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Pactando con lobos

Por Fran Vega , 30 diciembre, 2015

Pactando con lobos

Resulta que en esta España nuestra de sargentos y furrieles se impone ahora la obligada necesidad del diálogo y el pacto, de conversaciones de sofá mientras suenan en las calles alegres villancicos y se adivina en el ambiente un aroma de convivencia y amistad. Resulta que en este país nuestro, tan tabernario y jaranero, no hay más remedio estos días que escuchar a quien no quisiéramos tratar y atender su respetable exposición que en el fondo nos delata. Resulta ahora que los políticos de este país de ordenanzas y decretos se comportan como si vinieran a cenar los cuñados más impertinentes de la historia.

Quién le iba a decir a nuestro atribulado presidente del gobierno que tendría que sentarse a dialogar con quien hace poco le afeaba su rarísima conducta o con quien viste camisas adquiridas en hipermercados de barrios que todavía no ha pisado. Quién le iba a decir en su atalaya monclovita que se terminó lo del plasma y la menina y que no tiene otra salida que aflojarse la corbata y escuchar las bobaditas de derechosos e izquierdosos porque medio país aún no se ha enterado de las hazañas cometidas. Quién le iba a decir que más allá de la prensa deportiva que cada mañana revisa en el retrete hay una diabólica existencia llena de cepos y de trampas, de laberintos maquiavélicos en los que no sirve para nada el escapulario ni la sorna, de ciénagas y charcos repletos de alimañas que arruinan y sepultan nuestro digno acontecer. Quién le iba a decir a él, que todo lo ha sido en esta España nuestra, desde aburrido concejal a incompetente presidente, que ahora su futuro depende de un par de guaperas perfectamente rasurados y un tipo extraño con coleta y cierto deje al caminar.

Y como todo ser alucinado e insensato, nuestro registrador no termina de creerse lo que las urnas le tenían preparado ni puede comprender que la patria le traicione, la misma patria que rescató solemnemente del desastre y los mercados antes de sentarse en la tribuna a aplaudir dos goles y un penalti, la misma patria a la que tanto ha dado y a la que tanto quiso procurar. El cisne negro vive estos días sin vivir en él, sin fumarse un puro por las tardes ni jugar mentalmente al dominó, porque por primera vez en su amarillenta trayectoria tiene que escuchar y dialogar, tiene que ofrecer y conversar, tiene que ceder y proceder. It’s very difficult todo esto, se dice cabizbajo por las noches cuando recuerda con nostalgia los recientes tiempos absolutos de silencio y cerrazón.

Y quién le iba a decir también al otro atildado presidente, al mesiánico protector de las esencias catalanas y relamido dirigente con hechuras de convincente vendedor que un día tendría que esperar en la buhardilla de su casa a que un grupo de mochileros dominantes, de revoltosos con sudadera y camiseta y asamblea y opinión, votara y decidiera su agonía y frustración y prolongara y estirara su esperpéntico fracaso, su ridícula postura y su humillante situación. Quién le iba a decir a él, que a punto ha estado varias veces de inmolarse por desconexión e independencia, que tendría que vérselas al fin con semejantes individuos de atuendos prohibitivos y cabelleras clandestinas, con la turba indeseable de barriada y callejón. Quién le iba a decir al estirado presidente de trajes a medida y afeitado milimétrico que a esta alegre muchachada tendría que ofrecerles oro, incienso y mirra para permitirse un poco más de heroísmo provinciano, de épica grotesca y de estilo degradante ante su propia multitud.

Estos dos hombrecillos que tanto se quisieron y adoraron, que tantos ajustes y recortes acordaron mientras parecían detestarse y separarse, que tantas mayorías se otorgaron en hoteles y burdeles y que tanto se parecen en su mísera actitud, no tienen más remedio ahora que pactar por separado unos cuantos votos del ignorado populacho para sobrevivir entre alfombras y moquetas sin olfatear siquiera la empobrecida, cansada y arruinada realidad.

Y estos dos tipos casi divinos, estos dos tipos que hace mucho tiempo que entendieron que el arte de la política no es sino la guerra por otros medios, se sienten ahora humillados y ofendidos ante lo que consideran un injusto castigo procedente de un pueblo descarriado e ignorante, una impropia circunstancia macabra y juguetona que la vida les ha dado para que se arrodillen y defequen de pánico y temor ante los leones y las hienas surgidos de sus propias felonías y de su única y exclusiva perversión.

Así están, así son y así seguirán estos dos oscuros personajes de funesto advenimiento, estos tristes responsables de tanto como hemos padecido y estos patibularios mercaderes capaces de alcanzar las más altas cimas de miseria, embuste y podredumbre a cambio de lamer y relamer cualquier esfínter y conducto que les otorgue la aritmética adición. Cada uno por su lado pactará con quien le toque, no importará qué ni tampoco hasta cuándo, y solo ellos serán conocedores de la cláusulas secretas que su acuerdo implique, pues nosotros tan solo veremos otra vez chirriantes apretones de manos y saludos complacientes entre quienes se necesitan y negocian en nombre de la estabilidad, la prima de riesgo y la doliente democracia.

Pactemos también nosotros no alterarnos por tanta infamia como contemplamos, no sufrir por tanto ingenio y artificio y no acoger a estos comerciantes de mercadillo y ocasión, porque al fin y al cabo seguiremos soportando los efectos de su pacto y ellos sonreirán en sus despachos por la suerte de tener junto a su mesa otro bandido salvador. Continuemos entonces atentos a lo nuestro, a nuestras cosas y a los nuestros, porque entre lobos de antorchas y banderas ni se duermen ni se muerden.


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