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Manolete Huerta

Por José María García Linares , 15 junio, 2018

El ministro Huerta dimitió ayer porque es inocente, así, con dos cojones. Estas son las frases que lo dejan a uno flotando en mitad de una galaxia no muy lejana, en donde Yupi, Espinete y Darth Vader juegan al escondite junto al kiosko de Chema. Debe de ser por eso que Urdangarín obtendrá el tercer grado en dos meses, porque es culpable y ya se sabe, en España, si robas, estás enseguida en la calle. Si montas unos títeres, ya la cosa se complica… No me dirán que no es de locos. No he hecho nada, todo es mentira y por eso he decidido marcharme, porque amo la cultura (del deporte volvió a olvidarse).

Te han cazado, querido, ni jauría ni nada. Como mucho, sobreexposición tuya en las redes sociales y una cara tan dura como la de tu anterior jefa, cuando alegó el fallo informático como causante del plagio a Danielle Steel. ¿A caso pensaba el exministro que el Congreso era como un plató de Telecinco? ¿Qué después de haber trabajado con Belén Esteban (otra de las insignes escritoras de Mediaset, como Jorge Javier Vázquez o Terelu Campos) y el conde Lequio estaba preparado para enfrentarse a cualquier adversario? La jauría de la que hablaba ayer en su comparecencia se la conoce en democracia como oposición o rendimiento de cuentas. Ay, Manolete…

Esto de las sociedades y demás para escaquearse de los deberes fiscales siempre me ha parecido muy poco ético. Luego estamos todos dale que te pego con que si los recortes en educación, que si las camas de los hospitales, que si las ayudas a la dependencia, etc., y resulta que se reconoce púbicamente que esta es una práctica común que, además, está muy extendida en el mundillo de la cultura. González Sinde (con la que Huerta comparte, además de partido, editorial) ha salido en defensa de su colega con un artículo que retrata muy bien el pensamiento neoliberal de cierta izquierda española. Nos dice la artista sobre la gente que se dedica a la cultura que “no somos delincuentes, somos trabajadores como cualquiera”, y aquí está, seguramente, el quid de la cuestión. El concepto de cultura ha sido devorado por el de industria cultural, y desde ese momento lo que se produce no es más que eso, un producto para vender lo más rápidamente posible y para que genere, igualmente, los mayores beneficios, independientemente de la calidad del mismo. Lee si te apetece, lector querido, a Adorno y Horkheimer, clásicos ya sobre este tema, y las diferencias que establecen entre cultura entendida como proyecto emancipador e industria cultural como sistema para el modelado y la uniformidad de una sociedad concreta. No tiene desperdicio.

En un contexto como este, es normal que quienes se dedican a producir y a ganar pasta, paguen al erario público lo que les corresponde, como los futbolistas. Y si lo que quieres es cotizar menos y tus asesores te recomiendan una triquiñuela y tú te arriesgas, no puedes decir después que hacerlo es una práctica habitual. Te han trincado y no puedes desempeñar un cargo de ministro, así de sencillo.

Cuando la cultura es un negocio, hay que responder como un buen negociante. Si no, te conviertes en un pirata, señora Sinde. Con lo que luchó usted contra la piratería.

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