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Los peligros, la crítica y la resignación.

Por Carlos Almira , 5 enero, 2016

La crítica a las élites y a los partidos de gobierno en Europa, así como a la tecnocracia, los grupos de presión, a las instituciones internacionales, a las políticas de austeridad, y un largo etcétera, por justificada que esté, no puede constituir, por sí sola, una salida razonable y justa a la situación que se cuestiona. Por el contrario, pienso que cuando esta crítica se hace sin una alternativa razonada, mínimamente realista, que se pueda aplicar sin excesivos traumas, el resultado es peor que lo que se pretende solucionar. Si, por ejemplo, yo analizo el poder de los grupos de presión, bancos y grandes empresas, sobre la clase política, y sus consecuencias beneficiosas exclusivamente para una minoría pero nefastas para la mayoría, y en base a este análisis apuesto por una transformación completa y en profundidad del actual sistema de poder (económico y político), por ejemplo en Europa, debo estar en condiciones de explicar cómo podría empezar a realizarse ese cambio, no a partir de la fuerza sino desde la razón común; no a partir de mis principios sino de la misma realidad que cuestiono. Lo que plantea un problema de envergadura.
Además de generosidad e imaginación, la viabilidad de lo nuevo exige, en mi opinión, salvar un importante escollo relacionado con los extremismos de la Razón.

Los intelectuales tienden a abusar de la Razón a la hora de aportar soluciones. Tienden (o tendemos) a hacer tabla rasa del pasado. Ahora bien: cuando no se tiene en cuenta lo concreto, la vida ordinaria y cotidiana de la gente, la nuestra, con todos sus defectos y virtudes bien reales, y se imagina uno sobre el papel un mundo más justo sin más, como si pudiera crearse de la nada, el resultado suele ser el Totalitarismo. La tenue frontera entre los Paraísos de la Razón y el Infierno social, que la Historia demuestra.
Creo que en las sociedades modernas o post-tradicionales, tras la Revolución Industrial (como ya lo anticipara tan lúcidamente Tocqueville), hay dos caminos que pueden llevarnos al mismo infierno social del Totalitarismo (de izquierdas y de derechas): uno arrancaría de un extremismo de la Razón hacia el liberalismo, y consistiría en que cada uno se retiraría a su vida privada, desentendiéndose en ella de todo lo demás, y buscando ahí realizar su libertad, entendida exclusivamente en un sentido negativo (la libertad de la que hablaba Isaiah Berlin, la libertad de los modernos, del individuo de o frente a al Estado y al grupo); el otro camino arrancaría del extremo opuesto, de la democracia asamblearia, en la que cada uno de nosotros, identificándose con la mayoría, trataría de realizar su libertad sólo para llevar a cabo tal o cual proyecto común, aniquilando toda disidencia individual, desde un extremismo democrático de la Razón.burgueses
Supongamos que un rasgo presente de nuestra situación, que tiene consecuencias devastadoras pero también muy positivas, es la globalización o mundialización. En términos de economía, esta globalización es la del Capitalismo. Esto significa, entre otras cosas, que los inversores públicos y privados, como propietarios y/o gestores legítimos del capital, están en condiciones de imponer sus criterios e intereses, en cualquier parte del mundo, a la hora de invertir y retirar sus recursos económicos de empresas y países, según su libre conveniencia. Esta tendencia a la soberanía de los “mercados” puede, como es lógico, entrar en contradicción con la democracia, con el medio ambiente, y con los intereses reales de la mayoría de las personas. A partir de la constatación de este hecho y de su crítica oportuna, justa e incluso ponderada, se puede llegar por un extremismo de la Razón a situaciones aún más indeseables.
Por ejemplo, frente al poder del mercado, un extremismo liberal de la Razón me aconsejaría formarme lo mejor posible y procurarme un plan de pensiones; ahorrar para invertir en la educación de mis hijos, y en general, volcarme sola y exclusivamente, en mi vida familiar y privada. Mi divisa en este caso sería: vive y deja vivir, y sálvese el que pueda. Al fin y al cabo, el pez gordo siempre se ha comido al chico. ¿Para qué preocuparse de los problemas de los demás, incluso de los problemas (seguramente exagerados por los demagogos y populistas), del medio ambiente, si lo único real y concreto que tengo es el trabajo y lo que puedo conseguir y dar a la familia? Es fácil advertir que si esta posición se generalizara, el poder político y la capacidad de organizar también nuestra vida privada, escaparían tarde o temprano a nuestro control, con consecuencias acaso desastrosas, humanamente indeseables.simpsom
Desde el otro extremo, desde el extremismo de la Razón hacia la democracia (en el sentido de la polis, de la libertad de los antiguos), la crítica contra el injusto e inquietante dominio de los mercados en la economía mundializada, podría llevarme a justificar y apostar por movimientos asamblearios de tipo “jacobino”, en el peor sentido de este término. Así, de tanto preocuparme por el estado de mi barrio, por sus parques, su biblioteca, su pequeño comercio, etcétera, podría llegar al extremo de denigrar e intentar cambiar los hábitos privados de mi vecino. Un ejemplo clásico es la restricción de los espacios y los derechos de los fumadores, los bebedores, etcétera. Llevada al extremo, la misma salud pública podría justificar el fin de la libertad individual, (¿por qué no prohibir fumar en el interior del coche privado de cada uno, con el pretexto de que pueden viajar niños o de que la sanidad pública tendrá que hacerse cargo de nuestro cáncer de pulmón? ¿Y por qué no extender esa prohibición a las calles, donde los fumadores y los bebedores son un pésimo modelo para nuestros niños y nuestros jóvenes? El extremismo democrático de la Razón podría llevarnos pues, también, a situaciones indeseables.
Es indudable que nuestra vida actual, la vida de la gente, debe y puede mejorar. Y que la crítica, no sólo de los intelectuales sino de todos nosotros, es no ya necesaria, sino imprescindible y urgente. Pero creo que, también, es urgente un mínimo sentido común, un realismo, un respeto y un cuidado escrupuloso por los hechos, que no siempre está presente, ni en los que defienden sin concesiones el actual modelo de vida, ni en los que quisieran borrarlo del mapa de la noche a la mañana. Creo que estamos en una situación difícil, peligrosa en la que la resignación puede ser tan nefasta como las buenas intenciones. Sobre esto quería llamar la atención en este artículo.


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