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¡Opalalá!: el almuerzo de la discordia

Por José Antonio Olmedo López-Amor , 28 abril, 2019

En el año 2010 murió la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, quien creó la denominada «Teoría de la espiral de silencio». Una apuesta por el conocimiento de la opinión pública para poder influir sobre ella. En su tesis, Neumann no aboga por tergiversar la información, sino por conocer cuáles son los cambiantes dogmas predominantes en la sociedad y estudiar el comportamiento colectivo; de esa forma, la doctora afirma que es la propia sociedad quien margina o abraza al individuo según este comulgue o no con el sentir mayoritario del pueblo. Para ello, es necesario sondear periódicamente a los ciudadanos e influir sobre ellos, premiando con la inclusión del individuo en un colectivo o sociedad, como también amenazando con ese aislamiento tan temido según sus criterios o ideales.

A través de este recurso de control las sociedades capitalistas no deben preocuparse de la ideología y comportamiento del individuo aisladamente, pues influyendo sobre el núcleo más numeroso será la propia sociedad quien presione a la oveja descarriada para que regrese al hato. La lobotomización general se focaliza así en las colmenas y ceden los espacios periféricos al errático transitar de su nimia resistencia.

Obra dramática inmediata, en clave de comedia, no mediada por ningún narrador, de doble enunciación entre dos únicos personajes que caminan en perpendicular a pesar de que trabajen juntos, ¡Opalalá! Es una descarnada representación de las relaciones de poder en la sociedad actual, pero también una reflexión acerca de lo absurdo de santificar las tradiciones, obsesionarse por pertenecer a un determinado grupo social u odiar a aquel que no piensa igual que tú.

¿A cuántas conversaciones banales y clasistas entre funcionarios —sea en su descanso o no— hemos asistido a lo largo de nuestras vidas? ¡Opalalá! Parte del momento rutinario en el que dos innominados trabajadores públicos, cual autómatas, repiten la mecánica tarea de sellar y clasificar documentos; a partir de ahí llega la hora del almuerzo y los sesenta minutos aproximados que dura la obra tendrán lugar en ese tiempo diegético de esparcimiento laboral.

Escenificada como una austera oficina de atrezzo fijo, la obra consiste en el diálogo y coreografía constantes entre los actores Òscar Bosch y Rafael Cruz, quienes encarnan dos extremos de la conducta burguesa: el autoritarismo orgulloso de serlo y la discreta humildad de quien asiente y obedece. Ambos realizan magníficamente sus roles, aun a pesar de la dificultad de comer y beber durante su actuación, incluir una actuación musical estelar a mitad de la obra y tener al público de la primera fila a poco más de un metro en una sala de setenta butacas.

La exigencia física de ambos papeles es colosal, como también su interactuación mediante réplicas rapidísimas e ingeniosas. El espacio escénico será parcelado en ocasiones por efectos lumínicos y a pesar de transcurrir con orden cronológico, el tiempo parece detenerse en algunos momentos, como sus pasajes monológicos.

El libreto, de Joaquín Daniel, es un auto para nada autocomplaciente ni concesivo, es denso literariamente y en ocasiones, hasta agresivamente subversivo. La cuarta pared es derribada —por ejemplo— para insultar con múltiples e indecorosos epítetos al público (tercer personaje, colectivo) al cual se refieren como `ellos´, pues encarnan la otredad, considerada peligrosa e inferior al no profesar su mismo dogma.

«Procura ser uno de nosotros y la vida te sonreirá», reza el eslogan: consigna que podemos asociar a todos los `ismos´ casposos y caducos que la tradición se encarga de perpetuar.

Unos tras otros se irán sucediendo los temas en el diálogo: la familia, la crueldad, la felicidad; la sucesión de situaciones cómicas irá dando paso a una escondida realidad más miserable y trágica.

Símbolos de la clase media alta, los personajes, a través de sus escarceos dialógicos dibujarán hasta el absurdo los rasgos de su ideología y anticiparán con ello la obsolescencia de conductas patriarcales, machistas o de abuso, tan normalizadas en nuestra sociedad. Entre el listo (Òscar Bosch) y el tonto (Rafael Cruz) queda un espacio propicio para la reflexión, para la moderación a la que invitan sus excesos.

De izquierda a derecha: Òscar Bosch y Rafael Cruz.

Nada queda al azar en esta comedia con tintes dramáticos: desde las frases contenidas en los cuadros de la pared; hasta el signo que imprimen en los sellos y después aparece como quemadura en las palmas de las manos de uno de los personajes. Hasta el más mínimo detalle se convierte en algo relevante y significativo.

La palabra `upalalá´ se recoge en un glosario de jergas y modismos argentinos (variedad geolectal del español) como una interjección impropia para expresar asombro, cuyo equivalente en español sería `narices´, por ejemplo. El cambio paronomásico que sufre el término para convertirse en el título de la obra podría deberse a una velada crítica al mercantilismo a través de la OPA (oferta pública de adquisición de acciones, etc.), ya que no hay que olvidar que ambos personajes son anodinos trabajadores sumidos en su rutina diaria.

Sin posicionarse claramente, la obra deja resquicios abiertos a la interpretación del espectador y hace mejor en traslucir y develar los síntomas de la enfermedad que carcome a nuestra sociedad que en nombrar tajantemente los factores que la enferman: por una parte, evita ofender; y por otra, invita a reflexionar.

La hora de almorzar termina y solo uno de los trabajadores regresa a sus labores, puesto que tras lo acaecido en su contienda verbal uno de ellos, el obediente, revela las bajezas humanas de las que son capaces los «nosotros» y no encuentra sentido a seguir viviendo en una burbuja de prejuicios y humillaciones constantes. Por tanto, como tránsfuga, su decisión final será pasarse al bando de los «ellos» por convicciones morales, justo aquello que su enseñanza reclama a los ciudadanos del contexto histórico representado.

    ¡Opalalá! Viene a entretenernos, a divertirnos, pero también a demostrarnos que ciertas actitudes sociales marcan las líneas rojas que forman guetos y son las balizas imaginarias que levantan muros impenetrables de odio e incomprensión entre nuestros semejantes.

La obra se representará los días 3,4, 10 y 11 de mayo (21 horas) en la sala La Máquina (c/ Padre Jofré, n. º 7) de Valencia.

Ficha técnica:

Dirección: Joaquín Daniel

Escenografía: Juan Carlos López

Ayudante de dirección: David Escalante

Iluminación: Mingo Albir

Producción: La Máquina

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