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Ni voz, ni voto

Por Hector Anaya , 12 diciembre, 2014

 

A medida que el proceso soberanista en Cataluña va avanzando, las tensiones que con él conlleva se agudizan. Desde que el pasado viernes el Parlament catalán aprobara, con 106 votos a favor y 28 en contra, la ley de consultas no referendarias, los sectores contrarios al independentismo no han dejado de pronunciarse al respecto y de criticar las intenciones de Artur Mas de usar la recién aprobada ley de consultas para convocar la consulta soberanista del 9 de noviembre. A todo ello se suma el «no» que recibió el referéndum sobre la independencia de escocia. Pero, ¿es legal lo que está haciendo Cataluña? ¿Y legítimo? ¿Qué mecanismos le quedarían al pueblo catalán para lograr su independencia si el Gobierno central recurre el texto ante el Tribunal Constitucional como ya ha anunciado?

Dejando a un lado las opiniones a favor o en contra de la independencia; lo que es un hecho es que si el Gobierno Central, amparándose en el artículo 161.2 del texto constitucional, logra que el TC suspenda la ley de consultas; convocar un referéndum amparándose en la legitimidad catalana sería ilegal, según el régimen jurídico español.  Y por mucho que algunos intenten hablar de legalidad catalana, es evidente que Cataluña a día de hoy no es un país y está sujeta a las normas españolas.

Ahora bien, ¿es aceptable que el Gobierno central quiera impedir una consulta democrática? ¿Acaso tiene miedo o inseguridad de lo que pueda ocurrir? Creo conveniente señalar que según el Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat de Cataluña, un 58,8% de catalanes estaría a favor de que se conformara un Estado catalán. Asimismo, un 87,6% por ciento aceptaría el resultado de un referéndum en el que se decidiera si Cataluña se convierte en un nuevo Estado europeo. Si estos datos son ciertos, ¿no debería el gobierno español permitir que se llevara a cabo la voluntad de un pueblo? ¿No debería estar a favor del juego democrático y, al menos, dialogar sobre la situación catalana? Porque nos guste o no, lo que es evidente es que, mientras Rajoy parece querer silenciar o ignorar la voluntad de una gran parte de la sociedad catalana, Cataluña está siendo un claro ejemplo de juego democrático y lucha pacífica, un ejemplo a seguir por todos los que desean lograr objetivos políticos y promover cambios.

Además, de llevarse a cabo la consulta del 9-N ¿qué ocurriría si sale el tan ansiado sí de Mas? Sin ningún atisbo de duda, este sí no tendría ningún reconocimiento legal y hay quienes incluso dudan de su legitimidad, en especial de cara a la comunidad internacional. Por ello, no sería de extrañar que ocurrieran unas elecciones anticipadas en Cataluña, ya que deberían realizarse unas elecciones plebiscitarias en las que los diferentes partidos, en sus programas, se pronunciaran sobre la cuestión de la independencia.

Es, además, sorprendente que pese a todo el revuelo mediático que ocasiona el asunto catalán y la gran cantidad de debates que proliferan en torno a la cuestión independentista, todavía no haya habido una reunión de verdad entre los dos líderes principales envueltos en el conflicto, Artur Mas y Mariano Rajoy.  Y digo de verdad, porque si bien es cierto que ha habido varias reuniones entre ambos dirigentes, como la del pasado 31 de julio, parece que todavía no ha habido ningún acercamiento entre ninguna de las partes. Ambos exponen sus respectivas posturas pero poco hacen por escuchar la del otro, por intentar llegar a un acuerdo y buscar una solución satisfactoria para todos. Una auténtica feria de vanidades, donde quien más espectáculo y revuelo ofrece parece tener más razón que el resto.

Por último y bajo mi punto de vista, creo que la solución no pasaría por una Cataluña independiente, si bien sí que debería escucharse la opinión de todos los catalanes al respecto y respetar su decisión. La solución pasaría por dar una mayor autonomía al pueblo catalán –¿tal vez algo similar a Escocia?–, puesto que considero que más que independentista, Cataluña es antidependentista, y lo que está es cansada de depender siempre de otros y más aún cuando estos no les dan voz ni, nunca mejor dicho, voto.

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