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Palabras bonitas, palabras feas

Por Eley Grey , 22 noviembre, 2014

—Él me ha insultado primero.
—Pero ella me ha dicho algo muy feo —los ojos de Adrián vibraban entre agua salada.

Cada tarde la misma escena, con él y con ella. Era un grupo especial. Tenían algunas peculiaridades que los hacían algo diferentes, ¿algún niño no lo es?.  Tras varios meses de asambleas, puestas en común y reflexiones en mis desayunos, almuerzos, cenas y paseos vespertinos conmigo misma, ayer decidí hablar con ellos dos a solas.

—¿Os gustan las palabras feas? —me miraban como si fuera una pregunta matemática, un problema algebraico de difícil solución.

Cruzaron sus miradas durante un segundo, y volvieron a fijar sus pupilas sobre la superficie de la mesa. preview-web
—¿Os gustan las palabras feas? —volví a preguntar.

Como respuesta acepté un movimiento negativo de sus cabezas.
—Mi padre también las dice, y mi madre —dijo por fin Adrián.
Adrián era un niño bastante sincero, y ante este argumento poco me quedaba por decir.

—Pues a mi las palabras feas me tiran para atrás —les dije, sin saber si entenderían la expresión—. No me suenan bien, ¿entendéis? —quise matizar.

Otra vez el silencio como respuesta. Alba lo rompió esta vez:
—A mi no me gustan —evidentemente, estaba empalizando conmigo sin ser consciente de ello. Sólo copiaba mi opinión.

Les dejé pensar cinco segundos más, sin hablar.
—¿Sabéis decir palabras bonitas? —les pregunté después, a sabiendas de que no me iban a contestar. Volví a formular la misma pregunta y respondieron con un tímido movimiento afirmativo de cabeza, pero sin emitir sonido.
—Guapo —dije.
Volvieron a mirarse y se sonrieron.
—Qué bien te portas —seguí—, eres genial, precioso, eres muy bonita…

Pensé que mi reacción les había pillado por sorpresa y quise animarlos un poco:
—Vamos, repetid conmigo: eres fantástica.
—Eres fantástica —decían a dúo.
—Me encanta tu trabajo, gracias —seguía yo.
—Me encanta tu trabajo, gracias —Adrián no podía evitar mostrar una sonrisa bajo su pequeña nariz, pero Alba se lo tomaba muy en serio.

Empleé los dos minutos siguientes diciendo palabras y expresiones bonitas, ellos las repetían, cada vez más animados. Cuando consideré que estaban tranquilos y relajados, les miré a los ojos y les dije:
—Veo que sí sabéis decir palabras bonitas, ¿verdad?
Esta vez sonrieron los dos y compartieron una mirada cómplice. Ya estaban completamente receptivos, así que aproveché:
—Pues a partir de ahora vais a hacer algo nuevo, ¿os atrevéis?
—Sí —contestaron a la par, dispuestos a conseguir una misión secreta.
—A partir de ahora, cada vez que escuchéis una palabra fea o tengáis ganas de decirla, vais a pensar en una bonita, que ya he visto que sabéis muchas. Y no sólo eso —traté de mantener en este punto la intriga—, si creéis que sois valientes de verdad, la diréis en voz alta. Porque, ¿os cuento un secreto? —asintieron expectantes—, las palabras bonitas son siempre mágicas. Cuando los otros niños las oigan, querrán repetirlas también. Veréis que si os escuchan, se vuelven amables. Cuando lo hagáis, me contáis qué tal ha ido, ¿os parece?

…………………………..

Las palabras no son sólo letras. Detrás de cada expresión se esconden mensajes, cultura, roles de género, costumbres e incluso leyes. Enseñar palabras bonitas no es una cuestión de buena educación, de apariencia o respetabilidad, es algo más. Es vida, es alegría, aceptación, normalización, visibilidad, compañerismo, empatía, comprensión y escucha.


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