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Mar de fondo

Por Carlos Almira , 31 enero, 2015

pueblo-costero-grecia-52003ec6162f5Lo que ha pasado en Grecia se puede resumir así: por primera vez desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, un Partido Político que se autodenomina de izquierda radical, ha ganado rozando la mayoría absoluta unas elecciones. No sólo ha sido el Partido más votado sino que ha podido formar gobierno. Esto es algo inaudito, porque el régimen de partidos fue rediseñado en la Europa devastada de la postguerra precisamente para que, algo así, nunca ocurriera. En plena Guerra Fría, los aliados occidentales no podían permitirse que, como consecuencia de unas elecciones en Italia, en Grecia, en Francia, un Partido Comunista accediese al poder, formase gobierno y cambiase su política exterior alineándose con el enemigo. Al fin y al cabo, esta había sido la forma clásica de Stalin de hacerse con el control en la Europa del Este y parte de la Europa central: apoyar a sus partidos afines en elecciones amañadas o resueltas sencillamente por la fuerza de los hechos, y luego constituir en estos países regímenes títeres de Moscú. En este juego, curiosamente, Grecia había sido cedida al bando occidental (por acuerdo entre Stalin y Churchill), tras una encarnizada guerra civil en la que los comunistas griegos, abandonados a su suerte (y a los ingleses) por Moscú, acariciaron el poder. Ruego al lector un poco de paciencia. Esta es parte de la Historia. Por cierto, el problema en Alemania era doble: a la reconstrucción material y de las instituciones, se sumó la ardua (e hipócrita) tarea de la desnazificación. Buena parte de los cuadros del nuevo régimen de la Alemania occidental fueron cubiertos por exnazis más o menos reciclados. ¿De dónde si no? Después de desencadenar una guerra que costó más de 55 millones de muertos, una Dictadura en España (a modo de preámbulo consentido), y la destrucción de buena parte de Europa, este país, Alemania, consiguió en 1953 una quita del 60% de su deuda exterior. El mundo fue generoso con la Alemania de Adenauer, no porque nuestros abuelos europeos fueran mejores que la actual clase política sino porque, en las circunstancias de la Guerra Fría, no había otra opción que el Plan Marshall y todas las ayudas asociadas a él. La única forma de frenar el ascenso electoral de los Partidos Comunistas era mejorar las condiciones de vida de la gente. Y aun así, en países como Italia durante años el Partido Comunista fue el más votado, sistemáticamente, y si no llegó a gobernar fue por la alianza de Socialdemócratas, Católicos y Liberales.

Esta es la Historia. La tendencia se ha roto. Pero es que, ¿pueden compararse las dos situaciones? Antes aun, otra consideración: la caída del bloque soviético, que fue una bendición y un alivio innegable para millones de seres humanos, tuvo también sus efectos colaterales en el otro bando: liberó del miedo a lo peor de nuestra clase gobernante y dirigente, y fue el principio del fin (porque ahora sí podía y debía serlo) de nuestro Estado del Bienestar. Me explico:

En los años 1945-1980 Europa no podía permitirse el lujo de la miseria. Hubo un respiro relativo cuando, tras la muerte de Stalin muchos Partidos Comunistas occidentales, siguiendo la doctrina de Kruschev, empezaron a denunciar el régimen totalitario de aquél y a acercar sus posiciones a la realidad socio-económica de sus países. Fue el eurocomunismo. Sin embargo, la dicotomía seguía intacta porque en los programas de estos Partidos se definía un modelo radicalmente opuesto, alternativo al capitalismo. Ahora bien: esta situación ya no tiene nada que ver con el presente. Lo que está en juego ahora ya no es el capitalismo frente al “socialismo” (produce sonrojo oír hablar aún en estos términos de izquierda y de derecha, de Venezuela, etcétera). El modelo soviético (como el chino) cayeron para siempre por su inoperancia (por no hablar de su injusticia y su naturaleza inmoral): porque el mercado es, por ahora, la forma más racional y mejor de poner de acuerdo a productores y consumidores, algo que ninguna economía planificada puede hacer. Seguimos hablando de izquierda y derecha porque somos prisioneros de las palabras. Pero la realidad que designamos con ellas es compleja, huidiza, no soporta etiquetas, y en cuanto puede se las arranca.

¿Qué es lo que está en juego entonces? ¿La austeridad frente al crecimiento? ¿La oligarquía parlamentaria de los Partidos y la Casta política frente a la democracia de los ciudadanos? Yo creo que esto son sólo síntomas y que, por debajo del malestar, del descontento, de la lucha y el miedo y la esperanza de unos y de otros, hay un mar de fondo que convendría definir. Creo que el suelo se mueve bajo nuestros pies mientras seguimos enzarzados en disputas de patio de vecinos, sin una comprensión de lo que ocurre, con el lenguaje político y los clichés de nuestros abuelos. Para decirlo de una vez: lo que el gobierno griego y movimientos afines como Podemos tienen en común es algo inadmisible para la élite política y económica actual: no es la defensa de un modelo socialista al modo de la vieja izquierda comunista, sino el rechazo frontal, no al capitalismo sin más sino al capitalismo de los especuladores.

