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OrgulloLGTBI: ni espectáculo mercantilizado ni capitalismo rosa

Por Ema Zelikovitch , 3 julio, 2017

Por Esther Miranda y Ema Zelikovitch

El movimiento LGTBI cumple 40 años en España. 40 años de grandes conquistas políticas y sociales; también de toma de conciencia de un camino que está aún lejos de terminar. Madrid luce orgullosa el título de capital de la diversidad sexual, pero lo cierto es que la LGTBIfobia todavía existe, y también ha evolucionado: ahora es mucho más sutil que antes.

Sin embargo, esto no es lo único que nos aleja –como sociedad– de la plena conquista de los derechos LGTBI [entendiendo por “plena conquista” no solo la eliminación de todas las formas de discriminación, sino también la adopción de un concepto de Orgullo que nos represente a todos y a todas]. Dentro del movimiento existen viejas batallas, como aquella por la visibilidad de todas las identidades y orientaciones sexuales, por dar espacio a voces y reivindicaciones que no sean solo gays; pero también batallas más recientes, como aquella por un Orgullo libre de injerencias externas, véase cualquier injerencia política o ideológica, pero especialmente de la injerencia del capitalismo y los valores neoliberales.

Cuestionarse aspectos de la celebración del Orgullo como acontecimiento y espectáculo mediático, su puesta en escena, su financiación y sus carrozas llenas de políticos y famosos, nos llevan a cuestionar la necesidad de un Orgullo entendido y construido de una manera diferente para convertirse en oportunidad de visibilización, y no en espectáculo mercantilizado; para rechazar el capitalismo, y no para convertirse en promotor del capitalismo rosa.

Una cabalgata de carrozas, cuyo coste asciende a miles de euros, y conciertos en las plazas patrocinados por empresas como Coca-Cola, Uber, El Corte Inglés, Iberia o TeleMadrid no refleja exactamente la voluntad de situar en el centro de la agenda política y mediática la reivindicaciones de los derechos y libertades de la comunidad LGTBI. Da que pensar que apoyemos la huelga de las trabajadoras de Coca-Cola, o la huelga de taxistas, o que critiquemos los anuncios machistas de El Corte Inglés, en los que las mujeres somos comparadas con aspiradoras, o que nos escandalicemos con las exigencias físicas de compañías de vuelos como Iberia para acceder al puesto de azafata, o que TeleMadrid permita en horas de máxima audiencia que tertulianos misóginos y homófobos se sienten en sus platós de televisión, pero que, a cambio, aceptemos la representación y el padrinazgo de dichas empresas en una fiesta en la que el objetivo es mostrar el orgullo por todos aquellos aspectos y diversidades sexuales que las grandes empresas, precisamente ellas, tratan de cohibir y vejar.

No se trata de buscar un Orgullo de izquierdas o un Orgullo de clase, se trata de buscar un Orgullo autónomo e independiente, que no se venda por la financiación proveniente de empresas que no respetan ningún tipo de lucha social.

Por ello parece casi inevitable preguntarse y reflexionar acerca de su impacto real en la sociedad y en la agenda política, acerca del contenido del relato que nos cuenta una celebración que tiene la ciudad a sus pies y saca a las calles a cientos de miles de personas tan solo un día al año, pero que niega sus principios directamente en su hacer.

Sobra decir que esta fiesta es necesaria, y lo es porque sigue molestando. Pero el Orgullo es tal por su conciencia social, o por la de aquellas personas que sufrieron y lucharon para que hoy podamos festejar la diversidad. Por tanto, y para que no pierda la conciencia social gracias a la cual pudo echar a andar, es necesario arrebatarlo de las manos de quien lo posee actualmente y apostar por un Orgullo alejado de la espectacularización y de las grandes entidades económicas, uno que contribuya a la destrucción de la LGTBIfobia respaldando realmente la diversidad y creando distintos amores, para que no tengamos que pedirle a París el suyo. 


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