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Panorama

Por Carlos Almira , 18 agosto, 2015

La vuelta del verano (para quien lo haya tenido), presenta un panorama político interesante. Por una parte, la situación en Europa, o mejor dicho, en la Unión Europea, donde tras el fiasco de Grecia, parece imponerse un orden “natural” y, como ocurriera con la desgraciada “Primavera Árabe”, las fuerzas e ilusiones de cambio y de democracia amenazan con encallar, naufragar, diluirse y quedar en nada, ante la ruda prueba de los hechos. Por otra, las crisis militares que, junto a la crisis humanitaria de la emigración, se recrudecen y toman un rumbo incierto, muy cerca de nosotros: ¿qué va a pasar en Siria y en todo el Oriente próximo tras la caida del régimen de Asad; ¿y Libia? ¿y Ucrania? A estos focos de inestabilidad política se suma el rumbo incierto de la economía China: un país cuyo ritmo de crecimiento se desacelera, empujándolo al dilema de: a) aferrarse a una prosperidad sin bienestar social, basada en la exportación; o b) tratar de emular el proyecto de desarrollo de occidente (Keynes, inversiones públicas, mercado interno, tecnologías y terciarización), justo cuando el mismo occidente apuesta con fuerza por el modelo de capitalismo asiático (mano de obra abundante y barata, despotismo y exportaciones).
Todo eso está muy bien. ¿Y qué? Otra vez el viejo tic de la “izquierda”, el catastrofismo, el “cuanto peor, mejor” trasnochado. ¿Por qué no aceptar los hechos? Quien paga, manda. La democracia es un proyecto muy bonito, como el humanitarismo, pero a la hora de la verdad deben primar los intereses, el sano sentido común, y sobre todo, el mercado. A ver si nos enteramos de una vez de que los señores que mandan en el mundo no están dispuestos a ceder ni un ápice en sus posturas. Tienen los medios y la determinación firme de usarlos, como hemos visto este verano con Grecia. No van a permitir absolutamente nada. Como decía el filósofo Hume, no ven ninguna razón para anteponer el interés y el bien de la humanidad al menor de sus intereses y deseos.
La única esperanza es que las crisis se les vayan de las manos. Que el propio desastre de sus políticas, socialmente devastadoras, acabe por sepultarlos. No va a haber ninguna democratización, ninguna Primavera Europea, nada. Se acabó. Hagámonos a la idea. Cuanto antes mejor. La democracia en Europa está muerta, acaso para siempre. Descanse en paz.


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