Tal y como están las cosas, me parece que puede hablarse entonces de dos bandos nuevos: por una parte, quienes defienden la economía real, desde los empresarios hasta los trabajadores (no hay que olvidar que el gobierno de Grecia actual es fruto de una alianza entre un Partido de izquierda radical y otro de derecha nacionalista); por otra, quienes defienden la libertad de los Mercados, es decir, de los gestores del dinero.

Un especulador no es un empresario. De hecho, su función social recuerda más la del corsario de Isabel I de Inglaterra que la del empresario tal y como fuera definido hace ya tiempo por sociólogos y economistas como Werner Sombart o Josep Schumpeter. Un especulador es un depredador, en primer lugar de las propias empresas en las que invierte. Y a través de ellas, del conjunto de la sociedad.

El empresario arriesga su capital en la producción de un bien o un servicio para obtener beneficios en el mercado (o gestiona como empresario a sueldo el capital de otros, según el clásico esquema del capitalismo gerencial, con el mismo fin). El especulador, el director, el gestor de un fondo de inversión se limita a poner en movimiento el dinero que está a su cargo: la suerte de las empresas y los Estados donde coloca momentáneamente este dinero tienen para él, un valor secundario, meramente instrumental. Entra a saco en las sociedades anónimas a través de la Bolsa, como en la deuda pública de los Estados, para obtener el mayor rendimiento en el plazo más corto. Así, la Sociedad Anónima no es para él una fórmula empresarial sino un caladero de interés momentáneo, desconectado de cualquier horizonte empresarial (por no hablar de la justicia y el bienestar de las personas). Casi toda la clase política actual es una clase de servicios no de los empresarios sino de los especuladores, conocidos eufemísticamente como los mercados.

Convendría no confundir al empresario capitalista, al director de una empresa familiar o una gran sociedad anónima, que ha producido esta cerveza (que me bebo a la salud de los griegos), del especulador que ha colocado momentáneamente el capital a su cargo en dicha empresa para forzar un reparto determinado de dividendos o un movimiento especulativo favorable a sus títulos en la bolsa, y si te he visto no me acuerdo. Porque el primero está implicado, mal que le pese, en la producción de un bien real, en la mejora de su calidad, en la búsqueda de mercados, en el estudio del gusto y las posibilidades de sus potenciales consumidores, y a veces incluso en las condiciones de trabajo y los salarios de sus propios empleados (que también beben cerveza). Al especulador, a los mercados, todo eso les importa un bledo; les deja fríos: ellos sólo entienden de dinero, no de cerveza. Si la cerveza tiene algún sentido para ellos, es porque la actividad de la empresa que la produce puede rendirles un beneficio a corto plazo.
Para los mercados es pues, fundamental, que una parte creciente de la renta global vaya exclusivamente a recompensar sus inversiones, y no a mejorar, por ejemplo, la producción y la venta de cerveza. A esto (y no a la producción de mejor cerveza, de un modo empresarialmente más serio y eficaz), es a lo que se llama hoy competitividad. El fabricante de un bien real no puede permitirse el lujo de promover la miseria. Sabe que esto es pan para hoy y hambre para mañana. Por el contrario, el especulador exigirá a su clase de servicios, a la casta, a los gobiernos, que bajen los salarios, las pensiones, el gasto social, las inversiones públicas “no rentables”, etcétera. Endeudará a los Estados y los mantendrá bajo la amenaza permanente de retirar sus inversiones. Si existe hoy una amenaza global, comparable por sus efectos destructivos a las armas nucleares, no es el viejo comunismo sino el nuevo capitalismo de casino, el capitalismo de los especuladores, el capitalismo de los no empresarios y de sus domésticos políticos.

He aquí lo que une a partidos como Syriza y Podemos, y lo que explica su difícil integración en la actual clase política de servicios. Ahora se trata de que el ejemplo no cunda. Grecia será castigada duramente si no se pone de rodillas ante la casta europea. Van a hundirla. Saldrá del euro del modo más humillante posible, como la niña mala. Por cierto, convendría recordar que buena parte de la deuda griega fue contratada por gobiernos corruptos del Pasok y de la Derecha, hoy derrotados, con bancos franceses y alemanes a los que luego se contrataba y se pagaba con ese mismo dinero, mediante empresas filiales, para la construcción de infraestructuras como el metro de Atenas.

Si yo fuese Sypras me prepararía para lo peor. El coste para la clase política de servicios debería ser el más alto posible. Yo nacionalizaría la banca sin indemnización. Cerraría la Bolsa de Atenas. Volvería al dracma. Saldría de la OTAN (si hace falta, interrumpiendo el suministro de luz y de agua a las bases norteamericanas). Estrecharía las relaciones con Rusia mediante acuerdos económicos y militares bilaterales. Me convertiría en el incordio de Europa, y en una pesadilla para Obama.

Y haría todo esto, no en nombre del socialismo sino del fabricante de cerveza y de sus probos empleados. Puede que la llamada izquierda radical, quién iba a decirlo, sea la última esperanza del viejo Capitalismo.


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