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Ni tanto ni tan calvo

Por Luis Rivero , 17 noviembre, 2014

 

 

La acción de ‘vigilancia’ llevada a cabo por miembros de Greenpeace con uno de sus buques insignias en aguas cercanas a Canarias ha desatado la épica admiración de nuestros conciudadanos. No ha quedado bicho viviente que no haya mostrado indignación al ver las imágenes de la lancha de la Armada embistiendo a una zódiac con miembros del grupo ecologista a bordo. Esto ha provocado que a su llegada a puerto, los ecologistas hayan sido recibidos como héroes de guerra. Y es que resulta loable la postura de cualquiera que con sentido común se oponga a jugar con fuego en el inflamable asunto de las prospecciones petrolíferas en aguas próximas al Archipiélago. Y no hace falta para ello ser miembro de la organización ecologista más importante del mundo Hasta aquí bien, pero convendría poner los puntos sobre las íes y recordar a nuestros conciudadanos qué y quiénes están detrás de famoso grupo ecologista.

Greenpeace adoptó una justa oposición frente la política belicista de George Bush padre durante la primera guerra del Golfo (¿Se acuerdan? Cuando un tipo llamado Sadam Husein que poseía el ejercito más numeroso y mejor equipado de todo el mundo árabe, gracias a la ayuda occidental, fue arengado desde mismo gobierno norteamericano para que metiera las manos en Kuwait para después darle un palo: la estrategia del palo y la zanahoria). Pues bien, la razonable posición antibelicista de este grupo supuso ponerse en contra a gran parte de la opinión pública norteamericana. Lo que provocó la baja de cientos de miles de socios sostenedores en EEUU. La dirección del grupo tomó buena nota de ello.

Así las cosas, en el año 2000 la organización ecologista sorprendió a todos con la adquisición de un paquete accionarial de la compañía petrolera Shell Royal Dutch (de la que, curiosamente, es uno de los principales accionistas la familia real holandesa, también fundadora de la archiconocida WWF, Fondo Mundial para la Naturaleza; sí esa la que lleva en su anagrama la imagen conmovedora del osito panda, la mismita).

Greenpeace invirtió en la Shell la nada despreciable cifra de 250.000 euros (41,6 millones de pesetas de las de antes). Sus dirigentes explicaron que se trataba de una inversión estratégica con vistas a presionar a la empresa para que aumentara sus inversiones en energía solar. Para ello Greenpeace encargó a la consultora KPMG un informe sobre las posibilidades del mercado de energía solar, y estimó que tenía un nivel de retorno de las inversiones del 15%. Una estrategia tan difícil de justificar como si un grupo pacifista invirtiera en una fábrica de armamento con el pretexto de que se fabriquen menos gas mostaza o minas antipersonas. En fin, qué quieren que les diga: difícil de tragar resulta…

 

Durante la segunda guerra de Irak (ya en el 2002). Cuando un descerebrado llamado George W. Bush se emperró en que Sadam Husein –a quien su padre había “perdonado la vida” diez años atrás– era poco más o menos que un ‘serial killer’ que poseía arsenales inmensos de armas de destrucción masiva. Y ni corto ni perezoso y con la ayuda de un clan de amiguetes decidieron declarar una guerra sin cuartel “contra el terrorismo” (cuyo origen –para cualquier observador imparcial– no estaba demasiado claro). ¿Qué hizo entonces la organización ecologista? Pues en aquella ocasión, sopesando las desastrosas consecuencias financieras de su postura pacifista en la anterior contienda, decidió hacer ‘mutis por el foro’ y no denunciar ni hacer campaña contra lo que era a todas luces una agresión sin justificación, en clara vulneración de los tratados internacionales y sin el amparo de la ONU. Este hecho fue muy rebatido por miembros de la organización en Europa que hubieron de tragar algún que otro sapo. Todo sea por los suculentos ingresos procedentes de los millones de miembros de la organización al otro lado del Atlántico.

