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Pensiones sin plan

Por Fran Vega , 10 diciembre, 2015


A medida que las elecciones legislativas se acercan y la crisis se olvida como si fuera ya un estado natural de las cosas, transformada cada día en nuevo embuste y otro engaño con los que calmar a la mayoría silenciosa, resulta más evidente quiénes son las víctimas elegidas por los gobernadores —aquellos que hace tiempo perdieron su condición de gobernantes— para que padezcan todas las consecuencias del fango de cloaca que ellos mismos nos trajeron.
Es sabido ya que políticos y banqueros, con sus tropelías e ignorancia, originaron un desastre transnacional que aprovecharon para dar un giro ideológico a todo aquello que hasta ahora era conocido. Y es sabido también que las clases menos pudientes son las responsables de resolverlo mediante la neoevangelización a la que asistimos y que se manifiesta en grasientas expresiones dirigidas a estimular esfuerzos y sacrificios, como si la vida de cualquier trabajador no estuviera ya repleta de ellos sin necesidad de ajustes y recortes.
Pero de todos los colectivos afectados por esta descomunal estafa, el de los pensionistas es, junto al de los desempleados, el más sangrante. Sus ingresos se congelan o no se revalorizan por decisión de quienes cobran miles de euros a la semana, su poder adquisitivo retrocede mediante subidas de impuestos y copagos de diversa especie y su vida se empobrece al ser en muchos casos los titulares del único ingreso familiar.
Llama poderosamente la atención que las organizaciones que gobiernan en los países europeos se ceben en uno de los grupos de población más frágiles, pero aún más que lo humillen hasta la exasperación exigiéndole lo que sobradamente dieron. Es difícil de entender que estos majaderos y holgazanes pidan más a quienes trabajaron durante cuatro o cinco décadas para sobrevivir, mantener una familia, ayudar a levantar empresas públicas o privadas o reconstruir países destrozados tras la guerra. Es incomprensible que tengan la desfachatez de rebañar en sus platos cuando en muchos casos ni siquiera pueden llenarlos. Y es irritante que estas gentes que dicen proceder de la tradición cristiana arañen en los monederos de quienes apenas pueden cubrir sus necesidades ni sus gastos.
La perversión y la maldad que anidan en esta crisis que aún no ha terminado —y que seguramente jamás terminará— cabalgan a sus anchas y sin límites y echan a los pies de los caballos a los más desfavorecidos para que sus autores y coautores sigan ingresando dos o tres salarios al mismo tiempo, más bonus, dietas, complementos y otras lindezas capaces de sonrojar a cualquiera que conserve un miligramo de ética en su cerebro. Y no se conforman con enriquecerse de la manera más grosera posible, sino que empobrecen todavía más a quienes ya estaban en el umbral de la pobreza.
Hemos conocido políticos con poca o ninguna vergüenza, pero lo de estas tropas que habitan en nuestros tiempos rompe cualquier barrera existente hasta el momento, más aún cuando sabemos que las arcas de la Seguridad Social, de las que depende el pago de las pensiones, están siendo saqueadas de manera constante para cubrir agujeros fiscales y otros pozos sin fondo de difícil justificación.
Así las cosas, el horizonte de los pensionistas no es sino el arrastre motivado por el robo de lo que durante años dieron al estado. Y no olvidemos que los pensionistas de hoy cobran en función de unos salarios que ya tampoco existen, por lo que los pensionistas de mañana apenas recibirán, recibiremos, un puñado de monedas como toda devolución de nuestra financiación y nuestros pagos: adiós a los ingresos dignos y merecidos y adiós a la debida atención social y sanitaria.
Nuestro país sobrepasa los nueve millones de personas que cobran una pensión: más de nueve millones de voces que ninguna organización política o mediática lograría enmudecer. Es hora de sumar nuestra voz a la suya y de reclamar lo que les corresponde por justicia, pues olvidar su presente implicaría también olvidar nuestro futuro. Y si nosotros no lo hacemos, ningún político emergente o sumergente lo hará.


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