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`Paisaje´, de Ricardo Martínez-Conde

Por Eduardo Zeind Palafox , 9 junio, 2017

 

 

 

Eduardo Zeind Palafox

 

 

El río que llaman vida, caudal de tópicos que nos inserta en la ocupación política, impide que concibamos nuevos modos de existencia. El atender menesteres económicos, amorosos, académicos, aminora nuestra percepción, angosta la cantidad de tipos de información que captamos, es decir, empobrece nuestro juicio. Agrandar las puertas sensoriales es agrandar nuestro juicio, nuestro entendimiento, y haciéndolo filosofamos o discursiva o poéticamente.

Filosofar es concebir posibilidades, conceptuarlas u objetivarlas, transformarlas en ideal de perfección, vivir con ojos idealistas para no ser arrastrados por la variedad mundana y juntar lo que nunca había convivido, que llaman sintetizar. Sintetizando emergen mundos nuevos, o sea, poéticos. Y recordar cómo se poetizó es pintar paisajes vitales.

Hemos leído un libro de Ricardo Martínez-Conde, de nombre “Paisaje”, del que podemos decir que nos enseña a filosofar poéticamente. Es extremada jactancia comentar, criticar o exornar un libro de poesía, de inspiración, por lo que hemos resuelto sólo medio glosar algunos versos de la obra supradicha para que los lectores, con propias pupilas, vivan el paisaje imaginado por Martínez-Conde.

Es prudente, juicioso, quien acumula ricas vivencias y textos para enfrentar paradojas morales. Un verso, que puede ser un “hábito”, como decía Borges, es capaz de salvarnos. La retórica, se sabe desde antaño, con vivencias y ejemplos nos enseña a deliberar, a arrostrar el futuro con ojos avisados. El libro de Ricardo Martínez-Conde no es un libro únicamente de poesía, sino también de filosofía, esto es, de deleite útil, como querían los clásicos del jaez de Quintiliano.

Los versos del libro son arte razonado, moderno, como el de Baudelaire, al que llaman origen de la poesía moderna por haber creado con conciencia. El lector, o en mejores palabras, el veedor del “Paisaje”, después de haber fatigado cinco o diez poemas olvidará que anda en poesía y creerá que está filosofando con elocuencia lógica. Ejemplo de coherencia lógica, de conciencia que no se cansa de crear porque creando renueva los ojos, es algo que escribió Baudelaire (”El enemigo”): “Mi juventud no fue sino un gran temporal/ atravesado, a rachas, por soles cegadores”.

Filosofar es recordar concientes lo que hicimos soñando, cegados y movidos por las emociones. Martínez-Conde nos regala un principio que sirve para saber si estamos viviendo libres, despiertos, o atados, dormidos: “Y si no veis más allá/ es que desconocéis vuestras emociones”. ¿Qué son esas emociones? Soles. Esos soles son para nosotros, que somos ingenuos porque nos llamamos “modernos”, el dogmatismo tecnocrático y el escepticismo político.

Hoy, cual primitivos, vemos magia en la tecnología, y cual muertos moralmente descreemos de cualquier ideal que nos haga vivir mejor en la ciudad. Todo lo sencillo puede manejarse con los dedos de la mano intelectual. Ideales como los estoicos o epicúreos y utensilios que nos muestran causalidades comprensibles, como el martillo, son cosas pequeñas. Martínez-Conde, por eso, nos recuerda lo siguiente: “Lo sencillo, lo pequeño, parece/ que se haya quebrado”.

Quebrados, es decir, mitad estoicos y mitad epicúreos, mitad tecnócratas y mitad rústicos, nos volvemos incapaces de filosofar y de poetizar, de renovar el lenguaje. Quebrados ignoramos lo pequeño por soñar grandezas e ignoramos lo grande por embelesarnos con lo baladí, con subterfugios de tecnología.

“La costumbre,/ pequeña esencia”, dice Martínez-Conde. En la palabra “esencia” hay afanes filosóficos y en la palabra “pequeña” los hay poéticos. El verso, que puede analizarse lógica y retóricamente, por carecer de ardides estilísticos invita a ser aceptado sin remilgos. Con él concebimos algo abstracto e idealizamos la vida, una vida tejida con costumbres que apuntan a lo pequeño.

Y lo pequeño cabe en nuestra vista, y lo que en ella cabe puede no sólo describirse, sino también juzgarse sin yerro, y todo para que no digamos “yerro por dentro”, es decir, vivo cegado. El libro que comentamos, en síntesis, es de poeta filósofo, es decir, hecho de lirismo crítico.–

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