 

Pero la historia financiera ligada al mundo de las petroleras por parte de la organización ecologista no acaba aquí. En 2010 saltó a la palestra la escandalosa donación de un millón de dólares a la organización ecologista por parte de la familia Rockefeller. Como se sabe, la familia Rockefeller son accionistas de la petrolera Exxon Mobil. Aunque minoritarios poseen todavía influencia y peso en la compañía y tienen, además, presencia en grandes bancos como JP Morgan Chase & Co (Chase Manhattan Bank) o City Bank. Y no es que tenga yo algo personal contra los Rockefeller, para nada (me da lo mismo que sean los Rockefeller, los Chancletas o los Nietos de Kika). Sin embargo, el caso de la Fundación Rockefeller no parece ser único, sino que existen otras fundaciones ligadas al mundo de las finanzas internacionales, los mass media y el sector automovilístico que han hecho o hacen regularmente aportaciones a dicha organización. El caso es que según los estatutos de la organización ecologista, y en aras de preservar su independencia, “Greenpeace no acepta dinero procedente de empresas, gobiernos o partidos políticos”. Y esta es la cuestión: si se transige con una posición contra la guerra por temor a perder los ingresos procedentes de los afiliados norteamericanos o se reciben donaciones de grandes empresas, vulnerando los propios principios estatutarios, flaco favor se está haciendo a la independencia de la causa en defensa del medioambiente. Y si, además, se es parte del accionariado de una compañía petrolera resulta cuestionable la legitimidad de una posición beligerante contra las prospecciones de otra compañía petrolera. ¿Cómo habría reaccionado Greenpeace –me pregunto– si la concesión para las prospecciones y eventual explotación de los recursos se hubiera otorgado a la flamante multinacional Shell Royal Dutch? ¿Habría guardado silencio por pudor? ¿O sin sonrojo nos habría sorprendido con otra artificiosa y “estratégica” explicación?

(Y lo dejo aquí porque no quiero entrar ahora en el “silencio” cómplice de la susodicha organización respecto a los llamados ‘chemtrails’ o estelas químicas procedentes de las toberas de los aviones, y el uso perverso de la geoingeniería en la manipulación del clima global; lo que merecen un capítulo aparte).

Lo dicho no quita un ápice a la justa oposición ciudadana contra lo que puede ser un imperdonable error histórico (por no decir, una ‘cacicada colonial’) por parte del gobierno de España si, finalmente, se continua adelante con el empecinamiento de algunos de efectuar prospecciones petrolíferas en aguas cercanas a Canarias. Y tampoco resta valor a la entrega de voluntariosos militantes de base de la organización ecologista Greenpeace. Me consta –por los muchos años en que he sido miembro de dicha organización– que las bases ignoran las sombras que planean detrás o, simplemente, no cuentan a la hora de tomar decisiones de trascendencia.

Pero de ahí a convertir en héroes a Greenpeace. (O como acabo de leer en red de quien propone otorgar la medalla de oro de Canarias a la activista de Greenpeace herida en acción). Ni tanto ni tan calvo…

 

Lo único que me queda claro es que el desagradaba espectáculo protagonizado por una lancha de la Armada española embistiendo a un grupo de ecologistas que llevaban a cabo una labor de “seguimiento” al buque de Repsol ha puesto en riesgo la vida de varias personas y no puede pasar por alto. Los hechos –en mi opinión– podrían subsumirse, incluso, en el tipo penal del artículo 166 del Código Penal Militar que castiga con hasta 15 años de prisión el abordaje doloso de nave militar con cualquier otro buque. Y vistas las imágenes de la embestida , a mí me parece que se trata de un abordaje en toda regla. (Y en su defecto, la acción culposa viene también castigada en el artículo 167 del mismo cuerpo legal). De manera que en esto se resume el ‘incidente’ del abordaje a miembros de Greenpeace. Lo demás, lo de cubrir de laureles y sacralizar a una organización ecologista que precisamente no es un ejemplo de transparencia y pulcritud en su actuación me parece, sencillamente, fuera de lugar. Los canarios somos de pronta arrancada, nos emocionamos fácilmente y nos dejamos llevar muchas veces por la excitación del momento. Conviene tener la cabeza fría, no dejarse conmover y no perder el norte: el movimiento por la preservación del medioambiente marino y por unos mares limpios y sin plataformas ‘a la vista’ debe seguir siendo iniciativa de la ciudadanía. No creo que necesitemos ningún ‘Robin Hood’ ‘salvamares’ que tome el protagonismo. Los árboles no pueden impedirnos ver el bosque, aunque los ‘Robin Hood’ se cuelguen de las ramas (o de los barcos).

www.luisrivero.es

 

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