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Los hermanos Larrieu: cuerpos, paisajes y crímenes perfectos

Por Israel Paredes , 5 septiembre, 2014

El amor es un crimen perfecto, Arnaud Larrieu, Jean-Marie Larrieu

Arnaud y Jean-Marie Larrieu han ido elaborando a lo largo de trece años y seis películas, una carrera estimulante, irreverente, original y única dentro del panorama cinematográfico europeo actual. Se estrena El amor es un crimen perfecto, su sexta película y su primera introducción en el género del thriller, eso sí, desde una perspectiva muy particular.

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Los hermanos Larrieu no han conseguido hasta la fecha una obra redonda, quizá porque la irregularidad, incluso la imperfección, de sus narraciones es endémica a su alocada mirada a la realidad. El amor es un crimen perfecto juega con el thriller a la francesa, es decir, el thriller frío y distante, analítico y psicológico, sin querer realmente realizar uno. Adaptando la novela de Philippe Djian, los Larrieu toman el texto literario como mera excusa y se aleja de él; lo despoja de toda tensión e incluso de todo dramatismo y desplazan el argumento hacia una especie de comedia surrealista que abraza abiertamente ese sentido hedonista y libertario que ha acompañado la obra de los Larrieu desde sus inicios. Esta opción en el contexto del thriller acaba siendo tan chocante como lo era en Los últimos días del mundo, su anterior y estupenda película, en el de la ciencia ficción. No les interesa tanto el género como aquello que pueden hacer con él, y en su nueva obra está claro que la investigación apenas les preocupa más allá de lo necesario, de ahí la construcción tan liviana y frágil de la película en ese sentido. Y esto sucede porque están más interesados en los márgenes de la narración, en transmitir sensaciones, en jugar con los cuerpos y el paisaje.

 

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Durante una de sus clases, Marc, el profesor al que da vida magistralmente Mathieu Amalric, cita al escritor de mangas Kazuo Kamimura: “Una persona no está marcada tanto por las experiencias del pasado como por los paisajes en los que él o ella viven”. Durante las secuencias de apertura los Larrieu juegan con el movimiento del coche y la música para ir introduciéndose en el paisaje nevado que acompañará a los personajes durante todo metraje. La magnífica fotografía y la perfección de los encuadres denotan desde el comienzo que el paisaje no es mero contexto espacial sino también personaje de la trama. Y lo es no tanto en su relación con los sucesos como en la manera en que las figuras humanas interactúan con él. La cita de Kamimura, aplicaba en gran medida a toda su filmografía, resume a la perfección las intenciones los cineastas. En El amor es un crimen perfecto las montañas nevadas sirven de contrapunto frío a las pasiones desatadas del profesor, pero también sugieren el gélido tono con el que los Larrieu se acercan a ellas.

En otro momento, Marc enseña a sus alumnos otra forma de narración cinematográfica al proyectar La edad de oro de Buñuel, para él, como para Breton, el inicio del amor fou, el cual impregna El amor es un crimen perfecto así como obras anteriores de los directores franceses. Pero esa locura siempre viene mitigada por la frialdad y el distanciamiento, también por cierta ironía a la hora de retratar a unos personajes tan sublimes en su concepción como ridículos en sus actos. Los Larrieu juegan a despistar, no les interesa tanto el crear centros narrativos y personajes cerrados como el dar forma a relatos abiertos que aunque se dirigen hacia una resolución, en su desarrollo, se van perdiendo en caminos intermedios que no suelen conducir a nada pero que poseen su propia validez independiente con respecto al resto de narración. Y en esos caminos, el paisajismo de los Larrieu surge con fuerza, porque crea una forma de narración paralela, una narración basada en sensaciones. Al igual que el tratamiento de los cuerpos dentro de esos espacios paisajísticos, no sólo en exteriores, también los interiores de los edificios, sirve para narrar los acontecimientos, parar hablar de los personajes.

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Son los hermanos Larrieu ese tipo de cineastas contemporáneos que no buscan la obra perfecta ni redonda, aunque se han acercado a ella en varias ocasiones; ni tampoco el entregar una película cerrada y bien estructurada en sus planteamientos narrativos. Se contentan, y no es poco, con la imperfección de sus relatos, la cual no es otra que la propia imperfección de sus personajes, los cuales se suelen mover constantemente aturdidos mientras ellos observan a cierta distancia. Su estilo, geométrico en la confección de encuadres, elegante en sus movimientos de cámara, sensorial en su conjunción con la música, pretende no sólo narrar con imágenes, fin principal del cine, sino también ir más allá, como otros cineastas de la actualidad, para jugar con otros elementos –paisajes, cuerpos- en busca de unas narraciones alternativas a la historia del argumento, que aunque importante, al final, acaba prácticamente varada y engullida por los márgenes.

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