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Mentalidad de manufacturero, causa del fracaso empresarial

Por Eduardo Zeind Palafox , 7 marzo, 2017

 

Por Eduardo Zeind Palafox 
Investigador de mercados en BILD SMC

Hoy, época en que los mercados están conectados (un dato, por ejemplo, de Japón, genera casi instantáneamente percepciones empresariales y opiniones mercantiles en Buenos Aires), es necesario abandonar la mentalidad de manufacturero y adoptar la mentalidad de informante.

Quien piensa como manufacturero sobresale por tres rasgos: trabaja a ciegas, cree en la magia e imagina que lo que hace es bastante para que la empresa a la entrega sus horas viva.

Trabaja a ciegas, pues ignora por qué hace lo que hace y para qué. Cree en la magia, es decir, desconoce la cadena causal en que su quehacer participa. Imagina, finalmente, que sus obligaciones laborales pertenecen a los procesos divinos que sustentan la tierra en que está el organismo comercial en el vive.

Quien piensa como informante es totalmente distinto. Él, el informante, porta en el magín los principios y los fines de la empresa por la que todos los días se esfuerza. Él conoce los efectos que sus actos causan. Él recuerda todos los días que las empresas no son entes eternos o montañas que siempre existirán.

Entre la mentalidad de manufacturero y la de informante están dos mentalidades, la de buen servidor y la de investigador de mercados.

Usando un esquema de la Lingüística, dígase que el ser manufacturero es un ser diacrónico, que el ser informante es un ser sincrónico, actual, y que el ser buen servidor es acto alegórico y que el ser investigador de mercados es acto filológico.

Lo diacrónico, siendo parte del pasado, sigue existiendo, aunque en nuestro inconsciente. Todos trabajamos afanando hacer las cosas excelentemente, pero la excelencia fabril ya no es un fin, sino algo obligatorio. Lo sincrónico, actual, no debe llevarnos a acatar los caprichos de los mercados. Es menester saber esculpir los mercados. Lo alegórico, inestable, no es dirección para las marcas, pero sí termómetro de la opinión pública. Y lo filológico, esto es, las características de los mercados, debe ser tenido por panacea.

Para abandonar la mentalidad de manufacturero y adoptar las mentalidades de los grandes servidores e investigadores de mercado es imperioso soslayar dos barreras: los ideales comerciales hechos ideales políticos y la constante infantilización de la gente.

Para dejar las mentalidades de marras y allegar la mentalidad de informante es necesario soslayar también dos barreras: el culto a la diversión y las angustias provocadas por las “fake news”. Imposible que niños utilitaristas asustados y más amigos del placer que del sudor representen bien a nuestra empresa.

¿Cómo se evita el infantilismo y el utilitarismo? Transformando los conceptos heredados de la economía en descripciones rigurosas de la realidad y razonando la realidad no con creencias mercantilistas, sino con ideales éticos. No es lo mismo, por ejemplo, decidir según los conceptos de “mercado”, “globalización”, “calidad” y “ventas”, que provienen del idealismo economicista, que hacerlo según descripciones etnográficas, macroeconómicas, psicológicas y financieras. Cambiemos el idealismo de la economía por el realismo de la sociología.

No es lo mismo, por ejemplo, distribuir productos pensando en las palabras “participación de mercado” o “precio” y ” producto”, que hacerlo de acuerdo a las palabras “generación”, “percepción” y “símbolo”.

Imposible que alguien que ha visto la realidad y que ha aprendido a pensar abstractamente siga siendo niño. El pensamiento abstracto y realista forja pensadores de lo alegórico y de lo sociológico. Pero sociologías y oídos de poeta, sensibles, no bastan para constituir marcas poderosas. Hay que pensar como informante, como gente capaz de sacar de la opinión de masas la verdadera opinión pública y popular, citando a Sartori.

El pensamiento abstracto y realista, aunque adulto, consciente, cae fácilmente en las tentaciones de la diversión y de la falsedad. Lo abstracto no puede comprobarse y lo placentero parece necesidad, y lo es, vital.

¿Cómo educar a la gente para que distinga el informar del mero divertir y engañar? Las personas suelen confundir los pensamientos necesarios con los accidentales. Los pensamientos accidentales, es decir, de masas, por doquier encajan, pues están basados en ilusiones. Los pensamientos necesarios, en cambio, pocas veces encajan en la realidad y hasta la contradicen.

Destruir las ilusiones, diría Kant, evita que construyamos identidades falsas. Lo que aquí y allá no halla contradicción forma imágenes, imágenes que las muchedumbres aceptan hasta convertirlas en realidades que se toman en cuenta. La crítica constante de dichas ficciones acostumbra a la gente a despreciar lo falso, como las noticias que en redes sociales los ociosos inventan, y a desdeñar lo meramente divertido, que embelesa durante poco tiempo a los mercados.

En conclusión, las marcas con mentalidad de informante, con personal de pensamiento ético, causal y científico, podrán esquivar los males del utilitarismo ramplón, del infantilismo de masas, del culto del placer y de la falsedad noticiosa. Las otras, ignorando la realidad, seguirán operando bajo la sombra de los conceptos de la economía añeja, de los ideales de tendero, de la fugaz opinión de masas y de las informaciones extractadas por investigadores de mercado falsarios, es decir, que escrutan objetos que no existen, identidades fraguadas por haraganes intelectuales.–

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