquel que alcanza el Fin de Año viviendo honestamente tal y como quiere vivir, y aquel que una mañana abre los ojos y piensa: ¿Qué diablos he hecho con mi vida?


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