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No querrás que te llamen marica

Por Fernando J. López , 11 septiembre, 2014
bolisCada vez que comienza el curso, doy rienda suelta a una de las (muchas) adicciones a las que no soy capaz de renunciar: mi pasión por los objetos de papelería. Me lleno de rotuladores, bolígrafos, carpetas transparentes de colores imposibles y otros utensilios que, desde niño, he disfrutado estrenando cada mes de septiembre.
Hace un par de tardes andaba curioseando entre una colección de portaminas, cuando un niño de unos nueve años se ha acercado donde yo estaba y ha cogido uno. Concretamente, uno de color malva muy claro -casi rosa- que, por lo visto, había llamado su atención. Enseguida, su madre y su hermana -algo mayor que él: ¿catorce? ¿quince?- se han acercado y la madre le ha quitado con firmeza el portaminas, acompañando el gesto de un despectivo y sonoro «¿Qué quieres? ¿Que te llamen marica?» que ha arrancado una carcajada a su hermana mayor.
Sé que es de ingenuos pensar que la igualdad es real, pero sí me cuesta entender que palabras como marica sigan siendo un insulto, o un objeto de discriminación hasta dentro del entorno familiar. Cómo vamos a luchar contra el bullying homofóbico en las aulas si son los propios padres los que estigmatizan la orientacion sexual desde que sus niños son pequeños. No querrás que te llamen marica. No querrás ser marica. No querrás diferenciarte del resto y ser señalado por no pensar o sentir como ellos… En este caso, el problema se resumía en un simple portaminas, pero ¿cómo reaccionaría esa misma madre si uno de sus hijos se declarase abiertamente LGTB?
Queremos creer que el tema de los colores o de los juguetes sexistas está superado, pero pinceladas como la de esta tarde me hacen caer en la cuenta de que no es así. Y no, no se imaginen en esa papelería a una madre chapada a la antigua, o a una madre sin formación, o a una madre a la que podamos dar rasgos que nuestro elitista -y prepotente- urbanocentrismo nos haga creer que es normal que haga afirmaciones como esa. No, imagínense una madre profesional, moderna, de unos cuarenta y poquísimos, con bolso de firma, maletín en  una mano y manejando nerviosamente su iPhone en la otra. Imagínense una madre del siglo XXI -al menos, vestida como tal- que piensa como si viviera en el siglo XIX. Sí, imagínense eso y entonces estarán viendo al a mujer que he oído amenazar a su hijo con la terrible lacra de convertirse en el marica de la clase.
Me gustaría poder decir que la anécdota no es más que eso. Una simple anécdota. Pero todos sabemos cuántas anécdotas como esta se repiten, cerca de nosotros, cada día. Cuántos miedos nacen, cuántos fantasmas se crean, cuántas grietas se abren por el temor a ser.  Dentro y fuera de las aulas. Grietas y miedos ante los que solo hay un arma posible: la educación. Así pues, empuñemos con fuerza la visibilidad y las tizas. Hay mucho por hacer.


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